¿Qué es la santidad?
Derivada del latín sanctus "aquello que está prescrito", la palabra significa tanto un estado de pureza como una firmeza o estabilidad en este estado. El Evangelio nos enseña que estos elementos son el resultado del amor de Dios por nosotros y nuestra respuesta a este amor. La santidad de la Iglesia, por lo tanto, reside ante todo en la verdadera caridad.
Esta caridad es primero la de Cristo por su Iglesia, su amada esposa. Es el primer regalo que Cristo le hace: un amor que la santifica porque le agrada a Dios, que es la santidad misma. La Iglesia es santa con la santidad de Cristo, el santo de santos, porque ella es una con Él.
La caridad es también el objetivo establecido para la Iglesia, que debe guiar a sus hijos a la unión perfecta con Dios. Esta unión no es otra cosa que la santidad misma, que adquiere realidad en la caridad. La perfección de la vida espiritual es estrictamente idéntica a la grandeza de la caridad. Cuando muramos, seremos juzgados de acuerdo al amor.
La santidad es también el conjunto de medios que Cristo ha dado a su Iglesia para llevar a las almas a esta perfección de la vida espiritual. Sobre todo, su doctrina, la revelación final de la vida misma de Dios mismo, quien es la caridad. Esto también incluye a la jerarquía sacerdotal, obispos y sacerdotes, encargados de conferir los sacramentos que producen gracia y vida divina en las almas.
También incluye el culto divino, efectuado de manera perfecta por Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote en el Calvario, y confiado a nosotros en la Santa Misa, la renovación incruenta del Sacrificio de la Cruz. Por tanto, la Iglesia ha sido dotada de un tesoro inagotable de santidad. Un tesoro ordenado para la santificación de las almas, la producción de la gracia y la unión de las almas con Dios.
La Iglesia es santa
Esta santidad es primeramente la de las almas. Puede tener diversos grados: un grado ordinario, que consiste en evitar el pecado mortal y permanecer en estado de gracia; y un grado heroico, el de los santos canonizados.
Pero también es la santidad de los medios que hacen posible obtener este fin, en otras palabras, todos los medios que acabamos de mencionar. Y estos medios son proporcionales al resultado. Es por eso que en cada período de la historia de la Iglesia se puede encontrar la santidad entre los fieles.
Sin embargo, existe una objeción que hoy podría parecer bastante imponente: con todos los escándalos ocurridos en las filas de la Iglesia, ¿es la Iglesia verdaderamente santa? Y se podría agregar: ¿qué ha pasado con la doctrina misma, esta Revelación del Padre de la Luz para iluminarnos? Parece haber sido la primera víctima, especialmente desde el Concilio Vaticano II. ¿Podemos realmente afirmar hoy que la Iglesia es santa? ¿Ha sido santa alguna vez? Porque siempre ha existido el pecado.
La Iglesia no tiene mancha
San Pablo lo afirma claramente: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó Él mismo por ella para santificarla, purificándola con la palabra en el agua bautismal, a fin de presentarla delante de Sí mismo como Iglesia gloriosa, sin mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada" (Ef. 5, 25-27). Este texto se refiere directamente a la Iglesia actual, tal como salió después de su bautismo, cuya gracia la incorporó a Cristo.
La misma enseñanza se puede encontrar en la primera epístola de San Juan, donde está escrito que "Todo el que ha nacido de Dios no peca, porque en él permanece la simiente de Aquél y no es capaz de pecar por cuanto es nacido de Dios" (I Jn. 3, 9): y por otra parte: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros" (I Jn. 1, 8). El apóstol amado desea enseñarnos que los miembros de la Iglesia pecan cuando traicionan a la Iglesia; la Iglesia, por lo tanto, no está libre de pecadores, pero ella no tiene pecado.
Decir que la Iglesia no tiene pecado significa que ella nunca consiente en pecar; pero eso no significa que ella no tenga nada que ver con el pecado. Su misión es ir a buscar a sus hijos en medio de su pecado, luchar incesantemente para hacer retroceder los límites del pecado en ellos mismos y en el mundo. La Iglesia está muy involucrada en el pecado: es el adversario con el que luchará hasta el fin de los tiempos.
La Iglesia no está libre de pecadores
La Iglesia es el reino del Hijo de Dios, del cual serán expulsados al final de los tiempos aquellos que causan escándalos y cometen iniquidades (Mt. 13, 41-43); la red que contendrá tanto peces buenos como malos hasta el fin de los tiempos (Mt. 13, 47-50). Solo destierra a los pecadores en casos extremos. La Iglesia siempre está llena de pecadores.
Los pecadores son miembros de Cristo, pero no de la misma manera que los justos. Pueden pertenecer a la misma Iglesia a la que pertenecen los justos, pero ellos solos jamás podrán constituir la Iglesia. La noción de miembros de Cristo y de la Iglesia se aplica de manera diferente a los justos y a los pecadores.
Los pecadores son miembros de la Iglesia por los valores espirituales que aún subsisten en ellos: caracteres sacramentales, fe y esperanza teologales, pero también por la caridad colectiva de la Iglesia. Permanecen asociados al destino de los justos de la misma forma que un miembro paralizado continúa participando en la vida de una persona humana.
La Iglesia sigue viva incluso en sus hijos que no están en estado de gracia, con la esperanza de unirlos nuevamente a ella en una unión viva.
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