martes, 8 de octubre de 2019

¿ES POSIBLE LA CONVERSIÓN DE LOS MUSULMANES AL CATOLICISMO? ... Por el Arzobispo Marcel Lefebvre

Un juicio del islam por Monseñor Marcel Lefebvre

San Pío V protegió a los católicos españoles contra el islam
Marcel Lefebvre en África
En un tiempo en el que el islam está teniendo un avance galopante en África e incluso en Europa, resulta adecuado volvernos al Magisterio. Hay que leer las cartas que el Papa Pío V escribió al rey de España. El pontífice juzga al islam, una religión que él, vencedor de la Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571), conoce demasiado bien y de la que advierte el peligro que representa para el catolicismo.
El Papa le pide a Felipe II que intervenga con fuerza y valor en contra del islam, para prevenir que esparza en los ámbitos católicos la corrupción e inmoralidad que difunde. Todo el mundo sabía en aquel tiempo que los católicos de España habían sido seducidos por el Islam y habían apostatado. Eran tiempos muy difíciles.
Ahora nadie conoce la historia, nadie quiere aprender las lecciones que nos enseña, ya que nos hemos hecho a la idea de que todo ha cambiado, que todo está bien y que todos son buenos. Y aun así, citando únicamente los ejemplos de mujeres que se han casado con musulmanes, vemos que por obedecer al Corán, todos aquellos que han dejado a sus esposas han tomado a los hijos nacidos de esa pareja, con el pretexto de que la ley coránica dicta que los hijos de matrimonios mixtos deben ser musulmanes.
En una época en que se da la bienvenida a cualquier forma de permisividad, el islam mantiene sus costumbres, sus reglas, su Corán, si bien la manera de mantenerlos varía de alguna forma dependiendo de la región. De esta manera, los musulmanes del África negra no tienen los mismos hábitos que los de Marruecos u otros países del norte de África, donde se siguen teniendo harenes de mujeres.
Sin tocar el delicado tema de la mutilación ritual, es una verdadera esclavitud la que se mantiene sobre las mujeres. En Senegal y Malí, por ejemplo, las mujeres musulmanas de raza negra tienen toda libertad. No se les tiene encerradas; no hay harenes. Pero impera una inmoralidad terrible: divorcios constantes, intercambio de esposas y una abierta prostitución.
En Dakar había sectores donde se practicaba la misma forma de prostitución, y esencialmente era obra de los musulmanes. No había cristianos –gracias a Dios– ni paganos involucrados. Era un “comercio” manejado por musulmanes.
Los países africanos del este están afectados por la homosexualidad. A los viajantes, en sus paradas, se les ofrecen servicios sexuales de varoncitos musulmanes que intercambian esas prácticas inmorales por dinero.

El idioma árabe, una fortaleza para el Islam
Aun cuando lo hacen de buena fe, los obispos cometen un terrible error al jactarse frente a un islam puro y disciplinado. En otra ocasión hice una comparación del apego de los musulmanes hacia el idioma árabe, en una época en la que la Iglesia cedió a las presiones modernistas y abandonó el uso del latín, que es el cimiento de la liturgia y la universalidad cristiana.
Pero hay algo paralizador de mentes en esta tradición. En las escuelas del Corán se puede ver a los niños dirigidos por un joven maestro que les hace repetir los suras (versos) del Corán en árabe, una y otra vez durante todo el día, aunque no entiendan una sola palabra del idioma. Es el mito del árabe: todo aquel que es árabe es musulmán, todo aquel que es musulmán habla árabe. Es a la vez el idioma de la religión y una fortaleza para el Islam.
Y de nuestra parte hemos abandonado el idioma latín que nos unificó. Hay ahora una difusión de ritos y ya no podemos ir de una iglesia a otra porque la liturgia es diferente y ya no entendemos nada.

Mons. Lefebvre misionero en África
¿Es posible convertir a los musulmanes?
Así que bien, nos podemos preguntar si es posible convertir a los musulmanes. Otros antes que nosotros se han preguntado lo mismo. De mi parte pienso que a lo mucho podemos tener esperanzas de convertir a la élite intelectual, aquellos que se encuentran en nuestras universidades. Aquellos que adquieren diplomas que les permitirán practicar una profesión para ganarse la vida, casarse y formar una familia. Ellos estarán más abiertos a la conversión después de su contacto con Europa, si vuelve a ser cristiana.
Algunos políticos y líderes senegaleses, por ejemplo, se han convertido de esta manera. Pero esta perspectiva se desploma si los hijos siguen siendo dependientes de la familia, sobre todo las mujeres. Confinados por los mismos familiares, se exponen al peor de los maltratos o incluso al envenenamiento si se atreven a convertirse. Por ello, es muy difícil convertir a los niños musulmanes en nuestras escuelas, aunque haya muchos.
Como ya lo había mencionado, es por eso que no desearíamos irnos por encima de una proporción del 15% en el censo. Porque los musulmanes hubieran impuesto su voluntad en cuanto hubieran sentido que eran mayoría, fuertes e importantes. Cuando son pocos, se someten voluntariamente a la disciplina y al estudio. Besan la mano que no pueden cortar, como dice uno de sus proverbios.
Sin embargo, fuimos capaces de convertir a algunos animistas, a los niños, los pequeños, los débiles, los súbditos de los jefes. En cuanto a estos jefes, poderosos, importantes y grandes polígamos, rara vez se convirtieron al catolicismo, ya que debían abandonar a sus esposas. Y les resultaba muy difícil renunciar a esa arrogancia y totalitarismo practicado incluso por los jefes de aldeas pequeñas.
El islam avanza en las poblaciones no árabes porque al contrario de la moral católica, la religión musulmana los confirma en sus vicios.
Si te conviertes al islam, te volverás un jefe más grande, serás más rico, tendrás más esposas y harás tus esclavos a más súbditos que trabajarán para ti”. 
Estos argumentos están siempre respaldados con adulaciones, obsequios, telas, fetiches…
Así es como progresa el Islam. Como ya mencioné: o África se convierte al islamismo con el incremento de la esclavitud, la inmoralidad y la poligamia, o se vuelve cristiana y encuentra el orden que es voluntad de Dios y conserva sus virtudes naturales de sencillez y hospitalidad.
Si las naciones occidentales, cuya responsabilidad era desarrollar a estas poblaciones, no hubieran abandonado su misión, y si la Iglesia misma no se hubiera desentendido, en lugar de presenciar el preocupante avance del islam, la mayoría de África sería católica hoy en día.
Tomado de: https://fsspx.mx/es

martes, 23 de julio de 2019

EL DRAMA DEL FIN DE LOS TIEMPOS (Consoladoras reflexiones) del Padre André Emmanuel, cura párroco de Mesnil-Saint-Loup (Francia), escribió estos artículos que fueron apareciendo en el boletín parroquial, entre 1883 y 1885 hace ahora más de cien años.



Y eso será la ocasión de un discernimiento temible.
San Gregorio vuelve frecuentemente sobre esta verdad, de que hay en la Iglesia tres categorías de personas: los hipócritas o falsos cristianos, los débiles y los fuertes. Ahora bien, en esos momentos de angustia, los hipócritas se quitarán la máscara, y manifestarán abiertamente su apostasía secreta; los débiles, desgraciadamente, perecerán en gran número, y el corazón de la Iglesia sangrará de ello; finalmente, muchos de los mismos fuertes, demasiado confiados en su fuerza, caerán como las estrellas del cielo.
A pesar de todas estas tristezas punzantes, la Iglesia no perderá ni la valentía ni la confianza. Será sostenida por la promesa del Salvador, consignada en las Escrituras, de que esos días serán abreviados a causa de los elegidos. Sabiendo que los elegidos serán salvados a pesar de todo, se entregará, en lo más recio de la tormenta, a la salvación de las almas con una energía infatigable.
En efecto, a pesar del espantoso escándalo de esos tiempos de perdición, no hay que pensar que los pequeños y los débiles se perderán necesariamente. El camino de salvación seguirá estando abierto, y la salvación será posible para todos. La Iglesia tendrá medios de preservación proporcionados a la magnitud del peligro. Y sólo perecerán aquellos de entre los pequeños que, por haber abandonado las alas de su madre, serán presa del ave rapaz.
¿Cuáles serán esos medios de preservación? Las Escrituras no nos dan ninguna indicación sobre este punto; mas nosotros podemos formular sin temeridad algunas conjeturas.
La Iglesia se acordará del aviso dado por Nuestro Señor para los tiempos de la toma y destrucción de Jerusalén, y aplicable, según el parecer de los intérpretes, a la última persecución.
“Cuando viereis, pues, la abominación de la desolación, anunciada por el profeta Daniel, estar en el lugar santo (¡el que lee, entienda!), entonces los que estén en la Judea huyan a los montes… Rogad que vuestra fuga no sea en invierno ni en sábado, porque habrá entonces tribulación grande, cual no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si no se acortaran aquellos días, no se salvaría hombre viviente; mas en atención a los elegidos serán acortados aquellos días” (Mt. 24 15, 20-22).
En conformidad con estas instrucciones del Salvador, la Iglesia salvará a los pequeños de su rebaño por medio de la fuga; Ella les preparará refugios inaccesibles, donde los colmillos de la Bestia no los alcanzarán.
Uno puede preguntarse cómo habrá entonces refugios inaccesibles, cuando la tierra se encontrará repleta y surcada de vías de comunicación. Hay que contestar que Dios proveerá por sí mismo a la seguridad de los fugitivos. San Juan nos hace entrever la acción de la Providencia.
En el capítulo 12 del Apocalipsis, nos presenta a una Mujer revestida del sol y coronada de estrellas; es la Iglesia. Esta Mujer sufre los dolores del parto; porque la Iglesia da a luz a Dios en las almas, en medio de grandes sufrimientos. Ante ella se aposta un gran dragón rojo, imagen del diablo y de sus continuas emboscadas. Pero la Mujer huye al desierto, “a un lugar preparado por Dios mismo, para que allí la sustenten durante mil doscientos sesenta días” (Apoc. 12 6). Estos 1260 días, que son tres años y medio, indican el tiempo de la persecución del Anticristo, como queda manifiesto por los demás pasajes del Apocalipsis. Por lo tanto, durante este tiempo la Iglesia, en la persona de los débiles, huirá al desierto, a la soledad; y Dios mismo se cuidará en mantenerla escondida y alimentarla.
El fin del mismo capítulo contiene detalles sobre esta huida. Se le dieron a la Mujer dos grandes alas de águila, para transportarla al desierto. El dragón trata de perseguirla, y su boca vomita en pos de ella agua como río; pero la tierra socorre a la Mujer, y absorbe el río. Estas palabras enigmáticas designan alguna gran maravilla que Dios realizará en favor de su Iglesia; la rabia del dragón vendrá a morir a sus pies.
Sin embargo, mientras los débiles orarán con seguridad en una soledad misteriosa, los fuertes y los valientes entablarán una lucha formidable, en presencia del mundo entero, con el dragón desencadenado.
En efecto, está fuera de toda duda que habrá, en los últimos tiempos, santos de una virtud heroica. Al comienzo, Dios dio a su Iglesia los Apóstoles, que abatieron el imperio idólatra, y la fundaron y cimentaron en su propia sangre. Al final le dará también hijos y defensores, probablemente ni menos santos ni menores.
San Agustín exclama, al pensar en ellos: “En comparación con los santos y fieles que habrá entonces, ¿qué somos nosotros? Pues, para ponerlos a prueba el diablo, a quien nosotros debemos combatir al precio de mil peligros, estará desencadenado, cuando ahora está atado. Y sin embargo, añade, es de creer que ya en el día de hoy Cristo tiene soldados lo bastante prudentes y fuertes, para poder despistar con sabiduría, si es preciso, todas sus emboscadas, y soportar con paciencia los asaltos de su enemigo, incluso cuando está desencadenado” (De Civitate Dei, lib. XX, 8).
San Agustín se pregunta luego: ¿Habrá aún conversiones, en esos tiempos de perdición? ¿Se bautizará aún a los niños, a pesar de las prohibiciones del monstruo? ¿Los santos tendrán entonces el poder de arrancar almas de las fauces del dragón furioso? El gran Doctor contesta afirmativamente a todas estas preguntas. Sin lugar a dudas, las conversiones serán más raras, pero por eso mismo resultarán más sorprendentes. Sin lugar a dudas, y por regla general, es preciso que Satán esté atado para que se lo pueda despojar (Mt. 11 29); pero, en esos días, Dios se complacerá en mostrar que su gracia es más fuerte que el fuerte mismo, en su desencadenamiento más furioso.
Cada cual puede observar cuán consoladoras son estas verdades.
Mas ¿quiénes serán los santos de los últimos tiempos? Nos gusta pensar que entre ellos habrá soldados. El Anticristo será un conquistador, y mandará a ejércitos; pero encontrará ante él Legiones Tebanas, héroes de esta raza gloriosa e indomable que tiene a los Macabeos por antecesores, y que cuenta entre sus líneas a los Cruzados, los campesinos de la Vandea y del Tirol, y finalmente los Zuavos pontificios. A esos soldados los podrá aplastar bajo el peso de sus huestes numerosísimas, pero no los hará huir.
Pero el Anticristo será sobre todo un impostor; por consiguiente, encontrará como principales adversarios a los apóstoles armados del crucifijo. Como la última persecución revestirá el aspecto de una seducción, éstos unirán a la paciencia de los mártires la ciencia de los doctores. Nuestro Señor se los hizo ver un día a Santa Teresa, con espadas luminosas en las manos.
A la cabeza de estas falanges intrépidas, aparecerán dos enviados extraordinarios de Dios, dos gigantes en santidad, dos sobrevivientes de las edades antiguas: acabamos de nombrar a Henoc y Elías.

HENOC Y ELÍAS
Los hechos maravillosos que vamos a referir no son suposiciones aventuradas; son verdades sacadas de la Escritura Sagrada, y que sería por lo menos temerario negar.
Antes del fin de los tiempos, y durante la persecución del Anticristo, se verá reaparecer en medio de los hombres a dos personajes extraordinarios, llamados Henoc y Elías.
¿Quiénes son estos personajes? ¿En qué condiciones se realizará su aparición providencial en la escena del mundo? Es lo que vamos a examinar, a la luz de las Escrituras y de la Tradición.
Henoc es uno de los descendientes de Set, hijo de Adán, y tronco de la raza de los hijos de Dios. Es la cabeza de la sexta generación a partir del padre del género humano. El Génesis nos enseña sobre él lo que sigue :
“Jared llevaba de vida ciento sesenta y dos años cuando engendró a Henoc… Henoc llevaba de vida sesenta y cinco años cuando engendró a Matusalén; y caminó Henoc en compañía de Dios, después de haber engendrado a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. Resultaron, pues, todos los días de Henoc trescientos sesenta y cinco años. Ahora bien, Henoc caminó en compañía de Dios, y desapareció, porque Dios le tomó consigo” (Gen. 5 18-25).
Dios arrebató a la edad de 365 años, es decir, dada la extrema longevidad de esa época, en la madurez de su edad. No murió, sino que desapareció. Fue transportado, vivo, a un lugar conocido sólo por Dios. Esto es lo que sabemos de Henoc, patriarca de la raza de Set, bisabuelo de Noé, antecesor del Salvador.
Por lo que se refiere a Elías, su historia es mejor conocida. Henoc, anterior al Diluvio, nació varios miles de años antes de Jesucristo. Elías apareció en el reino de Israel menos de mil años antes del Salvador; es el gran profeta de la nación judía.
Su vida es de lo más dramática (III y IV Reyes). Se podría decir que es una profecía en acción del estado de la Iglesia en tiempos de la persecución del Anticristo. Siempre anda errante, siempre se ve amenazado de muerte, siempre es protegido por la mano de Dios.
Unas veces Dios lo oculta en el desierto, donde lo alimentan unos cuervos; otras veces lo presenta al orgulloso Acab, que tiembla ante él. Dios le entrega las llaves del cielo, para enviar la lluvia o el rayo; lo favorece en el monte Horeb con una visión llena de misterios.
En resumen, lo engrandece hasta darle la talla de Moisés taumaturgo, de manera que juntamente con Moisés escolta a Nuestro Señor en el Tabor.
La desaparición de Elías responde a una vida tan sublimemente extraña. Se lo ve caminar con su discípulo Eliseo; se abre un paso a través del Jordán, golpeando las aguas con su manto. Anuncia que va a ser arrebatado al cielo. De repente, “mientras ellos iban hablando, un carro de fuego y unos caballos de fuego los separaron a entrambos, y subió Elías en un torbellino al cielo. Eliseo lo veía y gritaba : «¡Padre mío, padre mío, carro de Israel y su auriga!» Y no le vio más” (IV Rey. 2 11-12).
De este modo Elías, el amigo de Dios, el celador de su gloria, fue también arrebatado y transportado a una región misteriosa, en la que se encontró con su antecesor, el gran Henoc.
¿Cuál es esta región? Henoc y Elías están vivos, eso es seguro. ¿Dónde los ha escondido Dios? ¿En alguna región inaccesible de esta pobre tierra? ¿En algún lugar del firmamento? Nadie lo sabe.
Se puede afirmar solamente que, por el momento, se encuentran fuera de las condiciones humanas; los siglos pasan debajo de sus pies, sin afectarlos; permanecen en la madurez de su edad, seguramente tal como eran cuando Dios los arrebató de en medio de los hombres.
Su reaparición en la escena del mundo no es menos segura que su desaparición.
En efecto, el autor del Eclesiástico, expresando toda la tradición judía, habla de estos dos grandes personajes en los siguientes términos:
“Henoc agradó a Dios, y fue transportado al paraíso, para predicar la penitencia a las naciones” (Ecles. 44 16).
“¿Quién puede gloriarse de ser tu igual, oh Elías?… Tú, que fuiste arrebatado en un torbellino a lo alto, y por un carro con caballos de fuego; tú, de quien está escrito que fuiste preparado para un tiempo dado, para apaciguar la cólera de Dios, para convertir el corazón de los padres hacia los hijos, y restablecer las tribus de Israel” (Ecles. 48 1-11).
Estas palabras de un libro canónico nos revelan claramente que Henoc y Elías tienen que realizar una misión ulterior. Henoc debe predicar la penitencia a las naciones, o si se prefiere esta traducción, conducir las naciones a la penitencia. Elías debe restablecer un día las tribus de Israel, es decir, devolverles su rango de honor al que tienen derecho en la Iglesia de Dios.
La unanimidad de los doctores ha comprendido que esta doble misión se realizará simultáneamente al fin del mundo. Elías en particular es considerado como el precursor de Jesucristo cuando venga del cielo como Juez; este pensamiento se deduce manifiestamente de los Evangelios (Mt. 17; Mc. 9).
Por lo tanto, los hombres verán un día, y no sin terror, cómo Henoc y Elías vuelven a descender en medio de ellos, y les predican la penitencia con un brillo extraordinario. San Juan los llama los dos testigos de Dios, y los pinta como sigue en su Apocalipsis (11 3-7) :
“Daré orden a mis dos testigos, y profetizarán vestidos de saco mil doscientos sesenta días.
Estos son los dos olivos y los dos candelabros que están en la presencia del Señor de la tierra. Y si alguno les quiere hacer mal, saldrá fuego de su boca y devorará a sus enemigos. Y si alguno pone su mano sobre ellos, perecerá sin remedio del mismo modo.
Estos tienen la potestad de cerrar el cielo para que no llueva durante los días de su profecía, y tienen potestad sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con todo linaje de plagas, siempre y cuando quisieren”.
¿Quién no reconoce en este retrato al Elías del Antiguo Testamento, que cerró el cielo durante tres años y medio, e hizo caer fuego del cielo sobre los soldados que venían a capturarlo?
Los mil doscientos sesenta días señalan el tiempo de la persecución final, como ya lo hemos hecho observar. La aparición de los testigos de Dios coincidirá, pues, con la persecución del Anticristo.
Hay que reconocer que el socorro dado a la Iglesia será proporcionado a la magnitud del peligro.
Los dos testigos de Dios, revestidos de las insignias de la penitencia más austera, irán por todas partes, y en todas partes serán invulnerables; una nube, por decirlo así, los cubrirá, y fulminará a quienquiera ose tocarlos. Tendrán en sus manos todas las plagas, para herir con ellas a la tierra según su arbitrio. Predicarán con una libertad suma, en la misma presencia del Anticristo.
Este se estremecerá de rabia; y habrá un duelo formidable entre el monstruo y los dos misioneros de Dios.

viernes, 19 de julio de 2019

LA IGLESIA DE CRISTO... : Una Revisión de la Doctrina Básica sobre la Iglesia Católica. Por el Rev. Padre Francisco Radecki Traducción: Rev. P. Pio Espina y Rev. P. Gabriel María Rodrigues

La Autoridad de la Iglesia
La protección y orientación del Espíritu Santo se reflejan en los tres atributos de la Iglesia Católica: autoridad, infalibilidad, e indefectibilidad. La Iglesia Católica recibió su autoridad de Jesucristo su Fundador, que dijo: “El que os oye, a mi me oye” (Luc 10,16).
Cristo dijo a los Apóstoles a que “enseñasen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándolas a observar todo cuanto Yo os he ordenado” (Math. 28: 19-20).
Jesucristo, que fundó la Iglesia Católica, le dio Su autoridad por la que el Papa gobierna la Iglesia Universal, los obispos sus diócesis y rebaños, y los sacerdotes sus feligreses. Los tres anillos de la tiara papal simbolizan que el Papa está para enseñar, gobernar y santificar.

El Interregno.
La Iglesia sigue trabajando cuando la Sede de Pedro está vacante entre el reinado de los Papas (el interregno), mientras ella está esperando a que un sucesor sea electo o cuando hay un papa dudoso. Ya que la Iglesia Católica debe trabajar incesantemente para la salvación de las almas hasta el final de los tiempos, ella suministra la jurisdicción a los obispos y sacerdotes durante el periodo de interregno.
La Doctrina del Magisterio, consistiendo en el Papa y los obispos enseñando en unión con él, enseña infaliblemente las doctrinas de Cristo y las hace disponibles por todo el orbe. La autoridad es transferida desde Cristo, la Cabeza de la Iglesia Católica al Papa, Su vicario en la tierra, a los obispos nombrados por el Papa (1) y a los sacerdotes que sirven a las parroquias. El Concilio de Trento (1545-1563) enseñó que los poderes dados por Cristo a los Apóstoles fueron transferidos a los obispos.
Los oficios honoríficos en la Iglesia no dan poderes adicionales al sacramento. Los cardenales eligen Papas; los arzobispos gobiernan otras archidiócesis; los monseñores son sacerdotes que han sido honrados por el Papa por un servicio distinguido.

La Infalibilidad.
El Papa es protegido, por la infalibilidad papal, de enseñar a la Iglesia Universal cualquier cosa contraria a la fe y buenas costumbres. Cuando el Papa define infaliblemente una doctrina, él simplemente hace una pública declaración de lo que siempre fue enseñado por la Iglesia.
Cristo proveyó para la exacta transmisión de Sus inmutables enseñanzas de edad en edad a través de la infalibilidad papal, la divina salvaguardia que protege a los Papas de enseñar la herejía en materia de fe y moral. Un Papa no puede inventar nuevas doctrinas ni enseñar algo contrario al Deposito de la Fe. Monseñor Van Noort explica: “La infalibilidad no es apenas la ausencia de error, sino la imposibilidad de errar” (Christ’s Church, p. 119).
El Papa Pio XII escribió sobre la infalibilidad de las encíclicas papales en Humanis Generis: “… si el Supremo Pontífice en sus documentos oficiales juzga a propósito un tema que está en disputa, es obviamente que el tema, de acuerdo con la mente y el querer del mismo Pontífice, con puede ser más considerada como una cuestión abierta a discusión entre los teólogos.”
El Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu de Verdad, protege al Papa de enseñar el error, como fue confirmado por el Concilio Vaticano de 1869 al 1870: “… el Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de Pedro de forma que, por Su revelación ellos pudieran manifestar una nueva doctrina, sino que, por Su asistencia, guardarían como sagrado y propondrían fielmente la revelación propagada por los Apóstoles, o el Deposito de la Fe” (Pastor Aeternus, c. 4. Pio Papa XII, Munificentíssimus Deus, 1 de Noviembre de 1950).

Indefectibilidad
La Indefectibilidad significa que Cristo estará con Su Iglesia todo el tiempo y que ella existirá hasta el final del mundo. “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo” (Math. 28-20).

Los herejes seleccionan y eligen lo que quieren.
Aunque una religión se pareciera un buffet, donde uno puede elegir las creencias, tendría esto apariencia religión, pero carece de sustancia. A través de los siglos líderes religiosos rebeldes han dejado la Iglesia Católica y fundado sus propias religiones. Muchos de estas religiones llevan los nombres de sus fundadores, de los cuales rechazaron enteramente o las creencias o las prácticas o desarrollaron otras nuevas.
Estos líderes, que rechazaron la autoridad de la Iglesia Católica, se establecieron como expertos en materias religiosas y vinieron a ser, para sus seguidores, la suma autoridad religiosa. Algunos siguieron privatizando la interpretación de la Escritura y rechazando igualmente la Tradición Apostólica. Otros cuestionaron la consistencia de las enseñanzas de los Papas, así como a aquellas de los Padres y Doctores de la Iglesia.
Puesto que las religiones hechas por el hombre son subjetivas, tienen inconsistencias y contradicciones. La Iglesia Católica es la única religión en el mundo que ha retenido esencialmente las mismas creencias y el mismo culto desde su fundación hasta el presente día.
Los herejes a menudo exageran una doctrina de la Fe y niegan otras. Ellos mantienen una apariencia de enseñanza Católica para más fácilmente engañar a sus seguidores. La herejía, una negación de una o más doctrinas de fide de la Iglesia, se basa en una soberbia y rebelión contra Dios, Sus leyes y su Iglesia.

Todo o nada.
El credo Católico es un conjunto – todo o nada. Considere las palabras de la Profesión de Fe del Concilio de Trento y las de la constitución Nuper ad nos del Papa Benedicto XIV:
“Además, todas las otras cosas enseñadas, definidas y declaradas por los sagrados cánones y por los Concilios ecuménicos… yo acepto y profeso sin hesitar, y al mismo tiempo todas las cosas contrarias a los mismos… igualmente condeno, rechazo y anatematizo” (Denzinger 1000, 13 de Noviembre de 1565, Injunctum Nobis, Papa Pio IV).
“Igualmente, yo acepto y profeso todas las otras cosas que la Santa Iglesia Romana acepta y profesa, e igualmente condeno, rechazo y anatematizo… todas las cosas contrarias, tanto los cismas cuanto las herejías, que han sido condenadas, rechazadas y anatematizadas por la misma Iglesia” (Denz. 1473, 16 de Marzo de 1743).
Un católico debe creer en todos los dogmas de fe de la Iglesia. Un católico practicante concurre a la Misa todos los domingos y recibe frecuentemente los sacramentos de la Penitencia y de la Santa Eucaristía. La Fe católica es un conjunto uniforme cuyas doctrinas y prácticas están intrínsecamente ligadas unas a otras. Las Sagradas Escrituras, la Tradición Apostólica, los escritos de los Papas, los Concilios generales, los Padres y Doctores de la Iglesia (2) y los santos comunican el mismo mensaje y no se contradicen los unos a los otros. Si parece que hubo alguna contradicción, esto es causa de una mala interpretación.

La Redención
Nuestro Señor redimió al género humano y abrió las puertas del Cielo a través de su Pasión y Muerte en la Cruz. “Dios amó tanto al mundo que dio su Hijo Unigénito, para que aquél que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna” (Io 3:16). Jesús reparó el pecado original y el pecado de todos; sin embargo, cada persona es todavía tiene la responsabilidad de trabajar con “temor y temblor” (Phil 2:12) por su propia salvación. “Por lo que un hombre siembre, esto cosechará” (Gal 6:8).
Dios espera que cada uno viva una vida virtuosa, muera en estado de gracia y sea un ejemplo para todos. Aunque Jesús murió para reparar a los pecados de todos, no son todos los que se salvan: “Porque esta es Mi Sangre, la de la nueva alianza, que es derramada [eficazmente] por muchos para la remisión de los pecados.

Las formas extremas de ver la Salvación hoy día.
Muchos de la actualidad creen erróneamente que ellos son automáticamente salvados. Algunos piensan que están salvados meramente por aceptar a Jesús como a su Salvador personal. Otros creen que por estar bautizados, ellos pueden hacer los quieran. Ninguno de estos puntos de vista es correcto.
Otros ataques en contra la justicia y misericordia de Dios e incluso en contra el libre albedrío.
A causa de la Salvación Universal todos están salvados incluso si no hacen lo que Dios manda.
Uno no se salva al menos que haya recibido el Bautismo de agua.
Dios predestina las personas que serán salvadas y las que se condenarán.

La Justificación.
Santo Tomás de Aquino escribió sobre la necesidad de estar incorporado a Jesucristo ya que “… pues debajo del cielo no hay otro nombre dado a los hombres, por medio del cual podemos salvarnos” (Act. 4:12). El tema es elucidado por Canon Smith:
“Tratando de la cuestión de que si un hombre puede ser salvado sin el Bautismo, Santo Tomas alude a que si el Bautismo actual es debidamente ausente por circunstancias accidentales, el deseo, procediendo de la ‘fe y trabajando a través de la caridad’, estará en la providencia de Dios su santificación interna. Pero cuando uno tiene ausencia del Bautismo actual y culpablemente se abstiene del deseo del Bautismo, ‘aquellos que no se bautizaren bajo tales condiciones no puede salvarse, porque ellos ni sacramental ni mentalmente están incorporados a Cristo, del cual solo viene la salvación.’” (The teachings of the Catholic Church, Vol. II, p. 675. Romanos 4, 11. III Q. 68, art. 2).

El Papa Pio XII condenó repetidamente el concepto de la salvación universal:
“Algunos reducen a una formula sin sentido, la necesidad de pertenecer a la Verdadera Iglesia, a fin de ganar la salvación eterna” (Humani Generis, pfo. 45 y 42)
“Actualmente apenas estos son incluidos como miembros de la Iglesia, los que han sido bautizados y profesan la verdadera fe, y los que no han tenido la desgracia de separarse de la unidad del Cuerpo, o ser excluidos por la legítima autoridad a causa de una grave falta cometida.” (Mistici Corporis Cristi, 22.)

El Papa también explica la necesidad de unirse Iglesia Católica para aquellos que están fuera de ella:
“… implorando las oraciones de toda la Iglesia para invitar desde lo más intimo del corazón a todos y a cada uno de ellos a que rindiéndose libre y espontáneamente a los internos impulsos de la gracia divina, se esfuercen por salir de ese estado, en el que no pueden estar seguros de su propia salvación eterna; pues, aunque por cierto inconsistente deseo y voto están ordenados al Cuerpo Místico del Redentor, carecen sin embargo de tantos y tan grandes dones y socorros celestiales, como sólo en la Iglesia Católica es posible gozar. Entren, pues, en la unidad católica y, unidos todos con Nos en el único organismo del Cuerpo de Jesucristo, converjan en una sola Cabeza en comunión de amor gloriosísimo. Sin interrumpir jamás las plegarias al Espíritu de Amor y de Verdad, Nos los esperamos con los brazos elevados y abiertos como a los que vienen no a la casa ajena sino a la propia casa paterna.”

El Bautismo de Deseo y Bautismo de Sangre.
Muchos católicos aprenden primero la doctrina sobre los bautismos de deseo y de sangre en el Catecismo. El Dr. Ludwig Ott resume (7) consistentemente el asunto:
“En caso de emergencia, el Bautismo de agua puede ser reemplazado por el de deseo o por el de sangre.”
El Bautismo de deseo (Baptismus flaminis sive Spiritus Sancti):
“El Bautismo de deseo es el explicito o implícito deseo del Bautismo sacramental () asociado a la contrición perfecta (contrición basada en la caridad).
… de acuerdo con la enseñanza de la Sagrada Escritura el amor perfecto tiene el poder de justificar. ‘Muchos pecados le fueron perdonados a ella porque ha amado mucho’ (Luc 7:47). ‘El que me ama será amado por Mi Padre: y Yo lo amaré y me manifestaré a él.’ (Io 14:21) ‘Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso’ (Luc 23:43)”.
“El Bautismo de deseo obra [por la obra de la persona]. Él confiere la gracia santificante, que perdona al pecado original y a todos los pecados actuales, y libra del castigo eterno por el pecado.
Bautismo de Sangre (Baptismus sanguinis):
“El bautismo de sangre significa el martirio de una persona no bautizada, que es, que es el paciente sufrimiento de una violenta muerte o un algún asalto que naturalmente llevaría a muerte, por razón de una confesión de fe Cristiana [Católica], o por la práctica de una virtud Cristiana. Desde el principio los Padre consideraron al martirio como un substituto del bautismo. El bautismo de sangre no opera solamente … sino que siendo una confesión objetiva de la Fe, él obra también cuasi . El confiere la gracia de la justificación, y cuando las disposiciones propias están presentes, también la remisión de los pecados veniales y el castigo temporal.” (Ott. p. 356-357).

El Catecismo enseña:
“El bautismo de deseo quita a todo pecado, original y actual, y el debido castigo eterno por el pecado. Sin embargo, no emprime carácter en las almas, ni tampoco quita necesariamente todos los castigos temporales debidos por los pecados actuales. El bautismo de sangre no imprime carácter en el alma, ni le da el derecho de recibir los otros sacramentos. Sin embargo, confiere la gracia y quita el pecado, original y actual, y el castigo debido al pecado” (pp. 188-189).
Aquellos que vienen a ser miembros de la Iglesia Católica por el Bautismo de deseo y por el de sangre deben tener necesariamente un claro deseo, explicito o implícito, de recibir el sacramento del bautismo y hacer a cualquier otra cosa que Dios mande. Por lo tanto, no hay contradicción con la doctrina infalible: fuera de la Iglesia no hay salvación”, ya que estos individuos, que han sido justificados, murieron en estado de gracia santificante como miembros de la Iglesia Católica.

Nulla Salus Extra Ecclesia (No hay salud fuera de la Iglesia)
La Carta del Santo Oficio al Cardenal Cushing, del 8 de Agosto de 1949, estatuye:
“La infalible sentencia que nos enseña que fuera de la Iglesia no hay salvación está entre las verdades que la Iglesia enseñado siempre y siempre enseñará. Pero este dogma debe ser entendido como la Iglesia misma lo entiende. Porque Nuestro Salvador no dejó al juicio privado la explicación de lo contenido en el Depósito de la Fe, sino que la dejó a la autoridad doctrinal de la Iglesia.” (Cf. John Clarkson S.J. , p. 119).
“… Por lo tanto, nadie que sabe que la Iglesia fue divinamente establecida por Cristo, y, a pesar de eso, rehúsa ser miembro de la Iglesia o rehúsa obedecer al Romano Pontífice, el Vicario de Cristo en la tierra, se salvará.”
El Cuarto Concilio de Letrán (1215), en el primer capítulo del documento sobre la Fe católica, declara: “De hecho una sola es la Iglesia Universal de los fieles, fuera de la cual nadie de ninguna manera se salva…” La Profesión de Fe del Concilio de Trento enseña: “Esta verdadera Fe Católica, fuera de la cual nadie puede salvarse…”
(Denz. 1000)
El Papa Eugenio IV escribió la bula papal (04/02/1441) durante el concilio de Florencia, que atendía a hacer regresar a la Iglesia Católica las iglesias cismáticas del Este. Desafortunadamente, gran número de líderes ortodoxos y sus fieles permaneció en la mala fe. Muchos de estos murieron cuando sus países fueron atacados por los musulmanes árabes. Al mismo tiempo, otros líderes ortodoxos y sus iglesias formalmente cismáticas se reincorporaron a la Fe Católica. El documento transmite dos ideas.
“La Santísima Iglesia Católica, fundada bajo la voz de nuestro Señor y Salvador… cree firmemente, profesa y proclama que aquellos que no permanecen dentro de la Iglesia Católica… no pueden venir a ser participantes de la vida eterna… al menos que antes del final de la vida los mismos se hayan adherido al rebaño;… y que nadie, por mas limosna que haya dado, aunque haya derramado su sangre por el nombre de Cristo [profesando una religión no-católica], puede ser salvado, si no permaneciese en el seno y unidad de la Iglesia Católica. (Denz. 703 714)

La Ignorancia Invencible
El Papa Pio IX el concepto erróneo como contrario a la enseñanza Católica que “los hombres que viven en error, y separados de la verdadera fe y de la unidad Católica pueden alcanzar la vida eterna” (, 10 de agosto de 1863) (10). El mismo Papa describe la ignorancia invencible como algo distinto:
“Porque, se debe sostener por la fe que fuera de la Iglesia Apostólica Romana, nadie puede salvarse; que esta es la única arca de la salvación; que el que no entrare allí, perecerá en la mar; pero, por otro lado, es necesario sostener por cierto el que aquellos que trabajan en ignorancia de la verdadera religión, si esta ignorancia es invencible, ellos no están manchados por ninguna culpa ante los ojos de Dios. Ahora bien ¿Quién será tan arrogante que sea capaz de señalar los límites de esta ignorancia, conforme a la razón y variedad de pueblos, regiones, caracteres y tantas otras y tan numerosas circunstancias?”(, 9 de Diciembre de 1854, Denz. 1647)
“Hay, por supuesto, quienes luchan contra la ignorancia invencible acerca de nuestra santa religión. Observando sinceramente la ley natural y los preceptos inscriptos por Dios en el corazón de todos y estando listos para obedecer a Dios, ellos (los ignorantes) viven vidas honestas y pueden llegar a alcanzar la vida eterna por la de la virtud eficaz de la luz divina y de la gracia. Dios conoce, examina y claramente entiende las mentes, los corazones, los pensamientos, y la naturaleza de todos, Su suprema amabilidad y clemencia de ninguna manera permite que alguien, sin ser culpable de un pecado deliberado, sufra el eterno castigo” (, 10 de agosto de 1863).
El Papa Inocencio III escribió una carta () a Berthold, Obispo de Metz, el 28 de agosto de 1206, sobre un judío que vivía entre no-católicos que intentó bautizarse a sí mismo. El Papa dijo que él debía ser bautizado por otro, si es que todavía estaba vivo. Y continua: “Sin embargo, si tal individuo ha muerto inmediatamente, hubiera volado al instante a la patria celeste por la fe en el sacramento, aunque no por el sacramento de la fe.”(Denz. 413)

La Contrición Perfecta
San Alfonso de Ligório escribió en sus : “Dios no puede volver el rostro de aquellos que se arrojan a Sus pies con un corazón humilde y contrito. ¡Oh, con cuanta ternura Dios abraza al pecador que se vuelve a Él!” Recuérdese la humilde contrición de Santa María Magdalena. El eminente Doctor de la Iglesia, San Roberto Belarmino dijo: “El arrepentimiento destruye a todo pecado” (). La perfecta contrición es a menudo una clara manifestación del amor de uno hacia Dios.

La Fe y la Caridad Sobrenatural
La carta del Santo Oficio (Prot. N. 122/49) del 8 de Agosto de 1949, explicando el Bautismo de deseo y de sangre, estatuye:
“Pero no debe ser enseñado que cualquier clase de deseo de integrarse a la Iglesia sea suficiente para que uno se salve. Es necesario que el deseo, por el cual uno es integrado a la Iglesia, sea animado por una perfecta caridad. Ni tampoco un deseo implícito puede producir su efecto, sin la fe sobrenatural.”
El Concilio de Trento (Sesión VI capitulo 8) declara:
“La fe es el principio de la salvación humana, el fundamento y raíz de toda justificación, sin ella es imposible agradar a Dios y llegar al consorcio de sus hijos.” (Denz. 801. Ver Hebreos 11,6)
El Padre Francis Connell, CSSR, escribió:
“La virtud o habito de la fe es necesario para la salvación por la absoluta necesidad de los medios. Porque nadie puede salvarse sino el que deja este mundo en estado de gracia santificante; y el que deja este mundo en estado de gracia santificante siempre posee la virtud de la fe” ()
San Francisco de Sales describe el enlace que hay entre la fe y la caridad cuando él escribe:
“Cuando la caridad es unida y adjuntada a la fe, aquella vivifica a esta. Así como el alma no puede permanecer en el cuerpo sin producir acciones vitales, la caridad no puede estar unida a nuestra fe sin producir obras conformes a ella.”
La obediencia a Dios y a Sus leyes, y la fe y caridad sobrenatural son necesarias para la salvación. “Al presente permanecen la fe, la esperanza y la caridad, estas tres; mas la mayor de ellas es la caridad” (1 Cor 13,13).

Los Papas recuerdan a todos a que dejen el juzgar para Dios
Ya que Jesucristo murió en la cruz para redimir al género humano, Él juzgará a cada uno en el Juicio Particular luego de la muerte, y todo al género humano, en el Juicio Universal. Dios, que ve a todas las cosas, juzga con justicia e imparcialidad. La Misericordia y la Justicia son perfectamente balanceadas en Él como lo describe el Segundo Libro de los Macabeos (1, 24-25): “El Señor Dios, Creador de todas las cosas, terrible y fuerte, justo y misericordioso, Tú que eres solo el Rey Bueno, el solo excelente, el solo justo, omnipotente y eterno.”
En la alocución del 9 de Diciembre de 1854 el Papa Pio IX estatuye:
“Lejos de Nos, Venerables Hermanos, presumir poner límites a la infinita misericordia de Dios; lejos de Nos, desear escrudiñar el consejo oculto y los “juicios de Dios”que son “profundísimos” y no puede ser penetrado por el entendimiento humano.”
Es cosa temeraria e imprudente que un cualquiera declarare autoritariamente la salvación o condenación de alguien. En su encíclica el Papa Gregorio XVI escribió:
“Propio es de hombre soberbio o, más bien, insensato, pesar por balanzas humanas los misterios de la fe, “que superan todo sentido” (Phil 4,7), y confiarlos a la consideración de nuestra mente, que por condición de nuestra naturaleza, es débil y enferma”. (Denz.1616)
Aquellos que juzgan al prójimo son similares al fariseo que se alaba a sí mismo mientras se lamenta de los terribles pecados del publicano arrepentido como se nos narra en San Lucas 18: 9-14:
“Yo te digo, este hombre [el publicano arrepentido] bajó justificado a su casa más que el otro; todo aquel que se ensalza será humillado y todo aquel que se humilla será ensalzado”
Jesús, que perdonó a San Dimas y alabó a la fe del Centurión de Cafarnaúm cuyo criado curó (Math 8:10-11), será el único Juez Final que determinará quién será salvo y quien se condenará eternamente.

viernes, 12 de julio de 2019

Revista Roma N° 117 UNA ENFERMEDAD DE LA INTELIGENCIA: EL LIBERALISMO Daniel Raffard de Brienne

Sometido a las consecuencias del pecado original, el hombre con demasiada frecuencia se entrega a seguir los impulsos de las tres concupiscencias. Una de ellas en particular, el orgullo, lo incita a renovar sin cesar lo que fue el pecado original: “Seréis como dioses”. Hinchado de su similidivinidad, el hombre pretende ser el maestro de la verdad. Su inteligencia ya no le sirve para sondear humildemente la realidad, sino solamente para interpretarla según las concepciones que ella elabora a priori. La inteligencia, de receptora, se convierte en emisora. Para ella, el sujeto modela al objeto, la realidad nace de la idea y la verdad se conforma por consiguiente a esa idea.
La inteligencia se cree divina en el momento preciso en que se halla en regresión. Pues es una regresión entregarla a las impresiones del sujeto, cuando éste es el juguete de esas facultades inferiores que son las pasiones, los sentimientos, la sensibilidad. Finalmente, la inteligencia ya no sirve sino para justificar, por medio de esas construcciones artificiales que son las ideologías, los desbordes de las facultades inferiores abandonadas a la concupiscencia. La propia voluntad libre deja el lugar a la esclavitud de las turbias pasiones que se encuentran en el fondo de todas las desviaciones que su mal uso impone a la inteligencia: la sensualidad, el odio, la envidia...
No repetiremos aquí el análisis y la crítica, que ya hemos hecho[1], del pensamiento idealista y subjetivo y de las principales ideologías que ha inducido. En general, esas ideologías no rechazan las realidades materiales evidentes, aunque puedan, como el marxismo, reducirlas a no ser sino fuerzas evolutivas. Esto las conduce más o menos directamente a un materialismo muy alejado del realismo. De cualquier manera, partiendo del sujeto y no del objeto, desembocan, no en la verdad que es conformidad con la realidad, sino en el error o más bien en una multitud «le errores donde se encuentran necesariamente unas o varias contradicciones.
La Iglesia, detentora de la única verdad expresada en una doctrina completa y coherente, no puede dejarse ganar por las ideologías. Pero los hombres de Iglesia, ellos sí, son vulnerables. La historia muestra que muchos de entre ellos no han temido extraviarse fuera de la vía estrecha de la verdad para seguir caminos artificiales.
El más amplio y sin duda el más peligroso de esos caminos, es el del liberalismo. El liberalismo, por sus efectos disolventes, allana el terreno en provecho de ideologías que se pretenden constructivas. Depende de un pensamiento esencialmente destructor que tiende a la liberación del hombre respecto a todas las coacciones. Considera, en efecto, como alienaciones de una libertad sin límites a las injustas coacciones que constituye a sus ojos el respeto del orden natural y de las leyes morales. En fin de cuentas, el liberalismo cuestiona de nuevo a la verdad, fundamento de ese orden y de esas leyes.
Para los liberales, o bien la verdad única y objetiva no existe, o bien ella permanece inaccesible, pues no se debe privilegiar a ninguna de las respuestas que puede aportar el espíritu humano: no puede haber certeza. A cada sujeto le corresponde elaborar su propia “verdad” y nada autoriza a favorecer a una de esas “verdades”. Se ve que el liberalismo so sitúa exactamente en los antípodas de la doctrina católica. Los liberales son de tal modo conscientes de ello, que a pesar de su tolerancia teórica hacia todas las “verdades”, y por una de esas contradicciones que muestran la falsedad de sus concepciones, siempre han perseguido a la Iglesia y a la religión católica.
El liberalismo entró con fuerza en la historia con la Reforma del siglo XVI. Uno se equivocaría limitando el protestantismo al antipapismo y a algunas diferencias doctrinales. De modo mucho más fundamental, él aporta el cuestionamiento global de la verdad al inventar el “libre examen”, que permite a cada uno construir su propia religión partiendo de una interpretación personal de los textos bíblicos. Por supuesto, el libre examen puede conducir lógicamente a cuestionar la historicidad y la objetividad de esos textos. Puede también llevar, como ya lo hizo Lutero, a suprimir o modificar los pasajes que contradicen la opinión que uno se ha hecho. Por supuesto también, pese a sus principios de libertad y en contradicción con ellos, los reformadores no soportaron sus mutuas divergencias de interpretación. Todavía menos soportaron el mantenimiento de la doctrina católica y combatieron violentamente a la Iglesia.
Nacida en el seno del protestantismo y no sin sufrir influencias judias, la Franc-IMasonería se difunde en el siglo XVIII. Su organización en pirámide de sociedades secretas le facilita la infiltración en los ambientes influyentes y le va a permitir modificar profundamente el curso de la historia. Mucho peor que su secreto, la ideología de la Masonería se revela aun más disolvente que la de la Reforma. Los rastros de doctrina y de moral que podía conservar el libre examen de la Biblia son barridos en nombre de la tolerancia. El programa masónico se resume en la célebre fórmula: solve et coagula: “disuelve y reúne”. Disolución de la sociedad natural. Reunión en una no-sociedad libre, igual y fraternal, en una suerte de ecumenismo formado alrededor de algunos términos abstractos bajo el ala de la Franc-Masonería. El antidogmatismo fundamental de las sociedades secretas choca de frente con la firme doctrina católica. El principal combate de la Masonería se lanzará por consiguiente contra la Iglesia. Y ese combate será tanto más encarnizado en cuanto que no es sino un paroxismo de la rebelión que conduce por medio de los hombres el Príncipe de la mentira contra Dios, autor de la Verdad.
Los esfuerzos de la Masonería desembocarán en desencadenar la Revolución de 1789 que se esforzará por destruir sistemáticamente el orden natural y que aplicará terribles golpes, que ella hubiera querido mortales, a la Iglesia: la Revolución fue ante todo anticatólica. Desde entonces, ya sea en la calma o en la violencia, no dejan de sucederse o de enfrentarse el solve liberal y el coagula socialista, ambos de esencia masónica, ambos enemigos de la Iglesia pues enemigos de Dios.
No contenta con atacar a la Iglesia desde el exterior, la Franc-Masonería se encargó de infiltrar a sus agentes en el interior de la ciudadela. Ya la subversión del clero bajo la Revolución se había beneficiado con la presencia de numerosos clérigos en las logias. Una calculada ofensiva volvió a comenzar en ese sentido desde comienzos del siglo XIX, y con justicia se acusó desde entonces y se acusa todavía a numerosos prelados de pertenecer a la secta masónica: así, el cardenal Rampolla, que por poco casi fue elegido papa en lugar de San Pío X, o Monseñor Bugnini, el autor de la nueva misa llamada de PabloVI.[2]
Todavía más peligrosas que los hombres, las ideas penetraron también en la plaza. Se vio aparecer un “catolicismo liberal”, a la espera de un “socialismo cristiano” (en ambos casos, la asociación de dos términos contradictorios basta para probar la falsedad de la ideología).
Los papas descubrieron el peligro y, hasta Pío XII, no cesaron de denunciarlo. Condenaron repetidas veces a la Franc-Masonería, al liberalismo y al socialismo. Condenaron también a Lamennais y a su cristianismo liberal como a Sangnier y a su democracia cristiana. Pío IX presentó incluso en el Syllabus un catálogo de proposiciones condenadas. Y San Pío X estigmatizó al modernismo como al colector de todas las herejías, tan verdad es que el solve liberal reabre el camino a todos los viejos errores.
La multiplicidad de las condenaciones muestra el poco resultado de cada una de ellas. Por cierto, la Iglesia no podía esperar destruir la Franc-Masonería sin la acción del brazo secular. Pero ni siquiera llegaba a impedir la infiltración en su seno de los hombres y de las ideas más subversivos, pues los nuevos heresiarcas tenían cuidado de camuflarse y mantenerse en ei uparuio eciesiai. asi se difundió una doctrina heterodoxa en la que el hombre tendía a pasar antes que Dios. En ella se hablaba más de los derechos del hombre o de dignidad humana que de deberes para con Dios; de justicia social que de salvación eterna. Los dogmas se tornaban en ella relativos, sometidos al evolucionismo; su fundamento, la Sagrada Escritura, ya no era sino el testigo del pensamiento contingente en el tiempo de sus redactores. De eso se seguía que la verdad ya no tenía valor absoluto; que debía adaptarse sin cesar en función de la evolución de las costumbres y de la historia; que por consiguiente, si todas las religiones podían poseer retazos de ella, ninguna podía pretender retenerla por entero. Se imponía la idea de reagrupar a todas esas religiones alrededor de algunas nociones de base, borrosas de preferencia para mayor facilidad, en un seudo-“ecumenismo” de inspiración totalmente masónica.
No se podía imaginar una doctrina más contraria a la de la Iglesia. Sin embargo, esta doctrina fue (provisioriamente) impuesta a la Iglesia por el grupo de prelados complotados que, mediante un golpe palaciego[3], se apoderaron del Concilio Vaticano II. Los responsables no dudaron, por otra parte, en comparar este Concilio a “1789” o a la “revolución de octubre”, para señalar bien la ruptura entre la Iglesia y lo que ellos mismos llaman “la Iglesia conciliar”. La lógica revolucionaria los condujo a combatir exclusivamente y con encarnizamiento los vestigios y supervivencias de “la Iglesia del pasado”. La Iglesia conciliar se encuentra en efecto prisionera de la eterna contradicción del liberalismo incapaz de coexistir con la verdad. Le es necesario destruir supervivencias cuya persistencia y reviviscencia bastan para arruinar la tesis del evolucionismo inevitable y que pueden, si bien no dar mala conciencia a los reformadores, al menos molestarlos sirviendo de puntos de referencia a partir de los cuales se puede juzgar la extensión de la apostasía a donde conduce el pretendido “ecumenismo”.

[1] “Le deuxiéme étandard” (Lecture et Tradition n9 115); y también “Cheminant vers la vérité. Éléments de reflexión apologétique” (Lecture et Tradition n9 113).
[2] No damos aquí las referencias justificativas de esta rápida recorrida histórica. Ellas son bien conocidas.
(“LES VOIES ÉTRANGES DE L’OEOUMÉNISME”, capítulo II, in: “Lecture et Tradition”, n9 149-150, juillet-aoüt 1989, pp. 6-9). (Trad.: Thomas Me Ian).
• “LECTURE ET TRADITION” es un “boletín literario, contrarrevolucionario”, dirigido por Jean AUGUY. Dirección: Chiré-en-Montreuil —86190 Vouillé— France. Suscripción anual: 130 FF.
DANIEL RAFFARD DE BRIENNE es el autor de nueve excelentes trabajos, publicados todos en “Lecture et Tradition”:
“Lex Orandi. La Nouvelle Messe et la Foi”. (n9 101; mai-juin 1983).
“Lex Credendi. La Nouvelle Catéchése et la Foi”. (n9 107; mai-juin 1984).
[3] Sobre ese golpe palaciego, véase en particular: 
P. Ralph WILTGEN; S. V. D. : The Rhine flows into the Tiber; A History of Vatican II (Hawtorn Books, 1967)
Mons. Lefebvre: "Il l'ont découronné (Fideliter 1987).
Romano Amerio: Iote Unum. Studio delle variazioni della Chiesa Cattolica nel secolo XX (Riccardo Riccardi, 1985)