viernes, 23 de noviembre de 2012

EL FALSO PAPA REINANTE

Será ésta tal vez la última nota de la Hostería Volante sobre tan delicado y dramático tema. Por eso conviene recapitular, en sucinto resumen, el horizonte entenebrecido en los difíciles días que transcurren, obsesionados por una falsa paz que es una siniestra guerra, estimulados por una falsa guerra que impide el fundamento de la concordia verdadera y lleva por tanto a una siniestra paz.
Hemos explicado en múltiples notas, artículos, ensayos conferencias, el carácter de una autoridad írrita, la vacancia de un poder religioso otrora consentido con odio por las potencias intramundanas, hoy erosionado y apoyado con delectación por esas mismas tendencias apocalípticas, esotéricas, judeocabalistas, judeocristianas, criptojudías, etc. Ese carácter y esa vacancia se resumen en el vínculo entre Iglesia y Pontificado (trascendente y celeste), y  la referencia de Pontificado y pontífice (entitativa e histórica). De esta manera hemos transitado con intrepidez un territorio conceptual, abrumado por oscuridades inevitables; y con modestia, una lumbre, coronada de resplandores inalcanzables. No tenemos ya más que decir, pues todo será efecto de este siniestro pseudo-pontífice, que todo lo esgrime para derrumbarlo todo: sólo le falta el último acto, a saber, la pretensión de anular la sacramentalidad trinitario-teándrica de la Iglesia, para convertirla en una empresa sociomórfica e intramundana, que participe y aglutine el gobierno mundial en ejecución. Ya se ve ese rumbo en su increíble alocución de Pascua de 1971. La falsa misa preludia esta tenebrosa requisitoria de las potencias esotéricas, que hoy esclavizan a la Iglesia.
Hemos dicho en los últimos cinco o seis años, lo fundamental de una temática siniestramente callada por los sedicente teólogos tradicionalistas, que empuñan la vara del tambor para ulular a la obediencia, mientras la arquitectura de la Fe cae bajo la piqueta de Lenín-Montini: o que dicen en reserva, secreto y recato las más tremendas acusaciones contra el falso papa, pero que en público aconsejan a los jóvenes el siniestro designio de aceptarlo todo, incluso la destrucción de la patria.
No hay más que analizar ya: falso papa, falsa misa, falso ecumenismo, falsas música, falso evangelio, falsos clérigos, falsa renovación, falsa lectio, falsa teología, falsa mística, falsa misericordia y falsa justicia. Lo que viene es pues o derrumbe de la falsedad, o imperio de sus terribles consecuencias esclavistas. Si es el derrumbe, estamos preparados para prolongar la Fe en la caótica anarquía que lo arrollará todo; si es el imperio de las tinieblas, estamos preparados para afirmar y subrayar, unidos a la más  entrañable tradición, lo que consideramos sustancia de la Fe. Eso sí: no sabemos si se nos otorgará la corona de los fuertes. Pero esto es un don que se recibe; aquí hablamos de lo que entrevén nuestras débiles fuerzas.
Entretanto, confirmamos desde estas páginas peregrinas, como las de una “hostería” que afinca su blasón en cualquier rumbo de la patria y del mundo, la conclusión que surge de este decenio sombrío y que culmina en este ridículo y siniestro espectáculo de un pseudo pontífice que converge con las más crueles e inhumanas potencias de esclavitud ( en nombre de la resurrección de Cristo) y que transformado en profeta de una esperanza que no tiene nada que ver con el Espíritu, proclama con increíble y satánico orgullo la mutación intramundana de la humanidad. Se ha esfumado para este judío carbonario la mística del anacoreta, del monje y del contemplativo: sólo piensa  que el hombre es “príncipe de los cielos”, porque vuela en ridículas cápsulas interplanetarias, de las que se ríen incluso sinarcas como Toynbee. Se ha esfumado la meditación y la posesión de la vida intratrinitaria: solo piensa en la vida del progreso, las máquinas y el socialismo. Se ha esfumado la posesión y meditación de la humanidad de Cristo: solo piensa en convertir las piedras en pan, para que se erija en las masas hambrientas (creadas por las mismas potestades que protegen a Montini) como un nuevo dios, un dios intramundano, o por lo menos como su electo profeta ecuménico, sin Dios y sin Tierra. En fin se ha esfumado todo acto de elevación en la vida de la Iglesia: sólo piensa en que puede rodar, monte Vaticano abajo, sin sufrir detrimento alguno, cobijado como está en las instancias de los poderes sinárquicos. Hemos entrado pues en el último acto, la satanolatría, que conduce al derrumbe o a la esclavitud.
No es fácil escribir estas líneas: pero debemos escribirlas, para coronar un ciclo del que somos conscientes y que reafirmamos sin ambages. Sus errores serán paliados por los años densos que vienen; sus verdades, aunque fuesen pocas o débiles, resplandecerán en la fuliginosa densidad que nos agobia. Y desde este pasaje tenebroso –en la esclavitud o en el derrumbe-  unos y otras advertirán  en su modestia y en su nitidez que en América hemos sabido soportar el cruel y duro peso de la claridad penunmbrosa.
Tales reflexiones deben aplicarse en primer lugar a nuestra sufrida tierra, por cuya continuidad, perduración y exaltación comprometemos y hemos comprometido nuestras horas más lúcidas y más fervientes. Pues aquí, quizá como en ningún otro rumbo del mundo, las confrontaciones parecen más desoladas y terribles. No oímos una sola voz de entre las sacras testas corrompidas que anhele –no digo que reclame- la autenticidad de la iglesia, en este vómito sofístico de las altas cátedras, estos “obispos” siguen siendo obispos, porque han dejado de ser epíscopos.
Las consecuencias de su inserción político-temporal seguirán siendo terribles; contra ellas debemos fortalecernos para instaurar un estado argentino libre de la tutela de una iglesia ecuménica, subversiva, judeocristiana, tercermundista, pseudotradicionalista, empresaria, que exalta el pobrerío, porque ha corrompido a los pobres. Nuestro programa político en este caso a reconocerlo y a hacerla a un lado, para instaurar un “estado bárbaro”. Según esta premisa, se ordenan fundamentales y sucesivas instancias político-temporales, que pueden ser realidades en la hora del derrumbe, o que podrán meditarse tal vez en las sombras de la esclavitud. Aquí se nos escapan ya las coyunturas definitivas.
Finalmente hemos subrayado en incontables ocasiones, desde la Hostería Volante, el rumbo previsibles, la maniobra oscura y farisaica, el desapego de las jerarquías vaticanistas a la lumbre doctrinal y mística, el falseamiento de un lenguaje que se ha tornado, satánicamente, campo de concentración lingüística, donde los esclavos judeocristianos sirven a los amos mundialistas contra la Iglesia de Cristo. Hemos adoptado una tesitura de diáfano corte conceptual, y hemos derivado allí numerosas conclusiones de un orden empírico. Ya nadie acusa a la Hostería Volante de exageraciones (como en los años 1958-1964), o de otras muchas cosas concurrentes (como en los años del 1964-1970): simplemente se la odia o se la ama y se la protege; se la quema o se la pide, se la exalta o se la hunde en el lodo. No nos extrañamos de ello ni, nos incomoda. Pagamos el tributo de contradicción de toda obra humana.
A los que nos odian, particularmente a los clérigos, o los que bajo su conducción se rigen por la banderola del infierno, les puntualizamos, que en el ancho mundo también hay sitio para nosotros, y que siendo como somos “arcaicos, obsoletos, obsesionados y tercos”, no les dañamos en absoluto sus planes socialistas, ecumenistas, o los que fueren. Que nos odien pues y dejen ruta libre a nuestras requisitoria dramática. O que nos odien, pero cumplan su deber de verdad, proclamando eso mismo que nos odian.
A los que nos aman, particularmente a los que viviendo en esclavitud desean nuestra libertad espiritual, les aseguramos que es ese el fundamento de nuestra existencia, y que en el ancho mundo siendo tan limitados como somos, la dimensión de ese amor cubre todas las precariedades, contradicciones, incongruencias y debilidades, y nos fuerza a ser lo que somos: HOSTERÍA VOLANTE, NUNC ET SEMPER. QUE EN CUALQUIER CASO EXISTIMOS POR ESO, PARA AMAR EN LA VERDAD.
El Bodeguero.

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