En el Evangelio de hoy vemos que Jesucristo realizó un milagro (multiplicación de los panes) para alimentar a la multitud que lo seguía. Y esta generosidad es de igual manera sobre todos Sus hijos.Los esclavos son tacaños ó agarrados con lo poco que tienen, mientras quienes son libres, aunque sus posesiones sean pocas, son generosos. Dios no está limitado en su generosidad. Dios regresa al cien por ciento.
Los hijos de Dios, saben esto y hacen lo mismo en respuesta, a Dios y los demás hombres.La oración de san Francisco expresa esta actitud de manera hermosa: “Es dando como recibimos”. Consideremos al muchacho, del que nos habla el evangelio de hoy, que llevó el alimento. Tenía suficiente para sí mismo y tal vez para alguien más, pero no para alimentar a toda la multitud. Sin embargo, notemos que, puso todo a disposición de Dios para que todos se beneficiaran. Una vez que comieron, quedó más comida que con la que habían empezado. Esto es algo que los hijos de Dios entienden y con lo que cooperan, además de que tienen el corazón más generoso y la voluntad por ayudar a los demás y aliviar sus sufrimientos.
Es importante notar que, no sólo buscamos la remuneración del cien por ciento, sino que consideramos un honor y privilegio hacer el sacrificio al imitar a Jesucristo Nuestro Señor por el amor de Dios. Debemos entender que lo que hacemos por el más pequeño de nuestros hermanos, se lo hacemos a Él. Luego entonces, es un honor ayudar a los demás.El benefactor se convierte entonces en deudor.
A quienes nosotros ayudamos, son realmente, quienes nos están haciendo un gran favor. Nos ofrecen la oportunidad de expresar nuestro amor por Dios y nuestro prójimo. Nos dan la oportunidad de imitar a Jesucristo.Ayudemos, luego entonces, con un corazón alegre y jamás abusemos nuestra posición de benefactores, busquemos ayudar a los demás, de tal manera que los honremos, y no, con intención de humillarlos o degradarlos. Y si, quienes ayudamos nos demuestran ser ingratos con nosotros, consideremos que nos están ofreciendo un don mucho mayor al hacernos poner verdaderamente en práctica, las palabras de Nuestro Señor, amar a nuestros enemigos y regresar bien por mal. Si hacemos esto, almacenaremos un gran tesoro en el cielo. Pero esto no es todo. Esta generosidad y bondad es muchas veces también recompensada abundantemente, en este mundo. Consideremos algo precioso y simple, como nuestro tiempo. En la sociedad de hoy que, siempre avanza a gran velocidad en la comunicación instantánea, le es cada vez más difícil entran en comunicación con Dios por medio de la oración. Quienes oran, no pierden el tiempo con la oración, sino todo lo contrario. Son capaces de realizar muchas cosas más, porque han puesto a Dios en primer lugar.
Quienes dedican tiempo en ayudar a los demás lo encuentran para hacer lo que tienen que hacer para ellos mismos. Todo lo que es verdadero acerca de nuestro tiempo también lo es para todas las demás posesiones que Dios nos ha dado. Seamos generosos con Dios, ya que El es la fuente de todas nuestras posesiones; seamos generosos con nuestro prójimo, no porque lo merezcan o porque nos lo van a pagar luego, sino por amor de Dios. Buscando sólo la recompensa de parte de Dios o por imitarlo, de esta manera nos convertiremos en verdaderos y buenos hijos de la promesa.
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