Esta práctica apareció en la primera mitad del 1500. Pero no está excluida la posibilidad de que naciese y se hubiera propagado de la antigua costumbre medieval, por nosotros descrita, de velar en la iglesia, desde el Viernes Santo hasta el nocturno de la noche de Pascua, delante del así llamado sepulcro, donde se colocaban o se sepultaban la cruz y la hostia consagrada. Esta, sin embargo, no era del todo visible, sino que estaba cerrada en la llamada custodia.
En el año 1527, en Milán, un fervoroso misionero, Gian Antonio Bellotti, predicando la Cuaresma en la iglesia del Santo Sepulcro, persuadió a los fieles a que permanecieran en oración durante cuarenta horas continuas delante del Santísimo Sacramento con el fin de impetrar de Dios mitigara el azote de la guerra que les oprimía. Y la piadosa práctica quiso que se renovara cuatro veces durante el año: en Pascua, Pentecostés, la Asunción y Navidad. A los dos años fue admitido el rito en la catedral de Milán por obra del dominico español Tomás Nieto, famoso predicador, quien consiguió que en todas las iglesias parroquiales de la metrópoli lombarda se estuviera durante cuarenta horas en oración delante del tabernáculo. El Sacramento no se exponía todavía velado en un ostensorio ni recibía especial obsequio de luces y flores. Del sagrario mural o de la sacristía, donde entonces solía conservarse, era llevado al altar, y permanecía allí hasta la terminación de la oración.
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San Felipe Neri introdujo las 40 Horas en Roma |
Roma comenzó a practicar las Cuarenta Horas hacia el año 1550 por obra de San Felipe Neri, que lo introdujo como uno de los principalísimos ejercicios de su Cofradía de los Peregrinos, y contribuyó no poco con los cantos con que supo enriquecerla a dar vida a aquellos conciertos musicales sagrados, cuya memoria se perpetúa en los «oratorios» de tantos compositores ilustres. Sin embargo, la organización oficial de las Cuarenta Horas en la Urbe no tuvo lugar hasta el año 1592 con la constitución Graves et diutúrnæ, de Clemente VIII, que decía así:
«Nos hemos decretado el establecer oficialmente en esta ciudad una cadena ininterrumpida de plegarias, por la cuál, en diversas iglesias y en determinados días, se celebre la piadosa y saludable devoción de las Cuarenta Horas, de forma que en cada hora del día y de la noche en todo el año suba continuamente al trono de Dios el incienso de la plegaria»
En el mismo documento, el pontífice exponía cuál era el fin de tal devoción, es decir, la concordia entre los príncipes cristianos y la paz entre las naciones. Por esto en la Instructio Clementina, dada por Clemente XII en 1731, como regla rubrical de las Cuarenta Horas se, prescribía que la misa que se debía cantar en el segundo día fuese la votiva Pro pace.
Las Cuarenta Horas en la forma precisa de su institución, es decir con un turno anual de adoración ininterrumpida de iglesia en iglesia, son posibles solamente en las grandes ciudades, donde existe abundancia de iglesias y de adoradores. Estas se conservan todavía en Roma, Milán y Génova, así como en Liverpool y Westminster.
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