lunes, 18 de febrero de 2019

SOBRE EL DISTRIBUTISMO. Este artículo fue escrito por Don Pedro Jiménez de León



Premisas básicas

Podemos ver tres puntos básicos en el distributismo, que serían:

La propiedad privada como punto de partida, pero no cualquier propiedad privada. Al contrario que sucede en el capitalismo, en el que unos pocos tienen una gran cantidad de propiedad productiva, en el distributismo se apuesta por que muchos tengan su pequeña propiedad productiva. Se apuesta por una propiedad productiva justamente distribuida, equitativa. Esto es: que cada familia sea dueña de su hogar y de su medio de producción, tratando de conseguir hogares autosuficientes. De esta manera, todo el mundo tendría unos beneficios acordes a sus verdaderas necesidades. Por supuesto, los primeros medios de producción son la agricultura y aquellos necesarios para procurarse el alimento. La idea es tener muchos pequeños hogares productores, en oposición a un único gran productor. ¿Qué ventajas tiene esto? Pues muchas. Para empezar, al ser el propietario el propio trabajador, el mismo puede realizar un trabajo creativo y dinámico y no estar sometido al aburrido y repetitivo trabajo de fábrica o de oficina. Y esto es muy importante si tenemos en consideración la naturaleza humana. El trabajo debe realizar a la persona, ser un fin en sí mismo. Nuestro trabajo debe ser capaz de realizar al espíritu humano, de tal manera que las personas -al trabajar- se sientan vivas y útiles y no como un medio para producir algo frío e inerte que no va con ellos; al contrario, el resultado final del trabajo ha de llevar inscrita su impronta, al igual que un artista. Esto no se consigue en las grandes fábricas con trabajos monótonos ni en las oficinas, con ese tipo de trabajo de masas que mata el alma y hunde a la persona. Otra ventaja fundamental es que al ser el trabajador su propio jefe, tendrá gran preocupación e interés por su bienestar, tanto material como mental y espiritual. El hecho de la explotación no se podrá dar y tampoco el de la pereza en el trabajo. Así, está asegurado el respeto a la dignidad humana del trabajador. Otra gran ventaja es que al haber un gran número de productores de mismos bienes y servicios el mercado se acercará inevitablemente al modelo perfectamente competitivo. Esto es, los precios vendrán dados por el mercado y los productores no podrán influir en él, consiguiéndose así un precio equilibrado. No habrá empresas con grandes cotas de poder o influencias políticas o sociales. Este mercado se autorregula y evita los monopolios y situaciones económicas injustas.

El distributismo sigue el principio de subsidiariedad, esto es, dicho de una manera sencilla, que lo que puede hacer una entidad más pequeña no lo haga una entidad más grande. La entidad más pequeña es el individuo, así es, que aquellas cosas que puede hacer el individuo no lo hagan grandes empresas. El principio de subsidiariedad debería regir tanto en la faceta económica como en la política. Este principio es básico y fundamental para el funcionamiento de un sistema distributista.

La tercera premisa, y muy importante, es la solidaridad. Pero no nos referimos a la solidaridad vana y falsa, sino a una muy profunda, que más bien yo llamaría caridad. Sería un gran cambio “de chip” en todas las mentes y es que el trabajo no debe buscar nuestro lucro personal, sino el bien común. Así, el Estado debe trabajar de manera subsidiaria para el bien común de cada comunidad. No importa si se pierde eficiencia en muchas cosas, lo importante es trabajar para y hacia el bien común, lo que es, tomar aquellas medidas que promuevan la virtud entre las personas y de esa manera su felicidad. El Estado debe asegurar la propiedad del sistema de producción de cada individuo o establecer empresas copropieatarias, de las que hablaremos más adelante.

El distributismo no rechaza que ciertos servicios como podría ser la seguridad social, la policía o el ejército se releguen al Estado y que éste asegure su correcto funcionamiento. Hay servicios que por sus características no son viables de llevar a cabo por la pequeña propiedad, por lo que deben relegarse al Estado, respetando siempre el principio de subsidiariedad.

Problemas de la actual tecnología
E.F. Schumacher hace un análisis sobre la actual tecnología y sus implicaciones y problemas. Ésta no está adaptada a la producción a pequeña escala y adolece de cuatro problemas. Estos son:

Tendencia al gigantismo: la actual tecnología tiende hacia una producción masiva y agigantada. Y cada vez más. Se produce más y se consume más. Y esto es absurdo, ya que se pretende seguir produciendo en masa infinitamente, cuando tenemos medios finitos. Algo tan obvio y que no se tiene en cuenta. Algún día el sistema colapsará por su propia lógica, los factores de producción son finitos y la producción tiende cada vez a más. El día que se acaben los factores de producción o que empiece a haber una escasez, el sistema se vendrá abajo. Y este sistema se sostiene en su mayoría por la energía fósil, que tarde o temprano acabará, ya que no es un recurso renovable. La solución es la energía nuclear, la cual es renovable pero que produce una contaminación que no se sabe tratar. La solución implica más problemas. Esta tendencia al gigantismo es la causa del problema. Si en vez de grandes medios para grandes poblaciones, pudiésemos usar, centrándonos en el tema concreto de la energía, algún sistema de energía renovable diseñado para pequeño tamaño, para cada hogar o pequeña industria, este problema no existiría. Y así en todos los ámbitos.

Complicación: la complicación de las industrias y de todos los niveles de la vida es efecto del gigantismo. Se producen bienes y servicios cada vez más complejos que los usuarios no pueden arreglar por sí mismos y dependen de otros. Y realmente hay niveles de complicación de las cosas que no son necesarios para nada, pero son más cómodos (por ejemplo, el elevalunas eléctrico).

Necesidad de grandes capitales: Esta tendencia al gigantismo y la complejidad de los medios de producción tienen la consecuencia de que hace falta ser millonario para poner en marcha una empresa. Esto –necesariamente- abre una brecha entre los propietarios y los trabajadores; los propietarios serán los que tienen gran cantidad de dinero y los trabajadores los que no. Los medios de producción están diseñados para hacer grandes producciones, están diseñadas para el gigantismo, además de lo cara que es la tecnología moderna por su complejidad, por lo que para montar una fábrica hace falta un capital enorme que difícilmente se puede tener e imposibilita la aparición de la pequeña empresa.

Además, la actual tecnología de masas es poco respetuosa con el medio ambiente. La explotación intensificada de los factores no renovables tarde o temprano se hará notar, así como la contaminación que produce.

Tecnología de alcance intermedio
Schumacher nos habla entonces de lo que él llamó la “tecnología de alcance intermedio”. Esta tecnología se funda en cuatro puntos:

No necesita un gran capital: ha de ser una tecnología sencilla, que -frente a las grandes maquinarias- tenga prioridad por las herramientas, de manera que para montar una fábrica no hagan falta gran cantidad de capital.

Esta tecnología se debe adaptar al lugar donde se va a realizar el trabajo.

Debe ser adecuada a la producción que se desea realizar. Como está pensada para la pequeña empresa, no habrá producciones de masas, por lo que tiene que lograr ser rentable en la pequeña producción.

Igualmente ha de ser respetuosa con el medio, no debe consumir de manera indiscriminada los factores no renovables y a su vez debe evitar la contaminación en la medida de lo posible.

Fábricas copropietarias
Una vez saciadas las necesidades básicas de la comunidad: alimentación, vestimenta, fabricación de casas, escuela, médicos, etc. es probable que se decida a realizar producciones más complejas, por ejemplo coches. Es difícil que un solo hogar, por muy numeroso que sea, se dedique a la fabricación de coches. Entra aquí en juego la fábrica copropietaria, que también nos narra Schumacher. Esto es, una fábrica de un tamaño limitado, la cual garantice el trato cara a cara entre los trabajadores y que no permita la masificación. La característica determinante de este tipo de fábrica es que todos los trabajadores son copropietarios y el sistema de gobierno de la empresa es democrático. De esta manera se asegura la alternancia en el gobierno de la misma, así como el respeto de los derechos fundamentales y el trabajo creativo y realizador en la misma. Esta fábrica a su vez es tan pequeña y elemental que su administración y contabilidad es sencilla de hacer, por lo que simplifica todo ese trabajo.

Implicaciones sociales y políticas
La sociedad de masas ha engendrado una sociedad impersonal y fría. Sólo hay que asomarse a las grandes ciudades y veremos millares de personas con prisa –no se sabe, ni saben porqué-, indiferentes unos de otros, donde la percepción que uno tiene de sí mismo, entre tanta gente, es de vacío y de soledad. Una ciudad o zona distributista arrancaría de cuajo este entorno de masas e impersonal. Cada hogar con su medio de producción, crearía un entorno pequeño, íntimo, una comunidad de personas donde todos están en relación. El trabajo realizador y sin el estrés de la empresa moderna da tiempo a mirar a la gente que pasa al lado nuestro e intercambiar alguna palabra. Fin de prisas, fin de estrés. Puede parecer algo insignificante esto, pero creo que es lo más significante. Tanto que se habla de la comodidad de la vida y del ocio hoy en día, pues éste es el factor determinante. Un entorno que facilite una vida relajada, agradable, que sea remanso de paz para el espíritu es una necesidad fundamental. Es necesario crear ese entorno adecuado para la vida humana, y la gran ciudad masificada no lo es. De esta manera se rompería con la percepción tanto del socialismo como del liberalismo de que el hombre es sólo un amasijo de células sin sentido y que por tanto da lo mismo dónde viva y qué haga, ya que su existencia se reduce a trabajar y producir. Pues no, el hombre está llamado a conocer a Dios, a realizarse como persona y vivir en armonía. A poder tener el encuentro con Dios en todas las facetas de su vida, incluido el trabajo. Y eso es imposible hoy en día en los actuales trabajos.

Por otra parte, el distributismo rompe con la concepción económica utilitarista y egoísta de Adam Smith. La idea no será producir para nuestro lucro personal, sino, al contrario, para ayudar a la comunidad. Una vez nuestras necesidades básicas estén satisfechas, nuestro trabajo sólo será completo cuando lo volquemos sobre las necesidades de la comunidad. Es la acción preferencial por los pobres que siempre ha manifestado la Iglesia. Este es un pilar fundamental de la concepción económica distributista y requiere un fuerte cambio de mentalidad, pero es fundamental. Pensemos que éste un sistema económico de bases católicas y ha de ser humano y hacia los demás, no al contrario.

Otra importante implicación es la política. Es un hecho que las grandes empresas tienen unas influencias importantísimas en la política. Tales influencias muchas veces marcan más la dirección de un gobierno que el propio voto de sus electores. Las inversiones de estas empresas en los partidos o el poder comercial que tienen son bazas determinantes en la política. Siguiendo un modelo distributista, estas bazas desaparecen. Al no haber unas pocas enormes empresas, sino un montón pequeñitas de propietarios diferentes, no habrá una influencia marcada sobre el interés de unos pocos grandes propietarios, sino de muchos propietarios que tendrán un interés común según los problemas de su industria y así con todas las industrias, por lo que la influencia será más justa y más distribuida.

¿Podemos hacer algo?
Chesterton nos indica que mantengamos siempre una puerta abierta, una ventana abierta, para que no nos ahoguemos. Nada tan sencillo como eso. Como normalmente no tenemos propiedades ni terrenos para empezar a hacer una pequeña empresa de alcance medio y producción media, para comerciar con otras pequeñas empresas, o un terreno para producirnos en gran medida nuestro propio sustento, etc. podemos ir hacia lo sencillo. Tener preferencia por el pequeño comercio frente al grande. En vez de ir al Mc Donalds –y no vayamos, más que sea por salud- vayamos a la pequeña hamburguesería. Evitemos que desaparezca el pequeño comercio. Esto implica evitar la “cultura de derroche”. Así también podemos dar a conocer el distributismo, una verdadera alternativa al sistema económico actual.

Esto es sólo un pequeñísimo e incompleto ensayo sobre lo que es el distributismo. Entre todos, y con la acción vivificadora del Espíritu, podremos traer el Reino de Cristo al mundo.

viernes, 8 de febrero de 2019

DESVELANDO AL VERDADERO SAN FRANCISCO DE ASÍS

El libro aborda a fondo y con abundante documentación la misma cuestión: el “espíritu del tiempo” y las ideologías de moda han deformado al santo de Asís, presentándonos una falsa imagen al gusto hodierno: buenista, pacifista, contrario a las Cruzadas, ecumenista, filomusulmán, ecologista, vegetariano y revolucionario.

Ante esta manipulación, el estudio de las fuentes históricas nos permite descubrir al verdadero San Francisco, un reformador combativo, austero, exigente, noble y generoso. Un santo medieval y “anti-moderno", como afirmó Chesterton, que, precisamente por este motivo es muy actual.

Vignelli señala que la manipulación tiene ya una larga historia. Al principio fueron los humanistas, los protestantes, los “libertinos” y los ilustrados quienes se burlaban de San Francisco, denigrándole como idiota, masoquista, alucinado, asocial. Estos ataques cambian a partir del Romanticismo, en que el santo pasa de insultado a elogiado… pero por falsas características. Así, se le presenta como campeón de un ascetismo anti-eclesial, de la herejía pauperista, del “pensamiento libre” masónico e incluso de la revolución socialista.

Se quiso trasladar a San Francisco la dialéctica modernista entre el “Cristo de la historia” y el “Cristo de la fe” y entre la “Iglesia primitiva” y la “Iglesia institucional". El “Francisco de la historia” sería un personaje profético que trató de crear una hermandad de “espíritus libres", liberados de las instituciones eclesiásticas y prontos para regresar al comunismo primitivo. Contra éste, se habría elaborado un “Francisco de la fe", impuesto por los Papas y encarnado en una orden religiosa sometida al poder de Roma. Pero el primero habría subsistido en las comunidades minoritarias disidentes, como las de los Espirituales y los Fraticelli. De aquí nace un Francisco imaginario, melancólico y sentimental, escéptico en materia dogmática y permisivo en moral, “abierto al mundo” y “amigo de todos".

Ya en 1921 el Papa Benedicto XV advirtió: «Ese personaje de Asís, invención puramente modernista, que algunos nos presentan recientemente como poco respetuoso con la Sede apostólica y como defensor de un ascetismo vago y vacío, no puede ser identificado con Francisco ni considerado como un santo».

Los puntos que caracterizan al Francisco imaginario y progre, y que Vignelli va destruyendo uno por uno, son los siguientes:


San Francisco no fue buenista

Francisco de Asís habría inventado un modelo de apostolado del mero “testimonio", negándose a recurrir no solo a cualquier tipo de polémica o condena, sino también a la imposición o la prohibición.

Pero la verdad es que San Francisco no sólo empleó palabras y formas suaves, sino también muy duras cuando lo creía conveniente. No disimulaba las culpas, sino que las mostraba tal cual. Ante el pecado, no empleaba excusas, sino amargos reproches. Además, Francisco solía estimular el santo temor de Dios amenazando con el castigo del infierno.

En la Segunda carta a los fieles escribe: «Los que aman las tinieblas más que la luz, negándose a observar los Mandamientos de Dios, son maldecidos por Él […]. En cualquier lugar, tiempo y manera en que el hombre muere en pecado mortal, el diablo […] le arranca el alma del cuerpo, causándole tal angustia y tribulación que nadie puede entenderlo si no lo ha sufrido […]. Así, el pecador pierde su alma y su cuerpo en su breve vida y termina en el infierno donde es atormentado eternamente».

Una curiosa anécdota acaba de destruir esa imagen buenista del Santo: solía entregar los frailes ingobernables en “manos del boxeador florentino", esto es, de un fraile de Florencia, fra Giovanni, que era conocido por su capacidad para dar puñetazos. Parece ser que el remedio era bastante eficaz.

San Francisco no fue pacifista

La paz que San Francisco predicaba está radicalmente alejada de la paz de los pacifistas y consistía en la conversión de la criatura al Creador. «La paz franciscana no es la paz que el hombre encuentra en sí mismo, sino la paz que el hombre encuentra en Dios cuando, […] en la humildad de un abandono perfecto, se confía solo a Dios», escribe Barsotti en su libro sobre el Santo.

Tras su conversión, Francisco adaptó su espiritualidad juvenil a su nueva misión de conquista religiosa, transfiriendo la batalla de lo natural a lo sobrenatural. Así, gustaba de presentarse como un “soldado de Cristo” y un “heraldo del gran Rey". Al contemplar a su Orden reunida en el primer Capítulo general, el Santo la describió en términos militares como “el ejército de los caballeros de Dios” y solía llamar a sus primeros compañeros “mis caballeros de la mesa redonda".

Y en su Primera Regla escribe que “los hermanos no lleven armas ofensivas, si no para defender a la Iglesia Romana, a la fe cristiana o a su tierra natal, o con el permiso de sus ministros“. O sea, que cuando estaba justificado, San Francisco no ponía reparo al empleo de las armas.

San Francisco no estuvo en contra de las Cruzadas

Al contrario, mostró un sincero entusiasmo y admiración por aquella empresa.
San Francisco no se limitó a decir bellas palabras, sino que quiso participar personalmente en la Quinta Cruzada, proclamada en 1213 por el Papa Inocencio III, para poder predicar a los musulmanes y ayudar a los cruzados ante los peligros físicos y especialmente espirituales a los que se enfrentaban.

Como recogió Fray Illuminato de Rieti, que acompañó a San Francisco cuando se presentó ante el sultán, éste le habría espetado lo siguiente: “Cuando invaden las tierras que has usurpado, los cristianos actúan con justicia, porque blasfemas del Nombre de Cristo y te esfuerzas por alejar de la verdadera Religión a tantas personas como puedes. Si, por el contrario, quisieras conocer, confesar y adorar al Creador y Redentor del mundo, los cristianos te amarían como a ellos mismos”. Cómo salió con vida de allí es realmente un milagro notorio.

San Francisco no fue “ecumenista”

Entiéndase, nos referimos a ese “ecumenismo”, falso si quieren, que apuesta por disolver todas las religiones en un sincretismo relativista. San Francisco fue especialmente virulento al enfrentarse contra la herejía cátara, especialmente odiosa para el Santo por cuanto negaba la bondad de la creación material.

De hecho, prohibió estrictamente que las personas sospechosas de herejía fueran aceptadas tanto en su Orden regular como en la Tercera Orden: «Si alguien, de palabra o con hechos, se aleja de la fe y de la vida católica, y si no se enmienda, sea expulsado totalmente de nuestra fraternidad», se recoge en la Primera Regla. Y en su Testamento exige que los frailes sospechosos de herejía o cisma sean encarcelados y entregados al cardenal protector de la Orden para ser investigados.

San Francisco no fue filomusulmán

Ya hemos hablado de su participación en la Quinta Cruzada, motivada por su intención inequívoca de “predicar la Fe de Cristo a los Sarracenos para favorecer su conversión“. Y en su Regla recoge la obligación de “Anunciar la palabra de Dios, para que [los incrédulos] pueden creer en Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en su Hijo Redentor y Salvador, a fin de que sean bautizados y convertido en cristianos, porque quien no nazca de nuevo por el agua y el Espíritu Santo no podrá entrar en el Reino de Dios”.

Al enviar a los primeros frailes franciscanos a Marruecos, San Francisco les dio este mandato: “Jesucristo me ha ordenado que os envíe al país de los sarracenos, como ovejas en medio de lobos, para predicar y confesar su fe y combatir la ley de Mahoma. ¡Disponeos pues a cumplir la voluntad del Señor!“. Aquellos heroicos frailes llevaron a cabo con admirable radicalidad las órdenes de su Fundador: no se limitaron a “predicar la fe de Cristo y las enseñanzas del Evangelio", sino que les echaron en cara a los musulmanes su infidelidad al único y verdadero Dios, diciéndoles que: “Mahoma os guía por un camino falso y mentiroso que os llevará al infierno, donde ahora sufre ya tormento junto con sus seguidores”, tal y como recoge Giacomo da Vitry.

Cinco de aquellos hermanos fueron torturados y decapitados por el califa de Marrakech en enero de 1220 y exaltados por San Francisco como los primeros verdaderos frailes menores, algo confirmado por la Iglesia cuando los beatificó como mártires.

Y ya hemos explicado las palabras del Santo ante el sultán, quien, perplejo ante la sinceridad de Francisco, le pidió que orara para que Dios le aclarara cuál es el camino más seguro para la salvación.

San Francisco no fue ecologista

No al modo moderno, pues a amor a la Creación no hay quien le ganara. Pero en su Regla, escribe: «No debemos desear nada más, ni querer nada más, ni en nada más encontrar placer y deleite, si no en nuestro Creador, Redentor y Salvador, el único Dios verdadero, que es el sumo bien, y todo bien, y el único que es bueno».

«Y si él mismo pareció dejarse llevar por el más tierno amor hacia las creaturas, y «por más pequeñas que fueran» las llamaba «con el nombre de hermano y hermana» -amor que, por lo demás, si no se sale del debido orden no está prohibido por ninguna ley-, era movido a amarlas tan sólo por el amor de Dios, porque «sabía que todas ellas tenían con él un mismo principio», y porque veía en ellas la bondad de Dios » escribió Pío XI en Rite expiatis, 19. Y concluye el Papa : «El que fue heraldo de tan gran Rey, quiere a los hombres conformes con la vida evangélica y con el amor a la Cruz, y no sólo amantes y enamorados de las flores, las aves, los corderos, los peces, y las liebres».

Como escribiera B. Tomasso de Celano, su amor a la naturaleza era para «alabar en todo al Artífice divino, refiriendo al Creador todo aquello que admiraba en las criaturas […]. En la belleza de la Creación veía un reflejo de la suma Belleza celestial».

Y en su Cántico de las criaturas no encontramos ni rastro de veneración idolátrica a la “madre naturaleza", sino que Francisco reafirma la bondad intrínseca de las realidades terrenales en tanto obras de Dios; “teofanías” que manifiestan la bondad divina y permiten al hombre contemplar, en la belleza creada, la Belleza increada.

San Francisco no era vegetariano

Al contrario, tal y como numerosos episodios testimonian. Como cuando San Francisco invitó a sus discípulos a que comieran la carne que habían recibido como limosna, exclamando con alegría: “¡Como dice el Evangelio, comamos libremente la comida que recibimos!“.

El Santo gustaba de celebrar las Navidades con un almuerzo a base de carne y decía: «Cuando es Navidad, ¡no hay abstinencia que valga! Y si las paredes pudieran comer carne, ¡habría que dársela también a ellas!»

San Francisco no era revolucionario

Ya desde el inicio, Francisco ve su misión más bien como una restauración: no en vano el encargo del mismo Cristo había sido aquel “restaura mi casa”.

Francisco nunca animó a los pobres a rebelarse. A diferencia de los pauperistas, no estaba obsesionado con el problema de la pobreza económica, sino con el de la pobreza espiritual, tanto que a menudo repetía que hay que preocuparse no por las condiciones terrenas, sino por el destino en el otro mundo: “Hay que desear no tanto la salvación del cuerpo como la de las almas“.

Francisco no predicó ningún tipo de lucha de clases, sino que siempre trató de promover la concordia y armonía entre señores y súbditos. En su Asís natal se recuerda aún al Santo con gratitud también porque reconcilió las clases superiores e inferiores de la ciudad en el acto que tuvo lugar en noviembre de 1210 en el gran salón del Ayuntamiento.

En cuanto a un presunto compromiso político de San Francisco, hay que recordar que prohibió a sus frailes cualquier injerencia en asuntos estrictamente sociales o económicos: “¡Que los frailes no se inmiscuyan en cuestiones temporales!“. Si necesitásemos alguna prueba de su carácter no revolucionario bastaría recordar esta admonición suya: “No es lícito tomar las cosas de otros o distribuir a los necesitados la propiedad de otros“.

Lo decíamos al principio, el verdadero San Francisco no ha perdido ni un ápice de actualidad.