martes, 25 de mayo de 2021

DE LA PACIENCIA EN LAS ENFERMEDADES.


Dije que el Señor le regaló, porque los santos estimaban como regalos las enfermedades y dolores que el Señor les enviaba. Cierto día, San Francisco de Asís se hallaba en cama, acabado de dolores, y un compañero que le asistía le dijo: " Padre, ruegue a Dios que le alivie este trabajo y que no cargue tanto la mano sobre usted ". Al oír esto, se lanzó prontamente el Santo de la cama y, arrodillado en tierra, se puso a dar gracias a Dios dd aquellos dolores, y, vuelto al compañero, le dijo: " Sepa, hermano, que, si no supiera yo que había hablado por sencillez, no quisiera volverlo a ver ".
Enfermo habrá que diga: A mí no me desagrada tanto padecer cuanto verme imposibilitado de ir a la Iglesia para practicar mis devociones, comulgar y oír Misa; no puedo ir al coro a rezar el oficio con mis compañeros; no puedo celebrar, ni siquiera puedo hacer oración, por los dolores y desvanecimientos de cabeza. Pero, por favor, dígame: y ¿ para que quiere ir a la iglesia o al coro ? ¿ Para qué ir a comulgar, a celebrar o a oír Misa ? ¿ Para agradar a Dios ? Pero si ahora no le agrada a Dios que reze el oficio, que comulgue ni que oiga Misa, sino que lleve con paciencia en el lecho las penalidades de la enfermedad... Si esta mi respuesta no es dd su agrado, es señal de que no busca lo que a Dios agrada, sino lo suyo. El venerable P. Maestro Ávila, escribiendo a un sacerdote que se quejaba de este modo, le dice: " No tantees lo que hiciera estando sano, mas cuánto agrades al Señor con contentarte con estar enfermo. Y si buscas, como creo que buscas, la voluntad de Dios puramente, ¿ que más se te da estar enfermo que sano, pues que su voluntad es todo nuestro bien?" Dices que no puedes hacer oración porque anda desconcertada la cabeza.
Concedido: no puedes meditar, pero ¿ y no puedes hacer actos de conformidad con la voluntad de Dios? Pues sabe que, si te ejercitas en tales actos, tienes la mejor oración que puedas tener, abrazando con amor los dolores que te afligen. Así lo hacia San Vicente de Paúl: cuando estaba gravemente enfermo, se ponía gravemente en la presencia de Dios, sin violentarse en aplicar el pensamiento en un punto particular, y se ejercitaba de cuando en cuando en algún acto de amor, de confianza, de acción de gracias y, más a menudo, de resignación, mayormente cuando con más fiereza le asaltaban los dolores. San Francisco de Sales decía que " las tribulaciones, consideradas en sí mismas, son espantosas; pero, consideradas como voluntad de Dios, son amables y deleitosas ". ¿ Que no puedes hacer oración ? Y ¿ qué mejor que repetir las miradas al crucifijo, ofreciéndole los trabajos que sufres y uniendo lo poco que padeces a los inmensos dolores padecidos por Jesucristo en la Cruz ?
Hallándose en cama cierta virtuosa señora, víctima de graves dolencias, una criada le puso en manos el crucifijo, diciéndole que rogara a Dios la librara de aquellos dolores; a lo que respondió la enferma: " Pero ¿ cómo me pides ruegue a Dios que me baje de la cruz, teniéndole crucificado en mis manos ? Líbreme Dios de ello, pues quiero padecer por el que padeció por mi dolores mayores que los míos ". Que fue lo que el mismo Señor dijo a Santa Teresa, hallándose apretada de grave enfermedad apareciéndosele todo llagado:
" Mira estas llagas, que nunca llegarán aquí tus dolores ". Por lo que la Santa solía decir después cuando le aquejaba cualquier enfermedad: " Oh Señor mío!, cuando pienso por qué de manera padeciste y como por ninguna lo mereciste, no se qué me diga de mi ni dónde tuve el seso cuando no deseaba padecer, ni a donde estoy cuando me disculpo ". Santa Liduvina estuvo treinta y dicho años en continuos padecimientos de fiebres, gota, inflamación de la garganta y llagas por todo el cuerpo; pero, teniendo siempre ante la vista los dolores de Jesucristo, se la veía en cama alegre y jovial. Se cuenta también de San José de Leonisa que, teniendo el cirujano que hacerle una dolorosa operación, ordenó lo ataran para evitar los movimientos por efecto del dolor, y el Santo, tomando en manos el crucifijo, exclamó " ¿ Para qué esas cuerdas y para qué esas ataduras ? Este es quien me hará soportar pacientemente todo dolor por amor suyo "; y así sufrió la operación sin proferir una queja. El mártir San Jonás, condenado a permanecer durante una noche tan tranquila como aquella, porque se había representado a Jesucristo pendiente de la cruz, y así aus dolores, en comparación con los de Cristo, se le habían hecho más bien regalos que tormentos. ¡ Cuántos méritos DE pueden alcanzar con solo sufrir pacientemente las enfermedades ! Le fue dado al P. Baltasar Álvarez ver la gloria que Dios tenía preparada para cierta religiosa ferviente que había sufrido con paciencia ejemplarísima la enfermedad, y decía que más había merecido aquella religiosa en ocho meses de enfermedad que otras de vida ejemplar en muchos años. Sufriendo con paciencia los dolores de nuestras enfermedades, se compone en gran parte, quizá mayor, la corona que Dios nos tiene dispuesta en el paraíso. Esto precisamente se le reveló a Santa Liduvina, quien, después de haber sobrellevado tantas y tan dolorosas enfermedades como arriba se mencionó, deseaba morir mártir por Jesucristo, cuando cierto día que suspiraba por tal martirio vió una hermosa corona, pero no acabada aún, y oyó que se preparaba para ella, por lo que la Santa, deseosa de que se acabara, pidió al Señor que le aumentara los padecinientos. La escuchó el Señor y le envió unos soldados, que la maltrataron no sólo de palabra, sino apaléandola. Acto continuo se le apareció un ángel con la Corona ya acabada, y le dijo que aquellos últimos tormentos habían terminado de engastar las perlas que faltaban, y poco después murió.
Para las almas que aman ardientemente a Jesucristo, los dolores e ignominias se tornan suaves y deleitables. De ahí que los santos mártires fueran con tanta alegría al encuentro de los ecúleos, las uñas de hierro, las planchas ardientes y las hachas de los verdugos. El mártir San Procopio, cuando el tirano le atormentaba, le decía: " Atorméntame cuanto te plazca, pero ten por entendido que los amadores de Jesucristo nada estiman más precioso que padecer por su amor ".
San Gordiano, también mártir, decía al tirano que le amenazaba con la muerte: " Tú me amenazas con la muerte, pero lo que yo siento es no poder morir más que una vez por Jesucristo ". Pero ¿ por qué los mártires, pregunto yo, hablaban de esta manera ? No, responde San Bernardo; no hizo esto la estupidez, sino el amor. No eran estúpidos, sino que sentían perfectamente los tormentos y dolores que les hacían padecer; pero, porque amaban a Jesucristo tenían a gran ganancia sufrir tanto y perderlo todo, aun la misma vida, por su amor.
En tiempo de enfermedad debemos, sobre todo, estar dispuestos a aceptar la muerte, y la muerte que a Dios le plazca. Tenemos que morir y alguna ha de ser nuestra última enfermedad; así que en cada una de ellas habremos de estar dispuestos a abrazar la que Dios nos tenga destinada. Pero dirá algun enfermo: " Yo cometí muchos pecados y no hice penitencia de ellos, por lo que quisiera vivir, no no por vivir, sino para satisfacer a la justicia divina antes de morir ". Pero dime, hermano mío, ¿ cómo sabes que viviendo harás penitencia y no serás peor de lo que antes fuiste ? Ahora puedes esperar de la misericordia divina que te habrá perdonado. ¿ Qué mayor penitencia que estar pronto a aceptar resignadamente la muerte si tal es la voluntad de Dios ? San Luis Gonzaga, muerto en la juventud de los veintitrés años, se abrazó alegremente con la muerte, diciendo: " Ahora confío hallarme en gracia de Dios, y como ignoro lo que después acontecerá, muero contento si al Señor le place llamarme ahora a la otra vida ". El P. Maestro Ávila decía " que cualquiera que se hallara con mediana disposición debía antes desear la muerte que la vida, por razón del peligro en que se vive, que todo cesa con la muerte ".
Además, en este mundo no se puede vivir, debido a nuestra natural debilidad, sin cometer algún pecado, al menos venial; aun cuando no sólo fuera más que para evitar el peligro de ofender a Dios venialmente, deberiamos abrazarnos alegremente con la muerte. Por otra parte, si amamos verdaderamente a Dios, debíamos suspirar ardientemente por verle en el paraíso y amarle con todas nuestras fuerzas, cosa que no se puede hacer perfectamente en esta vida; pero si la muerte no nos abre aquella puerta, no podremos entrar en la dichosa patria del amor. Por esto exclamaba el enamorado de Dios, San Agustín: " ¡ Ea, Señor, muérame yo para contemplarte ! " Señor, permiteme morir, pues si no muero, no puedo llegar a verte y amarte cara a cara.
Santos Vicente de Paúl, Francisco de Sales, Teresa de Jesús, San Francisco de Asís, José de Leonisa, Liduvina, Gordiano, Bernardo, Luis Gonzaga y venerables P. Luis de la Puente, P. Maestro Ávila y mártir San Jonás y mártir San Procopio. Orate pro nobis. Amén