miércoles, 9 de octubre de 2013

EL GENOCIDIO DE LA VENDÉE

El estallido de la Revolución Francesa14 de julio de 1789, lleva a la creación de un nuevo concepto de Estado y sociedad, bajo el lema: “libertad, igualdad, fraternidad o muerte”. En el nuevo régimen los estamentos propios del orden natural deben desaparecer en beneficio de la nación francesa –ente subversivo-; comienza así el ataque sistemático contra la Iglesia Católica, institución vital en la sociedad gala y pilar fundamental para el sostenimiento de la Monarquía. Surgen así los adoradores de la diosa Razón, de la diosa Libertad y de la diosa Humanidad, que buscan reemplazar la fe católica.
Con la finalidad de desmantelar la Iglesia Católica, se van sucediendo cronológicamente las siguientes disposiciones revolucionarias:
  • 4 de agosto de 1789: se produce la abolición de los derechos feudales por la Asamblea nacional.
  • 24 de agosto de 1789: se vota por la supresión de los diezmos.
  • 2 de noviembre de 1789: se produce la nacionalización de los bienes del clero y su conversión en bienes nacionales para su posterior venta en beneficio del Estado.
Estas medidas que anulan en definitiva el poder de la Iglesia Católica en Francia tienen diversas consecuencias como la separación Iglesia-Estado y la formación del primer Estado aconfesional, la desaparición del patrimonio artístico francés, la asunción por el Estado de la educación y la asistencia social por el desmantelamiento de la red educativa y asistencia de la Iglesia y la manutención del clero por el Estado. Esta última a consecuencia de la desamortización de los bienes de la Iglesia que contrae la pérdida de su independencia económica.
  • Febrero de 1790: se prestó el primer juramento de obediencia a la Constitución; se trataba de una simple declaración de fidelidad a la nación, al monarca y a las decisiones de la Asamblea Constituyente. La totalidad del clero prestó su juramento, con la excepción del obispo de Narbona, Mons. Dillon
  • 13 de febrero de 1790: se produce la abolición de los votos religiosos, lo que significa la supresión de las órdenes regulares. Se exclaustra a monjas y frailes, se incautan o incendian muchos conventos.
  • 18 de agosto de 1791: se suprimen las congregaciones seculares.
Estas medidas reducen los efectivos de la Iglesia Católica a los curas diocesanos, pero para ellos también hay una medida de reorganización que les pondrá a las órdenes directas del Estado.
  • 12 de julio de 1790: se aprueba la Constitución Civil del Clero, que es la base angular de la instauración de una nueva iglesia y la destrucción total de la vigente hasta entonces. Esta reordenación consiste en diseñar de nuevo las diócesis que deben coincidir con los limítrofes de los departamentos. Sin embargo, esta medida significa la supresión de 53 diócesis. Al mismo tiempo la reordenación parroquial, en realidad consiste en la supresión de cuatro mil parroquias. En cuanto al personal de la nueva iglesia, la elección de los obispos y párrocos por una asamblea de electores (ciudadanos activos), pero que por el censo está reducido a las clases más acomodadas de la sociedad. Además la ordenación de los curas será por los obispos, pero estos serán por el metropolitano y no por el Papa, es la ruptura con Roma. Se reorganiza la Iglesia Francesa, sin contar con Roma. Se introduce el culto a la Diosa Razón. Se obliga a jurar la «Constitución» a obispos, sacerdotes y religiosos, con lo cual se origina un cisma (juramentados y refractarios). Se persigue (muerte o deportación) a quienes no juran. La enseñanza, antes muy dirigida por la Iglesia, ahora es pública y laica. La Primaria queda abandonada.
Como el nuevo clero depende del Estado en su organización y manutención y cumplen una función pública, como el resto de los funcionarios del Estado deben jurar ser fieles a la nación y apoyar con todo su poder la constitución decretada por la asamblea nacional. No obstante, estas medidas que eliminan a la Iglesia Católica francesa cuenta con la total oposición del Papa Pío VI, con lo que se da comienzo al cisma de una iglesia galicana subordinada al poder civil, al margen de la autoridad pontificia, de estructura episcopalista y presbiteriana, donde los obispos y los párrocos eran elegidos por el pueblo y los nombramientos episcopales serían solamente notificados a Roma. Entre los miembros del episcopado únicamente cuatro renegaran de la fidelidad a Roma: Talleyrand, obispo de Autun; Loménie de Brieme, Cardenal arzobispo de Sens; Jarente, obispo de Orleans y Lafont, obispo de Viviers. Entre los miembros del clero se calcula en un 53 % los refractarios al juramento y reconocimiento de la ruptura con Roma. En cuanto al pueblo creyente, este se suma a la oposición del clero oficial y asiste a ceremonias clandestinas.
El Papa Pío VI prohibió el juramento y excomulgó a los sacerdotes que lo prestaran (12-III-1791).
El rechazo a la reorganización eclesial es respondida por las autoridades con fuertes medidas como las siguientes:
  • 29 de noviembre de 1791: el clérigo que no jure en ocho días será puesto bajo vigilancia.
  • 27 de mayo de 1792: se vota un decreto que sometía a la deportación más allá de las fronteras a cualquier eclesiástico al que veinte ciudadanos denunciaran como no juramentado y al que el distrito reconociera como tal.
  • 10 de agosto de 1792: es aprueba la famosa ley de sospechosos, donde el clero refractario forma uno de los colectivos considerados enemigos declarados de al revolución.
  • 26 de agosto de 1792: se redacta la ley de deportación general de todos los miembros del clero que se hayan opuesto al juramento.
  • 2 de septiembre de 1792: una banda de revolucionarios sacó del carruaje en que se conducía a la prisión a tres sacerdotes refractarios y los colgó; comienzan así las Matanzas de Septiembre. Más de mil monárquicos –aproximadamente unos doscientos cincuentas sacerdotes- y presuntos traidores apresados en diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y ejecutados; es el primer asesinato colectivo.
  • 3 de septiembre de 1792: se redacta un nuevo juramento en el cual se debe comprometer el juramentado a mantener la libertad, la igualdad, seguridad de las personas y propiedades.
  • Marzo de 1793: los sacerdotes que se negaron a jurar la Constitución Civil del Clero – llamados curas refractarios- persistentes en territorio francés quedan condenados a muerte. Estas medidas causan la salida de más de cuarenta mil exiliados de condición religiosa, seis mil de los cuales recalan en España y ayudarán a acrecentar desde el catolicismo español un sentimiento contrario al revolucionario francés que se materializará en 1808 en la lucha contra Napoleón.
¡Dios y Rey!
Dieu-le-roi_Vendee

En esas fechas es el inicio de la Epopeya de La Vendée, cuyos campesinos sublevados llevan prendidos escarapelas del Sagrado Corazón y se autodenominan como ejército católico y real. Esta región evangelizada un siglo atrás por San Luis María Grignion de Montfort, terciario dominico, que insistía en la devoción filial a Nuestra Señora, fue tan inmunizada contra el virus de la Revolución, que se levantó en armas contra el gobierno republicano y anticatólico de Paris. Tenía en la Santísima Virgen la devoción más ardiente y, hasta compuso en su alabanza el “Tratado de la Verdadera Devoción”, que constituye hoy el fundamento más fuerte de toda la piedad mariana profunda. Por otro lado, con sus misiones aproximaba al pueblo a los sacramentos, lo enfervorizaba en la devoción al Rosario. También la sagrada insignia difundida por el santo, el Sagrado Corazón en tela roja, encuadrado por las iniciales de Jesús y María, fue colocado por los combatientes sobre sus chalecos, blusas, o dispuesto como escarapelas en los sombreros de amplias alas. El día de la beatificación de este apasionado apóstol, el ilustre obispo de Angers, Mgr. Freppel, lo proclamaba solemnemente ante 20.000 vendeanos en St.-Laurent-Sur-Sèvre, lugar donde reposan los restos del extraordinario conmovedor de almas : fue por Montfort y sus hijos espirituales, los Misioneros de San Lorenzo, por quienes corrió el flujo fecundo de savia cristiana en los campos del Oeste durante todo el siglo XVIII. Si ese siglo fue en otros lugares un tiempo de decadencia moral, en el Oeste, por el contrario, salvo en las grandes ciudades, fue una época de vivificación cristiana durante la cual el pueblo de esta región, dice Mgr. Freppel, “estuvo como lleno de dos sentimientos igualmente apropiados para engendrar el heroísmo : la Fé religiosa y la Fidelidad al poder legítimo. Por ello es que, cuando en un día de odio y de obcecación se llegó a atacar a los ungidos del Señor, a todo lo que representaba Cristo en el estado y en la Iglesia, este pueblo se estremeció y se levantó para defender todo lo que amaba y todo lo que respetaba.
Fue un levantamiento popular, que forzó a los titubeantes clérigos a tomar partido y produjo la salida de incógnito de muchos nobles temerosos de comprometerse. Rebelión religiosa frente al feroz volterianismo ideológico que se imponía a sangre y fuego desde París. Una insurrección en defensa del cristianismo, que constituye un hecho único en la historia por sus proporciones y el alcance de su represión.
Sin embargo, en este momento el gobierno revolucionario inicia una etapa descristianizadora al considerar a la revolución como una nueva era de civilización y al cristianismo como algo periclitado y unido al antiguo régimen.
Epopeya Vendeana

vendee, cathelineau,
La política religiosa del nuevo régimen y las medidas de excepción contra los sacerdotes no juramentados, trajeron una consecuencia cuya trascendencia iba a ser considerable: la sublevación del oeste de Francia, no solamente la Vendée, sino más a o menos todo el país que se extiende desde el norte del Poitu hasta la Bretaña y a los confines de Normandía: en los territorios actuales de los cuatro obispados de Poitiers, Angers, Lucon y Nantes.
Si bien la adhesión a la causa realista intervendría también es su estallido, la fidelidad a la Iglesia Católica y Romana constituye sin duda el móvil mayor de aquella epopeya.
La guerra campesino-monarquica de Francia
Las dificultades comenzaron con la Constitución del clero y su juramento; apenas uno de entre cuatro o cinco sacerdotes estuvo dispuesto a jurar. La resuelta hostilidad de los paisanos de la Vendée para con el clero constitucional se empezó a manifestar: en mayo de 1792 los alcaldes y oficiales municipales de treinta y cuatro comunas de las Mauges se reunieron para tratar esta situación; en agosto, en Chantillón hubo una revuelta de unos seis a diez mil hombres, reprimida por la guardia nacional. Los sacerdotes juramentados, muy mal recibidos, debían apelar a la guardia nacional para mantenerse; la mayoría de los feligreses deseaban y preferían quedarse sin cura que tener a un constitucional al que no conocen.
La ejecución de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, conmocionó a toda Europa. Ello, unido a la política anexionista de la Convención, hizo que la hostilidad exterior contra la Revolución aumentara. La Francia entusiasmada declaró la guerra a Inglaterra y Holanda (1 de febrero, 1793), a España (7 de marzo) y a los Estados italianos. La Francia revolucionaria estaba en guerra contra toda Europa (excepto Suiza y los países escandinavos); por ello decreta el 24 de febrero de 1793 la movilización de 300.000 hombres.
Inicio
Las primeras proscripciones de sacerdotes habían comenzado en otoño, y la noticia de las matanzas de septiembre llegó hasta las más apartadas aldeas; a fines de enero, la de la ejecución del Rey, causó peor impresión. El 3 de marzo, en el mercado de Cholet, se supo que los funcionarios de Paris habían decidido que los jóvenes entre dieciocho y veinticinco años fueran alistados y enviados al ejército; aproximadamente unos quinientos jóvenes juraron públicamente no aceptar jamás la milicia revolucionaria.
Las autoridades locales, desconociendo el clima que se vivía, ordenaron el sorteo de los alistados en los centros de distrito, lo que suponía la reunión de ellos en grandes grupos; en muchísimos lugares estallaron incidentes, señalándose aproximadamente que seiscientas parroquias habían entrado en acción.
  • El 11 de marzo, en Machecoul, los guardias nacionales intentaron imponer el sorteo, lo que costó la vida a treinta de ellos.
  • El 12 de marzo, en Saint-Florent, se dispersaban los soldados del gobierno, abandonando un cañón en manos de los insurrectos.
  • El buhonero Jacques Cathelineau, ocupaba el 13 de marzo la población de Chemillé; el 14 de marzo, Cholet.
Así, al grito de “¡Viva la Religión!”, se levantaba en armas toda la Vendée.
Henry de la Rochejaquelein, vendee
El clima de los ejércitos vendeanos fue profundamente religioso: las columnas avanzaban rezando el rosario; lanzábanse al asalto cantando el Vexilla Regis; los capellanes impartían la absolución antes de que se trabara el combate. Ese espíritu religioso se daba también entre aquellos jefes salidos del pueblo, como el buhonero Cathelineau, llamado el “”Santo de Anjou” y el leñador Stofflet. Entre los nobles, a quienes los campesinos buscaron en sus propias mansiones y castillos para ponerlos al frente de sus fuerzas, esa religiosidad fue menos espontánea al principio; pero una vez tomada la decisión, todos ellos: D`Elbée, Lescure, Bonchamp, Charette y Henri de la Rochejaquelein, se mostraron dignos de la fe sólida y simple de sus hombres.
Consecuencias
Como bien nos señala Daniel Rops, “A decir verdad, dos Francias se enfrentaron en aquella lucha fraticida. La una, católica y tradicionalista, en la que se confundían convicciones cristianas y realistas hasta el punto de borrar en ella el sentido de la comunidad nacional y aceptar el lanzarse a una revuelta en el instante en que la Patria era invadida por todas partes”; al tomar las armas contra un gobierno al que consideraban ilegítimo y tiránico, no pensaban en absoluto en “traicionar a Francia”. “La otra, la Francia “de la montaña”, vagamente deísta, violentamente anticlerical, que no tenía en el fondo otra religión que la de la Patria”. Si San Luis María Grignion de Montfort hubiese extendido su acción misionera a toda Francia, probablemente habría sido otra su historia, y otra la historia del mundo.
Las memorias jamás reivindicadas de tres mil curas asesinados, de cientos de religiosas violadas y torturadas hasta morir y de decenas de campesinos descuartizados por no querer renunciar a su religión toca directamente a la misión pastoral del Papa y al encargo recibido del mismo Cristo de confirmar a sus hermanos.
Martirios
la-vendee-vitral, martires de la vendee
El 21 de febrero de 1794 se abrió en Angers el proceso contra el R.P. Noel Pinot. Las acusaciones fueron: presunta colaboración con los insurrectos, negación de juramento a la constitución civil, presunta cooperación para la reposición de la monarquía y sobre todo el prohibido ejercicio de la profesión de sacerdote. Lo último, junto con el hecho de haber celebrado la Santa Misa, era suficiente para dictar sobre el padre Pinot la pena de muerte y ejecutarlo el mismo día. El candidato a muerte fue irónicamente preguntado si quería morir con el alba puesta, proposición que aceptó con entusiasmo porque así pudo vivir todavía la más bella satisfacción: hasta el último momento ser sacerdote. El suplicio sería como la celebración de su última Misa, su ofrenda final. Así subió el padre Pinot al patíbulo, vestido con alba y casulla. Momentos antes de su decapitación tuvo que quitarse la casulla, pero los fieles le pusieron más tarde el ornamento después de la consumación del sacrificio. El 21 de octubre de 1926, el Papa Pío XI beatificó a este valiente sacerdote diciendo: “Noel Pinot atestiguó, llevando hasta el momento de su ejecución la casulla, que la tarea primordial, más importante y más sagrada del sacerdote es la celebración de la Santa Eucaristía según el encargo del  Señor: “Haced esto en memoria mía”.
El Terror desatado por la Revolución Francesa ha producido miles de víctimas en Anjou. La Causa de Beatificación, introducida en 1905, comprendía a 99 personas : 15 que fueron guillotinadas en Angers, y 84 que fueron fusiladas en Champ-des-Martyrs d’ Avrillé, entre el 30 de octubre de 1793 y el 14 de octubre de 1794. “Nos, acogiendo el deseo de nuestros hermanos Jean Orchampt, obispo de Angers, (…), así como de otros muchos hermanos en el Episcopado y de numerosos fieles cristianos, después de haber escuchado el parecer de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, con nuestra Autoridad Apostólica establecemos que los venerables Siervos de Dios Guillermo Repin y compañeros (…), de ahora en adelante llamados Beatos y que su fiesta pueda celebrarse todos los años en los lugares y del modo establecido por el derecho, el día del tránsito para el cielo : el 1 de febrero para los Beatos Guillermo Repin y compañeros (…). En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”; con esta fórmula el Papa, declaró Beatos al R.P. Guillaume Repin y 98 mártires franceses (11 sacerdotes, 3 religiosas y 84 -4 varones y 80 mujeres- seglares que murieron por la Fe en Angers en 1793-94, durante la Revolución Francesa). La ceremonia tuvo lugar en la basílica de San Pedro, Roma, el domingo 19 de febrero de 1984.
Cada vez más historiadores hablan de este acontecimiento como el “Primer Genocidio de la Historia Moderna”. En él, los jacobinos pusieron en práctica lo que se puede considerar un ensayo general de “Solución Final”.

guerre vendee, genocidio de la vendee
Un repaso a la historia de la “Tolerancia de la Revolución”
El 7 de agosto de 1790, en plena euforia de la Revolución francesa, el diario Mercure de France aseguraba: “El primer autor de esta gran revolución que asombra a Europa es, sin duda, Voltaire. Él no ha visto todo lo que ha hecho, pero él ha hecho todo lo que nosotros vemos. Es él quien ha abatido la primera y más formidable barrera del despotismo”.
Pocos meses después, sus restos mortales, que habían sido enterrados casi en el silencio trece años antes en Ferney, entraban triunfalmente en el Panteón de Hombres Ilustres de París, entre aclamaciones de multitudes.
Quizá el juicio de aquel diario parisino fuera exagerado respecto a la influencia de Voltaire –el famoso Patriarca de la tolerancia– en la Revolución francesa, pero no cabe duda de que fue el principal demoledor de las formas anteriores, y quien abrió paso a Rousseau, que proporcionaría a la Revolución francesa su base intelectual.
Rousseau, con su obra Contrato Social, creó el concepto de Voluntad General –la suma de voluntades de los hombres–, reconocida como “santa”, “inviolable” y “absoluta”. Desencadenó la revolución en busca del Estado perfecto, fundado en la supuesta unidad entre moral civil y decisión soberana, pero que acabó –era previsible– en el Estado totalitario vestido con las galas de la legalidad de una Voluntad General. La idea inicial del hombre autónomo acabó por desembocar en un Estado totalitario.
Junto a ello, y como señala Paul Hazard, se abrió un proceso como jamás lo hubo: el proceso contra Dios. El 13 de abril de 1790, la Asamblea Nacional rechazó el catolicismo como religión nacional. El 12 de julio se decretó la expropiación de los bienes eclesiásticos. El 27 de noviembre se exigió a todos los dignatarios eclesiásticos jurar acatamiento a la nueva ordenación legal del clero.
Los sacerdotes y religiosos hubieron de refugiarse en la clandestinidad, como en tiempos de las catacumbas, y más de 40.000 –unos dos tercios del clero francés– fueron deportados o guillotinados: desde todos los lugares de Francia, cargados en carretas de caballos o de bueyes, encerrados en jaulas, muchos eran conducidos, ayunos durante un viaje de días y aun semanas, a Burdeos, Brest y Nantes para ser allí embarcados con destino a la Guayana; tan solo la mitad aproximadamente llegarían con vida a su destierro.
El 8 de junio de 1793, mientras el populacho saqueaba los templos por todas partes y entronizaba en ellos a meretrices como expresiones de la diosa Razón, Robespierre proclamó la “Religión del Ser Supremo”. Se abolió el calendario, los nombres de los santos, e incluso las campanas de los edificios religiosos.
Las carretas atestadas de víctimas de la guillotina serían un espectáculo incesante y habitual por las calles de París. Pero el cuadro del horror alcanzaría su punto culminante con los asesinatos de septiembre y las bárbaras torturas y vejaciones a que se recurrieron para aplastar la reacción de los campesinos católicos de La Vendée.
La historia conocía ya abundantes ejemplos de guerras y represiones por motivo de religión, que han sido terribles muestras de las crueldades a que a veces ha llegado a lo largo de los siglos la intolerancia religiosa. Pero aquella bestial represión de los católicos deLa Vendée fue, como ha dicho Pierre Chaunu, la más cruel entre todas las hasta entonces conocidas, y el primer gran genocidio sistemático por motivo religioso. Y quizá lo más lamentable fuera que –también por primera vez en la historia– esta masacre se llevó a cabo bajo la bandera de la tolerancia.
El asunto no quedó en el frenético y sangriento sube y baja de la rasuradora nacional que en su día inventara Guillotin. Al primer asalto en masa siguió una fría organización del genocidio.
En agosto de 1793, la Convención de París expidió un decreto disponiendo que el Ministerio de la Guerra enviase materiales inflamables de todo tipo con el fin de incendiar bosques, cultivos, pastos y todo aquello que arder pudiera en la comarca. “Tenemos que convertir La Vendée en un cementerio nacional”, exclamó el general Turreau, uno de los principales responsables de la matanza.
Como narra Hans Graf Huyn, fueron violadas las monjas; cuerpos vivos de muchachas soportaron el descuartizamiento; se formaron hileras con los niños para ahogarlos en estanques y pantanos; mujeres embarazadas se vieron pisoteadas en lagares hasta morir, y en aldeas enteras los vecinos perecieron por beber agua que había sido envenenada. Casi 120.000 habitantes de La Vendée fueron asesinados, y arrasadas decenas de miles de viviendas.
La cuestión de fondo de aquel enfrentamiento –como observa Jean Meyer– no estuvo en la disyuntiva entre monarquía o república, ni fue un conflicto entre estamentos, sino que consistió más bien en la decidida intención de extirpar esas creencias sin reparar en medios.

         
Mas información sobre el genocidio
Transcribimos dos fragmentos de libros cuya lectura recomendamos, teniendo presente que sus autores no han comprendido la totalidad de la trama. Pero su valor reside precisamente en esto. No pueden ser “apellidados” con los amables adjetivos que los medios de comunicación colocan a los escritores políticamente incorrectos.
“Reynald Secher, el joven autor (nacido en 1955) originario de la Vendée, fue a buscar una documentación que muchos consideraban ya perdida. En efecto, los archivos públicos han sido diligentemente depurados, en la esperanza de que desaparecieran todas las pruebas de la masacre realizada en la Vendée por los ejércitos revolucionarios enviados desde París.
Pero la historia, como se sabe, tiene sus astucias: así Secher descubrió que mucho material estaba a salvo, conservado, a escondidas por particulares. Además pudo llegar a la documentación catastral oficial de las destrucciones materiales sufridas por la Vendée campesina y católica, levantada en armas contra los “sin Dios” jacobinos.
En los mapas de los geómetras estatales de la época está la prueba de una tragedia inimaginable: diez mil de cincuenta mil casas, el 20 % de los edificios de la Vendée, fueron completamente derruidas según un frío plan sistemático, en los meses en que se desencadenó la furia de los jacobinos gubernamentales con su lema aterrador: “libertad, igualdad, fraternidad “o muerte”. “ Prácticamente todo el ganado fue masacrado. Todos los cultivos fueron devastados).
Todo esto, según un programa de exterminio establecido en París y realizado por los oficiales revolucionarios: había que dejar morir de hambre a quien, escondiéndose, había sobrevivido. El general Carrier, responsable en jefe de la operación, arengaba así a sus soldados: “No nos hablen de humanidad hacia estas fieras de la Vendée: todas serán exterminadas. No hay que dejar vivo a un solo rebelde”.
Después de la gran batalla campal en la que fueron exterminadas las intrépidas pero mal armadas masas campesinas de la “Armada católica”, que iban al asalto detrás de los estandartes con el Sagrado Corazón y encima la cruz y el lema “Dieu et le Roy”; el general jacobino Westermann (1) escribía triunfalmente a París, al Comité de Salud Pública, a los adoradores de la diosa Razón, la diosa Libertad y la diosa Humanidad: “¡ La Vendée ya no existe, ciudadanos republicanos! Ha muerto bajo nuestra libre espada, con sus mujeres y niños. Acabo de enterrar a un pueblo entero en las ciénagas y los bosques de Savenay. Ejecutando las órdenes que me habéis dado, he aplastado a los niños bajo los cascos de los caballos y masacrado a las mujeres, que así no parirán más bandoleros. No tengo que lamentar un sólo prisionero. Los he exterminado a todos”.
Desde París contestaron elogiando la diligencia puesta en “purgar completamente el suelo de la libertad de esta raza maldita”.
El término “genocidio”, aplicado por Secher a la Vendée, ha desatado polémicas, por considerarse excesivo. En realidad el libro muestra, con la fuerza terrible de los documentos, que esa palabra es absolutamente adecuada: “destrucción de un pueblo”, según la etnología. Esto querían “los amigos de la humanidad” en París: la orden era la de matar ante todo a las mujeres, por ser el “surco reproductor” de una raza que tenía que morir, porque no aceptaba la “Declaración de los derechos del hombre”.
La destrucción sistemática de casas y cultivos iba en la misma dirección: dejar que los supervivientes desaparecieran por escasez y hambre.
Pero ¿cuántos fueron los muertos? Secher da por primera vez las cifras exactas: en dieciocho meses, en un territorio de sólo 10000 km2 , desparecieron 120.000 personas, por lo menos el 15 % de la población total. En proporción, como si en la Francia actual fueran asesinadas más de ocho millones de personas. La más sangrienta de las guerras modernas – la de 1914-1918- costó algo más de un millón de muertos franceses.
Genocidio, pues; verdadero holocausto; y, como comenta Secher, tales términos remiten al nazismo. Todo lo que pusieron en práctica las SS fue anticipado por los “demócratas” enviados desde París: con las pieles curtidas de los habitantes de la Vendée se hicieron botas para los oficiales (la piel de las mujeres, más suave, era utilizada para los guantes). Centenares de cadáveres fueron hervidos para extraer grasa y jabón (y aquí se superó a Hitler: en el proceso de Nüremberg se documentó –y las mismas organizaciones judías lo confirmaron- que el jabón producido en los campos de concentración alemanes con los cadáveres de los prisioneros es una “Leyenda negra”, sin correspondencia con los hechos). Se experimentó por primera vez la guerra química, con gases asfixiantes y envenenamiento de las aguas. las cámaras de gas de la época fueron barcos cargados de campesinos y curas, llevados en medio del río y hundidos.
Sus páginas, disponibles ahora, provocan sufrimiento. Pero la búsqueda de una verdad escondida y borrada bien vale el trauma de la lectura.”
Vittorio Messori, Leyendas negras de la Iglesia. Planeta. Capítulo 23. Le génocide franco-français: la Vendée vengée” de Reynald Secher, pág. 103.

“El mismo problema se le presentará a la Convención cuando tome la decisión de exterminar a los de la Vendée. Y el asunto se afrontará en términos de carga para el erario. Fusilar a casi dos millones de personas  costaba cifras astronómicas sólo en balas. Se pensó en romperles la cabeza con las culatas de los fusiles, pero después de un cierto número de cabezas los fusiles tenían la tendencia a estallar cuando eran utilizados normalmente. Los sables y las bayonetas perdían el filo. Se probó a envenenar los ríos con arsénico, pero el agua arrastraba el veneno más allá de los confines de la rebelión.
Se encargó a un farmacéutico que fabricas gas venenoso. Pero también aquí había que contar con el viento que con frecuencia orientaba los efluvios en direcciones no deseadas. El general Santerre comenzó a minar el territorio, pero las minas explotaban incluso bajo los “bleus”. Su colega Turreau utilizó entonces el sistema de las gabarras o lanchones: se ataban en grupos a los prisioneros, se les cargaba a centenares en las gabarras que después se hundían en el Loira. Después, se recuperaban las barcazas.
Al final se optó por los cañones: se encerraban a las víctimas en un edificio, por lo general, en la Iglesia, y se abatía el edificio a cañonazos. También se utilizaron los hornos; este último sistema permitía el aprovechamiento de la grasa de los cadáveres, que se empleaba en los hospitales y para engrasar los fusiles, así como la piel, ya que se despellejaba a las víctimas antes de enviarlas a los hornos ( en el ejército escaseaban las botas, y la idea de utilizar la piel humana fue de Saint-Just). Todavía hoy se puede contemplar en el museo de Historia Natural de Nantes una piel de vendeano debidamente curtida”.

Rino Cammilleri. Los Monstruos de la Razón. Viaje por los delirios de utopistas y revolucionarios. Rialp, Madrid, 1995. (Confr. Reynal Secher. Le genocide franco-français. La Vendée-Vengé. Puf, París, 1988.)

(1) Nota de Manuel de Arbués: Sin duda el tal Westermann trataba así de bien a sus hermanos católicos porque eran de su misma….digamos, religión. Al menos, esto insinúan algunos hoy en día, con gran rigor histórico, por cierto

Fuente: Veritas Fides et Ratio

viernes, 4 de octubre de 2013

FORMACIÓN PARA LA ACCIÓN: LA EXISTENCIA DE DIOS Por: Eudaldo Forment

Los entes que nos rodean son contingentes, no repugna que no existan. De ahí que se generan entes con duración limitada. Se producen y se corrompen, o nacen y mueren, si son vivientes.
Por la vía anterior, había quedado establecido que ninguna esencia puede causar su propio ser, porque «no hallamos que cosa alguna sea su propia causa, pues en tal caso habría que ser anterior a sí misma, y esto es imposible» (STh I, 2, 3). Si existen los entes, deben poseer necesidad, de lo contrario no existirían. En la medida que existen, son necesarios y lo son por otro, por una causa que les hace existir.
Este es el verdadero punto de partida de la vía, lo que tienen de necesario los entes contingentes. La imposibilidad de prolongar hasta el infinito la serie de causas subordinadas esencialmente en la necesidad, lleva a afirmar la existencia de un ente necesario por sí mismo, un ente necesario absolutamente, causa de la necesidad de los demás.
Por consiguiente, el hecho de que los entes se encuentren en la realidad, o existan, es contingente. En cambio, no lo es que existan por su ser propio, la forma de las formas, que estén en la realidad por tener ser. Esta necesidad requiere la de Dios, que no posee el ser recibido, sino que lo es. Dios es su ser, sólo es ser, el «Ipsum esse subsistens», en quien se identifica la esencia y el ser.
La contingencia del ente remite a la afirmación de la creación, ya que puede considerarse la contingencia como una de las relaciones entre lo creado y el Creador. Desde esta vía de la demostración de la existencia de Dios
«es necesario afirmar que todo lo que existe de algún modo existe por Dios». Lo que se explica «porque si se encuentra algo por participación en un ser, necesariamente ha de ser causado en él, por aquel a quien esto le corresponde esencialmente» (STh I, 44, 1 in c.).
Los entes necesarios por participación, que requieren una causa de su necesidad, son causados por el ser necesario por esencia. Los entes que poseen el ser por participación son causados por el ente, que es el ser por esencia.
Por encima del conocimiento filosófico de Dios está el que le proporciona la virtud teologal de la fe, cuyo acto fue definido por Santo Tomás como «acto del entendimiento, que asiente a la Verdad divina por imperio de la voluntad, movida por la gracia de Dios» (STh II-II, 2, 9, in c.)
Sobre el hábito de la fe infusa, advierte Santo Tomás que para consentir a la Revelación es necesaria la gracia, el don de Dios, a la que el hombre puede resistir. Con respecto al conocimiento de las verdades reveladas debe distinguirse entre la proposición, la revelación de la verdad, o el misterio, al entendimiento humano, y el asentimiento interno del mismo a ella. A esta distinción corresponde la de una doble gracia: la gracia externa de la divina Revelación; y la gracia interna o interior de la divina iluminación.
Para conocer las verdades estrictamente sobrenaturales o misterios, que por si mismos trascienden a todo entendimiento creado, e igualmente para conocer las verdades sobrenaturales, que simplemente estan ocultas al entendimiento humano -como son los decretos de la voluntad de Dios y los futuros contingentes, que por su propia naturaleza están ocultos a la inteligencia humana-, es absolutamente necesaria la gracia externa, la Revelación, o las palabras en que se manifiesta.

Igualmente para asentir a las verdades sobrenaturales, pero por un motivo meramente natural, como por ejemplo su interés racional, no es absolutamente necesaria la gracia divina interior. Por ser el motivo de asentimiento algo meramente natural, algo que no traspasa las fuerzas naturales del entendimiento, es desproporcionado, o inferior, para alcanzar estas verdades en cuanto sobrenaturales. Se obtiene, por tanto, un conocimiento de unas verdades que sólo materialmente son sobrenaturales, pero que no son aprenhendidas en cuanto son formalmente sobrenaturales.
En cambio, para asentir a los misterios sobrenaturales, en cuanto son sobrenaturales, o sea, por un motivo formalmente sobrenatural, es absoluta y físicamente necesaria la gracia divina interna que ilumine el entendimiento, como hace la virtud infusa de la fe teologal. Explica Santo Tomás:
«Para los pelagianos, esa causa sería solamente el libre albedrío; por eso afirmaban que el comienzo de la fe está en nosotros, puesto que de nosotros depende el estar dispuestos a asentir a las verdades reveladas; y que su consumación viene de Dios, por quien nos son propuestas las verdades que debemos creer. Pero esto es falso, pues el hombre, para asentir a las verdades de fe es elevado sobre su propia naturaleza, y ello no puede explicarse sin un principio sobrenatural que le mueva interiormente, que es Dios» (STh II-II, 6, 1 in c.).
También observa el Aquinate que la fe -el acto de la virtud teologal de la fe, bajo la moción divina de una gracia actual-, es un acto intermedio entre el acto perfecto de clara y cierta visión de la ciencia y el asentimiento imperfecto propio de la opinión. Quien cree asiente con certeza, pero su inteligencia no reposa tranquila en la verdad, en razón de su inevidencia, hasta que no llegue a verla en la intuición beatífica.
«El acto de fe entraña adhesión firme a una sola parte, y en esto convienen el que cree, el que conoce y el que entiende. Pero su conocimiento no es perfecto, por visión clara del objeto, en lo que conviene con el que duda, sospecha y opina» (STh II-II, 2, 1, in c.).
El mismo conocimiento racional de Dios presenta dificultades. No es un camino fácil llegar a Dios a través de las criaturas. Santo Tomás afirma la conveniencia de la Revelación tanto para conocer verdades sobrenaturales sobre Dios, que exceden, por ello, la capacidad de la razón humana para descubrirlas, como las naturales, aquellas que sí podría por sus solas fuerzas. Explica que sin la vía de la fe, en primer lugar, «muy pocos hombres conocerían a Dios». A los demás se lo habría podido imposibilitar tres causas: «La mala complexión fisiológica (...) el cuidado de los bienes familiares (...) la pereza».
En segundo lugar, los que llegaran a las verdades naturales sobre Dios, lo habrían hecho «después de mucho tiempo». Por tres motivos: «Por su misma profundidad (...) por lo mucho que se requiere saber de antemano», y porque se necesita la madurez, que proporcione la paz y la tranquilidad, al no estar sujeto «al vaivén de los movimientos pasionales».
Por último, en tercer lugar, estos pocos hombres maduros poseerían mal esta verdad, con gran incertidumbre. Ello por tres razones:
«La falsedad se mezcla en la investigación racional (...) viendo que los mismos sabios enseñan verdades contrarias (...) y que entre muchas verdades demostradas se introduce de vez en cuando algo falso (...) que se acepta por una razón probable o sofística» (Summa Contra Gentiles I, c. 4.)
No obstante, aunque el conocimiento filosófico de la existencia de Dios no sea fácil, sí lo es como término de un conocimiento prefilósofico, casi espontáneo, de Dios, a través del espectáculo de la naturaleza y de la experiencia del propio yo. Tal conocimiento resulta sencillo, claro está, «para un hombre normalmente educado, sin deformaciones intelectuales (prejuicios) o morales (vicios); en cambio ha de resultar muy difícil para el hombre agnóstico o de vida moral desordenada, que chocaría instintivamente con una idea de Dios que comprometiese consecuentemente su vida» (Rodríguez, 1995, 106).
Concluye, por ello, el Aquinate:
«Por eso, fue conveniente presentar a los hombres por vía de fe, una certeza fija y una verdad pura de las cosas divinas» (Summa Contra Gentiles, I, 4).
Para que todos y cada uno de los hombres puedan conocer desde el principio, con certeza y seguridad la existencia de Dios y otras verdades naturales parecidas, ha sido moralmente necesaria la gracia externa de la revelación.
El hombre puede, sin la gracia sobrenatural, conocer la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, la ley natural impresa en su corazón, y otras verdades naturales, si bien ha sido conveniente que estas verdades fuesen divinamente reveladas, tras el debilitamiento de la inteligencia por el pecado original, para que fuesen conocidas en conjunto, a tiempo y con seguridad.
En el estado actual de naturaleza caída, el hombre conserva las fuerzas necesarias para poder conocer con certeza las verdades naturales, pero no puede decirse lo mismo respecto de aquellas verdades naturales difíciles, cuyo conocimiento nos es urgente intelectual y moralmente, como son la existencia de Dios, su providencia; la espiritualidad, inmortalidad y responsabilidad del hombre; y la ley moral en toda su extensión desde el comienzo hasta el fin de la vida. Para esa forma de conocimiento de estas verdades trascendentales, la gracia de Dios es relativamente necesaria o conveniente.
La razón humana ha quedado debilitada y obscurecida, pero no es impotente para conocer. Conserva fuerzas naturales suficientes para conocer con certeza, sin necesidad de la gracia, las verdades fundamentales de orden metafísico y ético, precisas para el gobierno de la vida humana. Si su naturaleza no estuviera afectada por el mal, dispondría de capacidad intelectiva suficiente y no encontraría obstáculos para conocerlas perfecta y facilmente.
Para estas verdades naturales, necesarias para la orientación de la vida personal es, por tanto, necesaria moralmente la Revelación, la gracia de Dios externa. Aunque absolutamente prescindiendo de la facilidad, prontitud y universalidad, el hombre sí es capaz, puesto que toda la verdad natural es el objeto adecuado de la inteligencia, su propio bien.
Sostiene Santo Tomás que la Encarnación fue conveniente en el mismo orden de la naturaleza, porque «si se hubiese aplazado este remedio hasta el último día, hubiesen desaparecido totalmente de la tierra el conocimiento de Dios, la reverencia a Él debida y la honestidad de las costumbres» (STh III, 1, 6 in c.).
Incluso afirma que ha sido necesario conocer el misterio de la Santísima Trinidad para comprender rectamente la verdad racional de la creación.
«Hemos necesitado conocer las divinas personas, para tener ideas correctas acerca de la creación de las cosas, pues al confesar que Dios hizo todas las cosas por su Verbo, se excluye el error de los que sostienen que las produjo por necesidad de naturaleza» (STh I, 32, 1 ad 3).

jueves, 3 de octubre de 2013

VIº JORNADAS DE CULTURA CATOLICA , VEDIA 2013



VIº JORNADAS DE CULTURA CATÓLICA


SÁBADO 9 Y DOMINGO 10 DE NOVIEMBRE  DE 2013

Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen. (1 Pe 3, 15)… Dios reveló al profeta Oseas que su pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento (Os. 4:6).
 Muchos se guían por el refrán: "lo que no sé no me puede hacer daño", pero Dios nos dice que no es así. A causa de su ignorancia de la voluntad de Dios, el pueblo de Israel se había entregado a la idolatría y más tarde este mismo pecado les llevaría a la autodestrucción.

«Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn 4, 20-21).
Las obras de caridad y de Misericordia que realizan los cristianos, nada tienen que ver con la filantropía, sino más bien la realizan para dar testimonio del gran Amor que Cristo tiene a los hombres.
Diccionario Católico

LUGAR:
Capilla Ntra. Sra. de Luján. Buenos Aires 695 esq. Paine.  6030 Vedia Pcia. de Bs. As. Argentina

Sábado 9 de Noviembre:
18:00 hs.: Palabras de bienvenida a cargo del Rev. Padre Mauricio Zárate SRSLRF
18:15 hs.: Rezo del Sto. Rosario, exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento.
19:00 hs.: Breve receso y merienda
19:45 hs.: El Rev. Padre Fray León de la Inmaculada -OFMCap- disertará sobre: La necesidad de tener un conocimiento exacto de las verdades de la Fe en tiempo de apostasía y una inteligente educación en tiempos hóstiles al Evangelio.
Al finalizar la conferencia, se abrirá un libre debate.
Domingo 10 de Noviembre:
9:00 hs.: Santa Misa Cantada de Acción de Gracias (XXVº después de Pentecostés) y será celebrada por Fray León de la Inmaculada –OFMCap-.
10:30 hs.: La  Prof. Lic. en Servicio Social, María Paula Dani de Murgia disertará sobre: La Historia de la Asistencia y sus orígenes en el Cristianismo, la distinción que
debemos hacer los católicos  entre las instituciones y congregaciones religiosas dedicadas a la Caridad, de las entidades filantrópicas y de corte netamente humanitarias
.12:30 hs.: Almuerzo y cierre de las Jornadas (confirmar la asistencia al almuerzo)

Informes e Inscripción: verdadcatolica@hotmail.com
Tel. (02354) 421230 ó (02355) 15447068
Entrada libre y gratuita

Organiza: Sociedad Religiosa San Luis Rey de Francia