miércoles, 11 de febrero de 2015

LA VOCACIÓN A LA VIDA CONSAGRADA


Le dice el pensamiento que permaneciendo en el mundo también podría hacerse santo. Sí señor, podría, pero es difícil; y si usted ha sido verdaderamente llamado por Dios al estado religioso y quisiera permanecer en el siglo, como le he dicho antes, es moralmente imposible; porque le faltará la ayuda que Dios le había preparado en la religión, y privado de aquel, no se salvará. Uno para hacerse santo necesita que use los medios [espirituales], el alejarse de las malas ocasiones, el desapego de los bienes de la tierra, la vida recogida en Dios: para mantener lo cual se necesita la frecuencia de los sacramentos y el uso cotidiano de la oración mental, de la lectura espiritual y de los demás ejercicios devotos, sin los cuales no se puede conservar el espíritu. Ahora bien, todas estas cosas son muy difíciles, por no decir imposible, ejercitarlas en medio de los rumores y disturbios del mundo. Los quehaceres de la familia, las necesidades de la casa, las recriminaciones de los parientes, las peleas, las persecuciones, de lo cual abunda el mundo, le tendrán tan ocupada la mente con pensamientos y temores, que apenas distraídamente, por la tarde se podrá encomendar a Dios. Querrá hacer oración, leer un libro espiritual, comulgar frecuentemente, visitar cada día el Sacramento del altar; pero todo le será impedido por los asuntos del mundo, y lo poco que haga será imperfecto, porque será hecho en medio de miles de distracciones y frialdad de espíritu. Por lo tanto será siempre inquieta su vida y más inquieta será su muerte. De una parte no faltarán los amigos del mundo que le harán temer de abrazar la vida religiosa, como dura y tormentosa. Por otra parte el mundo le ofrecerá diversiones, cosas y una vida contenta; cuídese bien y no se deje engañar. Persuádase que el mundo es un traidor que promete y no cumple. Le ofrece todos los bienes terrenos; pero aunque se los diera, ¿Podrá alguna vez darle la paz del alma? No, solo Dios puede darle la verdadera paz. El alma ha sido creada solo para Dios, para amarlo en esta vida y gozarlo en la otra; por eso solo Dios puede saciarla. Todas las delicias y riquezas de la tierra no pueden dar la verdadera paz, al contrario, quien más se llena de tales bienes en esta vida, vive más atribulado y afligido, como confesaba Salomón, que tenía muchos: Universa (decía) vanitas, et afflictio spiritus. (Todo es vanidad y aflicción de espíritu). Si el mundo se contentara con los bienes terrenos, los ricos, los magnates y reyes, a quienes no les falta ni el dinero ni los honores ni las diversiones, serían plenamente felices; pero la experiencia hace ver que para esos grandes de la tierra, cuanto mayores son sus grandezas, tanto mayores son sus angustias, los temores y las aflicciones que encuentran. Estará más contento un pobre religioso cappuccino que va ceñido con una cuerda sobre un pobre hábito, y que se alimenta de cuatro habas y duerme en una celdita sobre la paja; que no un príncipe con todos los vestidos de oro y riquezas que posee; cada día tendrá una mesa servida, la tarde se acostará en una cómoda cama bajo un rico tornalecho, pero no podrá dormir, por las angustias que le roban el sueño. ¡Loco es quien ama el mundo y no ama a Dios! decía S. Felipe Neri. Y si estos mundanos llevan una vida atribulada, más atribulada será su muerte; cuando les será intimada la expulsión de este mundo por el sacerdote que lo asista, que les dirá: Proficiscere, anima christiana, de hoc mundo: “Abrázate al crucifijo, porque ha terminado el mundo para tí”. El mal está en que en el mundo poco se piensa en Dios y poco se piensa en la otra vida donde deberemos estar eternamente. Todos los pensamientos o casi todos, son sobre las cosas de la tierra y por lo tanto hacen infeliz la vida y más infeliz la muerte. Por lo tanto, para que usted pueda acertar la elección de su estado, póngase delante el momento de la muerte, y elija aquel estado que quisiera haber elegido. Entonces no habrá más tiempo de remediar el error, si jamás hubiera errado posponiendo la divina vocación a su deseo de vivir con más libertad. Considere que cada cosa de aquí termina: Praeterit figura huius mundi; deberá terminar para cada uno de nosotros la escena de este mundo. Cada cosa pasa, y la muerte se acerca; y nosotros, cuántos pasos damos, mientras que nos acercamos a la muerte, y de la muerte a la eternidad; para esto hemos nacido: Ibit homo in domum aeternitatis suae. Cuando menos lo imaginemos nos sobrevendrá la muerte. ¡Ay de mí! encontrándome entonces cercano a la muerte, ¿Qué otra cosa me parecerán todos los bienes de esta tierra, si no bienes de películas, vanidad, mentira y locura? ¿A qué servirá entonces, nos dice Jesucristo, el haber conquistado el mundo si perdemos el alma? Quid prodest homini, si mundum universum lucretur, animae vero suae detrimentum patiatur? No servirá para para otra cosa que para hacer una muerte infeliz después de una vida infeliz. Al contrario un joven que ha dejado el mundo para darse todo a Jesucristo, ¡cuánto se verá contento, viviendo sus días en una celda solitaria, lejos del tumulto y de los peligros frecuentes de perder a Dios que hay en el mundo! En el monasterio no habrán diversiones de música, de comedias y de bailes; pero tendrá a Dios que lo recrea y le hace gozar la paz: digo aquella paz que puede tenerse en este valle de lágrimas, donde cada uno está puesto para sufrir, y con la santa paciencia ganarse aquella plena paz que le está preparada en el Paraíso. Pero en medio de su vida lejana de las diversiones del mundo, una mirada amorosa de cuando en cuando, dará al crucifijo, [...] un suspiro de amor [por Dios], lo consolará más que todos los pasatiempos y fiestas del siglo, que dejan después el gusto amargo. Y si vivirá contento en esta vida, más contento se encontrará en la muerte por haber elegido el estado religioso. ¡Cuánto se consolará entonces de haber gastado sus años en oraciones, lecturas espirituales, mortificaciones y otros ejercicios devotos, y especialmente si en la religión se habrá esforzado por salvar las almas con la predicación y escuchando las confesiones! Cosas todas que en la muerte acrecientan la confianza en Jesucristo, el cual es bien agradecido y generoso en premiar aquellos que se han desgastado por Su gloria. Vamos a la conclusión de vuestra elección. Ya que el Señor le ha llamado a dejar el mundo, y ser todo suyo en la religión, le digo: Alégrese y tema al mismo tiempo. Alégrese por un lado agradeciendo siempre al Señor, porque el ser llamado por Dios a una vida perfecta es una gracia que Dios no concede a todos: Non fecit taliter omni nationi. Y por otro lado, tema, porque si no obedece a la llamada divina, pone en gran peligro su salvación eterna. No tengo lugar aquí para narrar muchos ejemplos de jóvenes, que por no hacer caso de la vocación, han tenido una vida miserable y una muerte horrible. Tenga por cierto que si habiendo confirmado la vocación permanece en el mundo, no tendrá paz jamás; y muy inquieta será su muerte por el remordimiento que entonces lo atormentará de no haber obedecido a Dios que lo ha llamado al estado religioso. Al final de vuestra carta, quiere saber de mí, si en el caso de no haber tenido el espíritu para entrar en religión, sería mejor casarse, como quieren los parientes, o hacerse sacerdote secular. Respondo: El estado conyugal no puedo aconsejarle, ya que S. Pablo no lo aconseja, sino cuando hubiese la necesidad por causa de una habitual ncontinencia, dicha necesidad tengo por cierto que no sea su caso. En cuanto al estado de sacerdote secular, advierta que el sacerdote secular tiene la obligación como sacerdote, y las distracciones y los peligros de los seculares; porque viviendo en medio del mundo no puede evitar los disturbios de la casa propria y de los parientes, y no puede quedar exento de los peligros del alma; tendrá las tentaciones en su misma casa, no pudiendo impedir que en aquella no hayan mujeres o parientes o siervos y que no entren otros extraños. Debería estar retirado en una habitación aparte, y no ocuparse de otra cosa que de las divinas. Pero eso es muy dificil de ponerlo en práctica, y por eso rarísimos son los sacerdotes que en casa propia siguen la perfección. Al contrario, entrando en un monasterio de observancia, será libre de las preocupaciones del comer y del vestido porque de todo ellos le provedeerá la religión; allí no tendrá parientes que continuamente lo inquieten con los problemas que suceden en casa; allí no entrarán mujeres que enturbian la mente; y así lejos de los rumores del mundo no tendrá quien le impida sus oraciones y su recogimiento. He hablado del monasterio de observancia, porque si quisiera entrar en cualquier otro, donde se vive relajado, es mejor que permanezca en su propia casa y buscar de salvar allí el alma, del mejor modo que pueda; porque, entrando en una comunidad, donde está relajado el espíritu, se pondrá en peligro de perderse. Aunque haya entrado con resolución de dedicarse a la oración y de pensar solo en Dios; no obstante, llevado después de los malos ejemplos de los compañeros, y viéndose burlado y aun perseguido, por no querer vivir al modo de ellos, dejará todas sus devociones y actuará como hacen ellos, según la experiencia que se ve. Si Dios se digna de concederle la gracia de la vocación, este atento a conservarla acudiendo frecuentemente a Jesús y María con las santas oraciones; y sepa que si se decide donarse del todo a Dios, el demonio acrecentará en adelante sus esfuerzos en tentarlo para hacerlo caer en pecado y especialmente para hacerle perder la vocación. Me despido con afecto; pido al Señor que lo haga todo Suyo.