sábado, 23 de agosto de 2014

LAS PUERTAS DEL INFIERNO NO PREVALECERAN (Por el Dr. Rama Coomaraswamy)


Consideremos el principio de: "por sus frutos los conoceréis". Ahora bien ¿cuáles son los frutos de la nueva religión? Miles de sacerdotes han abandonado su vocación -y de los que permanecen un 25% solicitaron el permiso para casarse y se les negó. Monjes y monjas se secularizaron a miles. Los seminarios están virtualmente desiertos. La edad media de los sacerdotes en los Estados Unidos es de 50 años y pico, con un descenso del 40% del nivel actual para el final de la década. Mucho más trágico aún: a pesar de la amplia variedad de "liturgias" ofrecidas -desde conservadoras hasta radicales- millones de católicos han dado la espalda a la Iglesia, y para todo tipo de propósitos, la juventud ya no está interesada en lo que ella tiene que ofrecer. Solo un 15% de los fieles oyen todavía la Misa del Domingo y entre estos, mientras las comuniones suben las confesiones bajan, dando la impresión de que el pecado está disminuyendo. Un 80% de los católicos casados usan controles de natalidad y lo hacen creyendo que tal cosa no viola ningún principio divino; las estadísticas de divorcio no muestran ninguna diferencia entre los católicos y los otros; y en el campo práctico existe un completo caos con respecto al comportamiento sexual.
Junto a todo esto está la corrupción, es más, la destrucción de la doctrina y la teología. La aceptación de la evolución como un hecho en todos los campos -sea en biología, sociología, teología- incluso la tesis teilhardiana de que ¡el mismo Dios evoluciona! La abrogación de los cánones 1399 y 2318, el rehusar la Iglesia condenar a los herejes y la descarada indulgencia extendida a aquellos que, como Hans Küng -cuyo nombre es "legión"- envenenan el pensamiento de los fieles, son síntomas de la malignidad modernista ampliamente extendida. La así llamada "desacralización" y "desmitologización" de la Iglesia combinada con la mala representación de todo lo tradicional, ha acabado en una familiaridad y vulgaridad que lo ha invadido todo. Recientes intentos de disimular esto vistiendo a los presidentes (el clero) y a las monjas con la vestidura tradicional no ha cambiado en nada la situación.
El que tenga oídos que oiga. Pero ¿quiénes querían escuchar? Su eslogan y leitmotiv estaba colgado en la pared desde la apertura del Concilio y era el Aggiornamento ("puesta al día", "actualización"), un concepto contrario a cualquier Religión basada en las verdades eternas y en la Revelación. Roncalli, alias Juan XXIII, declaró en aquella ocasión su intención de "salvaguardar el sagrado depósito de la fe con más efectividad". No se necesita mucha imaginación para entender lo que quería decir -y no dudó en declarar que "... la sustancia de la antigua doctrina contenida en el depósito de la fe es una cosa, y otra la manera en la que es expresada". Esta declaración es falsa y de hecho satánica, ya que abrió la puerta a todas las traiciones y falsificaciones que le siguieron. Las formulaciones tradicionales no son artículos de lujo superficiales, ellas son garantía de verdad y de eficacia; además ellas expresan adecuadamente lo que quieren decir -su adecuación es de hecho su raison d'être. ¿No es la verdad inseparable de su expresión? ¿No reside la fuerza de la Iglesia en que sus viejas expresiones son siempre válidas? Ellas solo disgustan a los que quieren hacer modernismo, cientismo, evolucionismo y socialismo apartándose del "Depósito de la fe".
Uno debe tomar un fenómeno por lo que es. Si uno ve un tigre en las calles de Nueva York, no necesita el telediario para saber que lo que ha visto es una realidad. Uno puede negar su existencia solamente arriesgándose a perder la propia vida.
A pesar de lo obvio, los hay todavía que, deseando tener "lo mejor de ambos mundos", quieren exculpar a la Iglesiapostconciliar, y los que intentan explicar cómo "el humo de Satán" casi ha oscurecido "la bóveda de San Pedro". Algunos dicen que es porque el Concilio y las subsecuentes innovaciones fueron "mal interpretadas". Pero ¿por quiénes? Otros, proclamando a voces su lealtad a aquéllos que usurpan el Trono de Pedro, afirman que es por culpa de los obispos y cardenales que están alrededor de él. Pero ¿quién los eligió? ¿Desde cuándo ha sido abandonado el principio de respondeat superior? (Incluso el infierno tiene una estructura jerárquica). A pesar del hecho de que tales declaraciones están a menudo motivadas por el deseo de "tapar la borrachera de Noé", ellas son una combinación de improbabilidades y de hipocresía.
Tanto si nos gusta como si no, la culpa debe recaer principalmente sobre los "papas" postconciliares. Aunque ninguno de nosotros está libre de algo de culpa, son ellos quienes deben llevar la carga. Son ellos quienes aprobaron el Concilio y las Reformas, y sin su aprobación, ni el Concilio ni las Reformas hubieran tenido significado ni autoridad. Son ellos quienes han aplicado mal el principio de la obediencia para mantener a los fieles dentro de su línea. Son ellos quienes toleran toda desviación concebible mientras condenan sin ambages todo lo que es tradicional. No son individuos que han "caído en la herejía", o que, como diría Lefebvre, están "tocados de modernismo", (¿puede una mujer tener un toque de preñez?). Ellos son mucho peor, son herejes que han sido elegidos precisamente porque son herejes; son hombres que, según las leyes de la Iglesia Tradicional se han excomulgado a sí mismos desde hace tiempo. Y esta condenación se aplica virtualmente a todo el "cuerpo electoral" responsable de la implantación de lo que sólo se puede describir como una conspiración modernista. Además se aplica también a la aduladora jerarquía que se declara a sí misma una cum aquellos que están en el poder.
"Y Ciaphus era, en su propia opinión, un benefactor de la humanidad" (Blake). Hablar de una conspiración no es negar la sinceridad de aquéllos en ella involucrados. Porque ¿a qué hereje le falta sinceridad? Tampoco es afirmar que todo individuo que dio y da su aprobación sea un subversor consciente. (Aunque Nuestro Señor dijo que el que no está con Él está contra El, no condenar el error es tolerarlo). El resultado neto está claro. El Concilio y sus consecuencias fueron llevados a cabo de acuerdo a una conspiración de individuos a quienes el Papa San Pío X condenó claramente, y contra quienes él quería proteger a la Iglesia. Él llegó a declarar, en su calidad de Papa y por lo tanto ex cathedra, que cualquier individuo que defendiera incluso una sola proposición modernista condenada por sus Encíclicas y el Decreto Lamentabili estaba ipso facto (de inmediato) y latæ sententiæ (antes de la sentencia pública) excomulgado -es decir, por ese mismo hecho y sin necesidad de que nadie lo declare públicamente (Præstantia Scripturæ, 18 de Noviembre de 1907). Ningún padre (conciliar) que firmara los documentos del Concilio ni ningún miembro de la jerarquía que los aceptara y los enseñara, puede declarar que se queda fuera de la condenación. Todo aquél que se considere "en obediencia" a la nueva Iglesia, acepta implícitamente sus principios modernistas .
Consideremos la Libertad Religiosa. Es la idea de que todo hombre es libre para decidir por sí mismo lo que es verdadero y falso, lo que está bien y mal, y de que en su misma dignidad humana reside precisamente esta libertad. Imaginemos a Cristo en la Cruz diciéndonos que vino a establecer una Iglesia visible, "Una, Santa, Católica y Apostólica", y para confiarle a ésta aquéllas verdades necesarias para nuestra salvación, para asegurarnos, sin embargo, a continuación que no tenemos la obligación de escucharle, que somos libres para elegir por nosotros mismos lo que debemos creer y que nuestra dignidad humana real reside, no en conformarnos a Su Imagen, sino ¡en hacer tales elecciones! ¡Increíble! Y ahora, unos dos mil años después, nosotros encontramos al representante de Cristo cuya función es enseñarnos lo que Cristo nos enseñó, asegurándonos que como resultado de la Encarnación de Cristo, todos los hombres, incluso aquéllos que rechazan la misma idea de Dios, están salvados, que la Iglesia de Cristo, por su propio defecto, ha perdido su "unidad" y que la Crucifixión no es sino "un testimonio de la dignidad humana del hombre", el cual tiene la aptitud para determinar por sí mismo lo que es verdadero y falso. ¡La locura goza de dominio absoluto!
Uno puede argumentar que estos falsos papas han dicho algunas cosas buenas. Tal cosa, sin embargo, no tiene importancia o interés en la situación actual en la que nosotros debemos decidir si ellos son o no son verdaderos representantes de Cristo en la tierra. Si ellos son verdaderamente "una persona jerárquica" con Nuestro Señor, entonces debemos obedecerles. Pero los Católicos deben entender que la infalibilidad del Papa depende totalmente de su propia obediencia a Cristo, y que cuando él rechaza a Cristo y falsifica sus enseñanzas, nosotros debemos rechazar su autoridad. Como dijo S. Pedro: "se debe obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hechos 5, 29).Un papa modernista es una imposibilidad. O bien es modernista y entonces no es Papa o bien es Papa y entonces no es modernista. Todo esto no es cuestión de elegir o escoger lo que nosotros debamos creer. Es cuestión de ser Católico. Negar este principio es declarar que ¡Cristo es un mentiroso! Santa Catalina de Siena nos dijo que un Papa que falsifique su función irá al infierno, y más adelante, que los que le obedezcan, irán allí con él. Acabemos con aquéllos que afirman que Juan Pablo II está intentando que la "Iglesia" vuelva a la Tradición. La mentira se expone fácilmente. Todo lo que él tiene que hacer es rechazar el Vaticano II y restaurar los Sacramentos tradicionales. Fuera de esto, él no es sino un lobo con traje de cordero dando gato por liebre.
¿Han prevalecido "las puertas del infierno"? Ciertamente que no. Los Católicos saben que Cristo no puede mentir. Examinemos entonces el significado de esta promesa. Lo que ella proclama es que la verdad vencerá al final aunque no necesariamente a "corto plazo". Que esto es "verdad" es una certeza intelectual, ya que el error solo se puede definir como la negación de la verdad. Ahora bien, la Iglesia Católica es verdadera, y por lo tanto, no puede ser totalmente destruida como no puede serlo la misma verdad. Pero esta Iglesia no se basa en números, ni en edificios, ni siquiera en la necesidad de la jerarquía. La verdad funciona ex opere operatio. Ella reside en los fieles (la jerarquía debe ser "de los fieles" antes de que estos puedan ser "de la jerarquía", o como los teólogos lo exponen, deben ser miembros de la "Iglesia creyente" antes que de la "Iglesia docente" (el Magisterio). Todo niño bautizado, según el rito tradicional, se convierte en "miembro del Cuerpo de Cristo". Y ¿qué es la Iglesia sino el Cuerpo de Cristo, la Presencia de Cristo en este mundo? Se sigue entonces de esto, como apunta Catalina Emmerich, que si hubiera solamente una persona viva que fuera verdaderamente Católica, la Iglesia residiría en ella.
La visibilidad es una cualidad de la Iglesia ¿Necesita la visibilidad una jerarquía? La cuestión está abierta a debate, pero el tiempo no ha terminado todavía su curso. En cualquier evento, los obispos tradicionales están disponibles, y si solamente sobreviviera un obispo tradicional, la jerarquía residiría en él. Sin embargo lo que hay que recordar es que la Iglesia no existe en razón de la jerarquía, es la jerarquía la que existe en razón de la Iglesia. Y la historia ha demostrado que los Católicos pueden vivir y mantener la fe durante siglos sin ninguna jerarquía. Dios conoce a los suyos y no los abandonará. Si un obispo es necesario para la visibilidad de la Iglesia, ciertamente que Dios proveerá uno. En última instancia, somos nosotros los que abandonamos a Dios, su verdad y su Iglesia, y no al contrario.
Alguien podría pensar que los cambios fueron más que suficientes para inducir a los fieles a la rebelión. La gran sorpresa, verdaderamente apocalíptica, fue que el pueblo católico no lo hizo. Y también que se pudiera demostrar lo que valían realmente los católicos "sinceros, piadosos, fervorosos y bien intencionados". Uno puede sentirse tentado a compadecerlos, pero como siempre, incluso en esta situación, "Dios conoce a los suyos". Se debe insistir sobre esto, ya que los verdaderamente inocentes son muchos menos numerosos de lo que se suele creer. El argumento que dice que no es posible ni probable que Dios abandone "a los suyos" presupone que "los suyos" no merezcan ser abandonados, cuando de hecho estos lo merezcan precisamente hasta el punto en que sean abandonados realmente.
¿Por qué no se rebelaron los Católicos? Bueno, ante todo, algunos lo hicieron, pero su postura era indeterminada debido a un pobre liderazgo. Psicológicamente dependientes de la jerarquía y del clero, buscaban una guía que no les fue proporcionada. Los modernistas, trabajando durante décadas, habían preparado el terreno, e incluso aquéllos que no eran subversivos tenían su fe corrompida y por lo tanto debilitada. Quizá hubieran en el Concilio 70 personas que -hacia el final- comenzaron a comprender lo que estaba ocurriendo. ¡Ya no los hay! Y entre ellos ninguno estuvo dispuesto a tomar una clara postura drástica con sólidos fundamentos. Incluso Lefebvre basó su oposición en falsas premisas teológicas, arguyendo por ejemplo que se puede desobedecer a un Papa válido . En segundo lugar, durante décadas, los fieles fueron inadecuadamente instruidos en su fe y desanimados a llevar una activa vida espiritual. Educados en colegios secularizados, adoctrinados por sacerdotes "liberales", ellos eran, en general, modernistas sin saberlo. Y finalmente, tanto el clero como los laicos, encontraron el mundo moderno seductivamente atractivo. Ellos se hallaron con el rechazo y el desprecio del mundo moderno -un mundo que había repudiado a la Iglesia y que como el hijo pródigo se había alejado del seno del padre -cada vez más intolerable. Ellos no podían aceptar la desaprobación de este mundo en el cual creían aun más firmemente que en Cristo. El Concilio declaró que la Iglesia no sólo estaría de hoy en adelante "abierta al mundo", sino ¡que lo "abrazaría"! Su objetivo declarado y su promesa era el aggiornamento para introducir a la Iglesia "dentro del siglo XX", hacerla parte de él y aceptable a este mundo. Ya no proclamó que era necesario que el hijo pródigo volviera al seno del padre. En vez de esto, abandonando tanto su función como su identidad, ella proclamó que el padre estaba obligado ¡a comer la bazofia apta solamente para cerdos! Clero y laicado -excepciones aparte- se precipitaron de cabeza al mar a gastar su patrimonio como si no hubiera un mañana. Esto es en lo que consiste el corazón de la conspiración. Esto es lo esencial del caso. Esto es lo que creó el humo que remolinea en la Basílica de San Pedro. Esta chispa de rebelión, que está presente en el alma de todo hombre, solo necesitaba unos "aires de cambio" para crear un infierno.
No obstante, como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia de la Iglesia, un resto persiste en mantener la plenitud de la fe. La verdadera Iglesia se puede encontrar entre aquéllos que creen y continúan creyendo de la misma manera que sus antecesores. Son ellos quienes dan testimonio de la verdad de la promesa de Cristo. Son ellos quienes proporcionan la prueba de que "las puertas del infierno no han prevalecido". No todos son profundos teólogos. No todos están sin pecado. Pero se les puede reconocer por su insistencia en los sacerdotes verdaderos, en la verdadera doctrina y en la verdadera Misa -la Misa de todos los tiempos.
Algunos acusarán a los Católicos tradicionales -que son los que insisten en mantener la totalidad de la fe Católica intacta y que por lo tanto rechazan la nueva religión de la Iglesia postconciliar- de estar en el "cisma". Tal acusación es falsa. En realidad, el cismático es el que se aparta de la verdad y no el que insiste en ella. Y si es necesario que uno se separe de algo para salvar la verdad, ¡larga vida al cisma! Pero en realidad, no es el Católico tradicional el que está en el cisma, sino aquéllos que son responsables de cambiar la fe Católica. Pero seamos claros y honestos. La nueva Iglesia no es cismática, es herética. De igual manera los Católicos tradicionales son acusados de ser Protestantes porque desobedecen al papa. Pero tales acusaciones son falsas. Los Católicos tradicionales no "eligen y escogen" lo que desean creer, sino que se adhieren con todo su corazón a lo que la iglesia siempre ha enseñado y hecho. Tampoco están desobedeciendo al Papa. Ellos creen que se debe obedecer al Papa, mientras sea el Vicario de Cristo en la Tierra y una "persona jerárquica" con Nuestro Señor. Ellos saben que cuando Pedro habla, es infalible porque es Cristo quien habla por medio de él. Ellos son acérrimos papistas y lo que están haciendo es nada menos que negarse a desobedecer a Pedro. En tal situación ellos están obligados a desobedecer a aquéllos que hablan falsamente en nombre de Pedro. Obedecer a los "papas" herejes y modernistas es declarar que son "una persona jerárquica" con Nuestro Señor y por tanto que Cristo enseña cosas falsas -¡quod absit!
Es un hecho desafortunado que muchos de los tradicionalistas no quieren ser etiquetados como "integristas" o "sedevacantistas". Y ¿por qué no? ¿Por qué detenerse a medio camino? Esto solamente nos lleva a reñir por causa de las posturas más absurdas, o a una timidez de lenguaje combinada con unos convencionales e infantiles sentimentalismos. Si los "papas" postconciliares son verdaderos Papas, obedezcámosles. Pero si no, obedezcamos a Pedro y por medio de él a Cristo. La gente dice estar "confusa" o "preocupada". ¿Por qué? Los antiguos catecismos están siempre ahí y las modernas innovaciones en principio no son diferentes de las de una época anterior. El pecado puede cambiar de estilo, pero no de naturaleza. "No hay mayor derecho que el de la verdad", y a pesar de las enseñanzas del Vaticano II, "el error no tiene derechos en absoluto".
Los Católicos tradicionales dan a menudo escándalos al discutir entre ellos. En comparación la nueva Iglesia parece más unida. En realidad lo está, ya que acepta bajo su tutela toda desviación concebible. Pero si los Católicos tradicionales parecen divididos es porque, en ausencia de un claro liderazgo, cada grupo individual procura determinar por sí mismo lo que es verdaderamente Católico. Lo que se necesita es un profundo estudio y una entrega a lo que es verdaderamente Católico por parte de todos. Parafraseando a Lenin, no tengamos enemigos a la derecha -nadie más ortodoxo y nadie más tradicional que nosotros mismos. Estemos unidos en la verdad, manifestada en la constante enseñanza y práctica de la Iglesia a través de los tiempos. Así que Dios nos ayude.
Es extraordinario que el clero moderno afirme estar interpretando "los signos de los tiempos". Cristo describió "los últimos tiempos" con colores muy sombríos. La Escritura advierte de una erupción del mal sin precedentes, llamada por San Pablo Apostasía, en medio de la cual aparecerá el "terrible hombre de pecado" e "hijo de perdición", el singular enemigo de Cristo, o sea el Anticristo; que esto será cuando dominen las revoluciones y la actual estructura de la sociedad se rompa en pedazos. Se nos dice que "ellos mancharán el Santuario en gran número y que quitarán el sacrificio perpetuo y que pondrán allí la abominación de la desolación". ¿No habla Jeremías en Nombre de Dios cuando dice: "Mi Tabernáculo está desolado, todas mis cuerdas están rotas. Mis hijos se han alejado de Mi… Porque los pastores han obrado el mal y no han buscado al Señor"? ¿Y no se nos dice que "se alzarán muchos falsos cristos" que predicarán falsas doctrinas y que incluso los aparentes elegidos serán engañados? Finalmente ¿no es el mismo Cristo quien nos dice que a su Venida final solo quedará un "resto" -un "resto" perseguido por el Anticristo? A pesar de tales advertencias el moderno Sanedrín de Roma insiste en apoyar y fomentar las fuerzas de la Revolución, y en proclamar su intención de crear un mundo mejor, en el que los principios de la Revolución Francesa se vean realizados -donde todos los hombres sean libres, iguales y vivan en una paz fraternal. Y con esto a la vista, se ha comprometido en la creación de una religión mundial en la que todos los hombres -incluso los ateos- estarán reunidos juntos como "pueblo de Dios" y la salvación será como el Vaticano II predica "un proceso comunitario". Afortunadamente, los Católicos tradicionales también saben interpretar los signos de los tiempos. Ellos ven en todo esto el cumplimiento de las profecías de las Escrituras. Es por lo que insisten en ser el Resto tradicional. Que Dios les dé el don de la perseverancia.
"Es necesario que ocurran escándalos…" Y esto no es porque sea alguna decisión arbitraria por parte de un Dios Personal -quod absit- sino porque se debe al necesario "juego" ontológico que resulta de la Omniposibilidad, que está inevitablemente relacionada con las contradicciones y privaciones sin las que el mundo no existiría. Dios no desea un "mal dado" sino que tolera "el mal como tal" en vista del aún más grande bien que resulta de éste.

ANTECEDENTES DE LAS ELECCIONES DE JUAN BAUTISTA MONTINI -ALIAS- PABLO VI Y DE KAROL WOJTYLA -ALIAS- JUAN PABLO II




TESTIMONIOS DE LOS AVANCES DE LA INFILTRACIÓN Y PREPARATIVOS PARA UN “PAPA” IDÓNEO
Los testimonios abundan, y los hechos están a la vista. Hace mucho tiempo, repetimos, que la Masonería ha estado invadiendo todos los ámbitos de la Iglesia. Pero acerca de interesantes sucesos durante el pontificado de S.S. Pio XII transcribiremos en parte el contenido de una carta en la que podemos confiar, más que nada por los resultadosp que están a la vista: la Sede romana usurpada por hombres anticatólicos; una curia formada por masones, herejes y comunistas, en gran parte, y el éxito de los planes elaborados hace siglos.
La carta es la respuesta a la solicitud hecha por un sacerdote al oficial J. Winkcler, quien en calidad de intérprete del italiano para los Estados Mayores vivió en Roma varios años en tiempos de S.S. Pío XII. Testigo de muchos acontecimientos, como católico no dudó en consignar sus experiencias. Dice, resumiendo:
Que en su calidad de intérprete fue invitado a la primera reunión de posguerra de las principales personalidades de la comunidad judía en Roma, y que en ella se hizo hincapié en los medios para poner fin al antisemitismo. Que esto se supo entre los católicos de origen judío que trabajaban en una Secretaría Especial del Vaticano que era una especie de departamento financiero, y que esas personas le buscaron, y le invitaron a pertenecer a una llamada “Asociación de Diplomados de la Universidad”, el capellán de la cual era Monseñor Juan B. Montini, en aquel entonces Substituto de la Secretaría de Estado de Pío XII. Que sus nuevos amigos le habían dicho significativamente refiriéndose a Montini:
“Él es de los nuestros”… Sigue relatando que, por ese entonces arribó a Roma como embajador ante la Santa Sede Jaques Maritain, de quien dice Winckler que“fue un regalo tonto y malvado de Georges Bidault”. (Nosotros decimos: ¿intencionalmente malvado?). Maritain invadió inmediatamente el grupo de Montini, y ya no hubo nada más que el “Humanismo Integral”, -narra Winckler- y que ya todo aquel grupo manifestó abiertamente su modernismo. Winckler los abandonó.
Nosotros queremos hacer notar que por esos años precisamente arribó también a Roma a estudiar teología Karol Wojtyla.
Proseguimos citando la carta de Winckler. Durante su pertenencia a la Asociación, Winckler había actuado como acólito de Monseñor Montini durante la Misa. Muchos creían que él era un especial seguidor de las teorías montinianas. En este contexto se acercó a él Monseñor S. Pignedolli, miembro eminente de la Curia, quien creyendo que Winckler conocía los antecedentes de cierto plan, -y según da a entender Winckler, queriendo hacerle cómplice en algo- se explayó haciéndole singulares confidencias. Pero para entender lo que sigue hay que recordar quién era el personaje a quien Pignedolli se refería en su confidencia; es preciso traer a la memoria al famoso masón cardenal Rampolla.
El cardenal Mariano Rampolla fue el Secretario de Estado de S.S. León XIII (1878-1903). Habiendo muerto éste y convocándose el cónclave, resultó electo Rampolla, pero el Emperador de Austria Francisco José (quien estaba en alianza con otros príncipes católicos) vetó el voto. En aquel tiempo tenían derecho a voto en el cónclave los príncipes católicos. Después de un gran revuelo -aunque sin llegar a los excesos de anteriores cónclaves dudosos- tomando en cuenta el veto del emperador, se declaró nula la elección de Rampolla y en la nueva votación resultó electo el cardenal José Sarto, después San Pio X. Esto sucedía en el año 1903. Diez años después moría Rampolla, descubriéndose en sus pertenencias su afiliación a la Masonería. El cónclave que había elegido a Rampolla había durado ¡sólo cinco días! escaso tiempo para una deliberación tan importante. Los masones liberales franceses se dieron a la protesta de manera especial. Pues bien, continuando con la carta de Winckler, manifiesta éste que Monseñor Pignedolli le habló de una gran revancha que se preparaba. Le hizo la reseña de todo el suceso del voto de Austria, cuyo resultado, según Monseñor había sido el de volver a hundir a la Iglesia durante más de medio siglo en el oscurantismo y en el aislamiento de la Edad Media; insistió en la necesidad de una apertura y de una adaptación de la Iglesia; finalmente le hizo entrever que se aproximaba una era nueva, y esto para muy pronto, gracias al éxito ya seguro (notemos que esto lo decía Pignedolli en 1945) gracias a uno que tendría éxito ahí donde Rampolla había tenido la desgracia de fracasar… “¿Quién es él?” le había preguntado Winckler; Pignedolli había respondido: “Usted le sirve en la misa todos los días”… Se trataba de Juan Bautista Montini.
Según Winckler, el grupo que había creído a principios de siglo dar en el blanco con el cardenal Rampolla o sea colocar a uno de los suyos en la cima de la Iglesia para remodelarla a su propia imagen, ese grupo de presión nunca se encontró desarmado… “¿Quién, -dice Winckler- tuvo la posibilidad de preparar las elecciones de Roncalli y Montini con mucha anticipación, de modo que la primera hiciera posible la siguiente?”… ¿Y las siguientes? añadimos nosotros.
Por los resultados que están a la vista la entrevista Pignedolli-Winckler no puede ser tachada de ficticia. Actualmente Sergio Pignedolli es Presidente del Secretariado para las Religiones no Cristianas, y es quien hace comunes las fiestas musulmanas del Ramadán para los católicos. Convencido de la igualdad de las“tres grandes religiones monoteístas”.


INFLUENCIA DE PABLO VI EN LA ELECCIÓN DE JUAN PABLO II
Imposible pensar que habiendo alcanzado el éxito enorme, primero, de poner en la cima de la Iglesia al iniciador de la revolución deseada, Roncalli, y logrando realizar un conciliábulo destructivo, no hubieran tenido preparados los autores del plan a otros sujetos aptos para continuar la exitosa tarea. De Juan XXIII se dice que fue “un papa de Transición”, y lo mismo se repite acerca de Juan Pablo I, cuyo“pontificado” de treinta y tres días estuvo rodeado de circunstancias extrañas, lo mismo que su muerte. El “deseado de las Naciones Unidas” para continuar la tarea después de Montini era según todas las evidencias, como la de la suma eficacia para consumar el plan, Monseñor Karol Wojtyla. Hay que hacer notar que si bien en los cónclaves de tiempos anteriores influyó la política laica, como en el veto de Austria, no es posible negar ahora la influencia de otras políticas que están a la vista.
Resumanos. Según narran los biógrafos en “Su Santidad” -datos conocidos sin necesidad de su relato- Paulo VI distinguió de manera especial a Karol Wojtyla en particular durante el mismo Vaticano II. Habiendo sido consagrado obispo en 1958, Paulo VI lo elevó al arzobispado en 1963, -quizá encantado por las intervenciones del obispo polaco en las sesiones conciliares que lo señalaban como miembro del“clan”-. En 1967 apenas terminado el conciliábulo lo elevó al cardenalato. Pero transcribimos algunos párrafos significativos de “Su Santidad”. Dicen:
“En la historia de la Iglesia casi nunca es posible determinar por qué un cardenal en particular es elegido papa. Pongamos mucha atención a lo que sigue: “Un observador minucioso puede develar las razones que llevaron al candidato -Karol Wojtyla- a estar en la mira de los papables.
El cardenal Andrezek Deskur, un profundo conocedor de la curia, cree que, de una manera misteriosa cada papa elige a su propio sucesor…
“El viejo Juan XXIII consideraba, sin lugar a dudas, que el cardenal de Milán Juan Bautista Montini, era el hombre adecuado para terminar el trabajo que él había comenzado con el Vaticano II… A Karol Wojtyla le prestaba Paulo VI una atención especial, cosa evidente para las personas cercanas al Papa después del concilio… Karol Wojtyla fue elevado al cardenalato por Montini cuando tenía cuarenta y siete años, y de ahí en adelante la colaboración y el afecto entre Paulo VI se harían más fuertes. Wojtyla fue nombrado en cuatro Congregaciones del Vaticano: El Clero, la Educación Católica, la Liturgia, y las Iglesias Orientales… Paulo VI recibía al cardenal Wojtyla frecuentemente en audiencias privadas. Nada más entre 1973 y 1975, Karol Wojtyla asistió a audiencias privadas unas once veces en el estudio de Paulo VI. Luego, en 1976, el Papa honró a Wojtyla con una invitación extraordinaria: le pidió que dirigiese los ejercicios espirituales de Cuaresma en el Vaticano para los miembros de la Curia y el personal de la casa papal. Ese mismo año el periódico New York Times señaló al cardenal como uno de los candidatos más frecuentemente mencionados para suceder al Papa Paulo VI”. (2)
Aquí caben dos pequeños comentarios. Los “ejercicios” espirituales dados por el cardenal Wojtyla a Paulo VI y su curia, no merecieron que se sepa, ninguna protesta por las herejías manifestadas. Por otra parte, dichos ejercicios han sido dados a conocer mundialmente en forma de libro, con el título de “Signo de Contradicción”. En cuanto al comentario de los biógrafos sobre el anuncio de Wojtyla como “papable” en el New York Times, ¿no constituiría, dadas las cosas, una “señal” para decir a ciertos interesados: “todo va bien”?


PREPARATIVOS DE PABLO VI PARA ASEGURAR LA ELECCIÓN DE WOJTYLA
No había ninguna razón para que Pablo VI dictara una disposición donde los cardenales octogenarios quedaran excluidos de los cónclaves de elección papal. Máxime cuando los excluidos se encontraban en perfecta salud mental, y era una evidente arbitrariedad privarlos del derecho de ejercer aquello para lo que precisamente habían sido constituidos: elegir Papa. Pero entre los cardenales que entonces eran mayores de ochenta años, y los que pronto alcanzarían la edad, había muchos “conservadores” indeseables. El documento que los dejó fuera -como una ley para el futuro- fue la “Constitución Apostólica Romano Pontífice Eligendo”dada por Montini en Roma el 1º de octubre de 1975. De todos los Movimientos de Resistencia Católica surgió la protesta considerando “nula de pleno derecho” dicha ley, y muchos manifestaron que “arrojaban sombras” sobre los próximos cónclaves. Nosotros junto con otros muchos católicos, no pensamos que es esa ley la que“arroja sombras” con todo y ser arbitraria; nosotros creemos que la Sede Romana está vacante por herejía del que la ocupa y que los cónclaves de los modenistas han sido nulos de toda nulidad. Pero bien, Paulo VI desde su ascenso se había dedicado a crear cardenales que a la elección de Wojtyla eran 115, de los cuales Montini había creado 100. Cuando se emitió la disposición de exclusión de los octogenarios, quedaron fuera del derecho de elección los siguientes, en número de trece, que no pudieron asistir al cónclave que elegió a Wojtyla: Ottaviani, Antonelli, Barbieri, Confalonieri, Caggiano, Dejorio, Fuinga, Marella, Mc. Inter, Miranda, Motta de Vasconcelos, O’Boyle, Shera, Parente y Slypji. Pero cardenales modernistas, masones, de tendencias protestantes, liberales, que profesaban las mayores herejías postconciliares, judíos y comunistas, esos sí estaban con todo derecho en el colegio cardenalicio al tiempo de la elección de Wojtyla, Por ejemplo:
El cardenal Pironio, al que en su patria, Argentina, llamaban “el pirómano” por sus tendencias comunistas revolucionarias. El cardenal Willebrands que como embajador de Pablo VI se jactaba por toda la Iglesia de la reinvindicación de Lutero, siendo también firmante de la concesión de los sacramentos católicos a los cismáticos y “otras confesiones”. Y estuvo también el ya mencionado Pignedolli, el de “nuestras fiestas del Ramadán”. Estos, entre otros.
El ilustre cardenal, teólogo renombrado Pietro Parente, encabezó la protesta de los cardenales octogenarios, pero es sabido que toda protesta venida de católicos verdaderos ante la iglesia postconciliar, choca con piedra. Nosotros estamos convencidos de que a los postconciliares no hay que rogarles nada, simplemente porque no tienen ningún derecho de conceder NADA, como no lo han tenido de abrogar nada. La Santa Iglesia Una, Católica Apostólica y Romana, sigue viviendo a Dios gracias, y lo que falta sólo a los católicos en resistencia es una gran tarea de UNIDAD, de unificación. Cristo está con nosotros, con Su Iglesia, hasta el fin de los siglos. Treinta y tantos años después del concilio y aún menos de la aplicación de las reformas ha sido poco tiempo, primero para salir de la sorpresa ante lo presentado “como desde Roma”, reaccionar, y actuar en cociencia. La Resistencia Católica existe, gracias a Dios, el verdadero Santo Sacrificio se celebra, y se tienen los verdaderos sacramentos. No es aquí el lugar para dictar programas de acción. La Resistencia Católica se manifestó desde un principio, y sólo le falta la unificación para la consolidación de la tarea.


(1) Historia de los Papas. Tomo II, Carlos Castiglione. Editorial Labor S. A. Barcelona, España, 1948, pags. 600-601.
(2) Su Santidad, pag. 127


Tomado de: Amor de la Verdad