lunes, 6 de mayo de 2013

EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA ES EL CULTO MÁS AGRADABLEA DIOS

Melquisedec, pan y vino. En el templo de Jerusalén se sacrificaban constantemente multitud de aves y animales. Los sacrificios antiguos, como figuras que eran, son abolidos al realizarse el Sacrificio verdadero que preanunciaban. Esos sacrificios representaban el gran Sacrificio de la Nueva Ley. Nuestro Señor Jesucristo subió al monte Calvario y allí derramó su Sangre y se ofreció El mismo a su Padre Celestial en sacrificio por la Redención del mundo. Pero el Señor, queriendo que todos los hombres pudieran participar de su Sacrificio, no se contentó con ofrecerse una vez en el Calvario: quiso que este Sacrificio, que era de un valor infinito, se renovase todos los días, hasta la consumación de los siglos, en una multitud de altares, para esto instituyó el Sacerdocio y la Santa Misa. Por medio de sus sacerdotes quiso presentarse todos los días en el Altar y ofrecerse allí de nuevo a su Padre en estado de Víctima, encubierto bajo las especies del pan y del vino. Cada altar es verdaderamente un Calvario. Cuando el Señor instituyó la Eucaristía, celebrando y ofreciendo por anticipado Su Sacrificio, terminada la última Cena, consagró el pan y el vino diciendo: Este es mi Cuerpo, que será entregado a la muerte por vosotros, esto es mi Sangre que será derramada por vosotros y por muchos. Y después agregó: Haced (ordenando y dando un poder) esto en memoria mía; todas las veces que hicieres esto, es decir, en memoria de Mi Pasión y muerte. Así nos daba a entender que se quedaba en la Misa para renovar y perpetuar su Sacrificio en la Cruz. Asistir a la Santa Misa es lo mismo que asistir al Sacrificio de Jesús en el Calvario. En esos dos actos del único Sacrificio no hay más que un mismo Sacerdote y una misma Víctima que es Nuestro Señor, sólo que en el Calvario, El se ofreció por sí mismo y derramó su Sangre corporalmente (forma cruenta), mientras que sobre nuestros altares se ofrece por medio del sacerdote y se oculta como Víctima bajo las especies del pan y del vino (forma incruenta).
LA SANTA MISA
La adorable Eucaristía no fue instituida solamente para que sirviera de sustento a nuestras almas, sino también para que por medio de ella rindiéramos al Señor nuestras adoraciones y acciones de gracias, lo hiciéramos propicio y alcanzásemos el perdón y toda suerte de gracias. Por eso la Eucaristía, además de ser Sacramento es Sacrificio. Es la misma Víctima del Calvario la que se inmola sobre el altar; sólo que en el Santo monte se inmoló con derramamientote sangre, y en el altar se inmola bajo las especies de pan y de vino. Uno mismo es también el Sacerdote inmolador: Cristo, Señor nuestro. En el Calvario se ofreció por sí mismo; en el altar se ofrece por medio de sus ministros, los sacerdotes de la Nueva Ley. En el Calvario Jesucristo nos mereció con su muerte los tesoros infinitos de las gracias; en el altar ya no puede merecer más, pero nos comunica esos tesoros. El sacrificio del Calvario y del altar no son, pues dos sacrificios diversos; son un mismo sacrificio, el de Nuestro Señor Jesucristo. Por medio de la Misa ofrecemos a Dios un tributo (el único digno de El) de adoración superior al que pueden tributarle todas las criaturas juntas. Por la Misa damos a Dios las debidas gracias por todos los beneficios con que nos favorece. Por la Misa aplacamos al Señor ofendido por nuestros pecados y alcanzamos el perdón de ellos. Por la Misa obtenemos el auxilio oportuno para todas nuestras necesidades del alma y del cuerpo. Y estos preciosos frutos los aprovecha la Iglesia entera, los vivos y los difuntos, pero más particularmente los que la celebran, aquellos por quienes se aplica y los que la oyen devotamente.
NUESTROS SACRIFICIOS Y VENCIMIENTOS
El santo Sacrificio de la Misa es una renovación del Sacrificio del Calvario. Así lo dispuso el Señor para que al asistir a la Misa no dejáramos de recordar su Pasión y muerte. Por eso también instituyó el Sacramento de la Eucaristía, ordenó sacerdotes a sus Apóstoles y les dijo: “haced esto en memoria mía”. En cada altar sube Jesús al sacrificio, cargado de la Cruz y parece decirnos: “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Nos invita a tomar la cruz, es decir, a vencernos y sacrificarnos con El. No podemos seguir a Jesús ni ser sus verdaderos discípulos, si no contrariamos y vencemos las malas inclinaciones y los apetitos que nos inducen al pecado. Este sacrificio del desorden de nuestras pasiones es el que Jesús nos pide desde el altar renovando siempre el propósito de vencernos y sacrificarnos.
CUADRO RESUMEN
Sacrificio es la inmolación de la cosa que se ofrece a Dios para reconocerle como supremo Señor. El Sacrificio de la Nueva Ley es el Sacrificio del Calvario, en el que Jesucristo ofreció a Dios su vida por nuestros pecados. El Sacrifico del Calvario se renueva todos los días en la Santa Misa porque es el mismo Jesucristo quien se ofrece en ambos sacrificios Jesucristo es sacerdote y víctima la vez. La Santa Misa es el Sacrificio de la Nueva Ley, en que Nuestro Señor Jesucristo se ofrece al Eterno Padre, por manos del sacerdote, bajo las especies de pan y de vino para renovar el mismo Sacrificio de la Cruz. La separación de las especies representa la separación del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor en la Cruz y la comunión del sacerdote y de los asistentes nos recuerda su muerte y sepultura. En la Cruz Jesucristo derramó su Sangre y murió realmente; en la Santa Misa muere sólo místicamente; en la Cruz Nuestro Señor se ofreció personalmente, en la santa Misa se ofrece por manos del sacerdote; en la Cruz nos mereció sus gracias, en la Santa Misa se nos aplican sus méritos. La Santa Misa se ofrece para adorar a Dios, para agradecerle sus favores, para expiar los pecados y conseguir nuevas gracias. Tiene un valor infinito pero se reciben gracias según las disposiciones de cada uno. La Santa Misa se ofrece sólo a Dios pero puede celebrarse en honor de la Santísima Virgen y de los santos y aplicarse por los miembros de la Iglesia vivos y difuntos.
APLICACION PRACTICA
Asistamos siempre a la Santa Misa con la misma fe, devoción y amor con que habríamos asistido a la crucifixión y muerte de Nuestro Señor en la Cruz. De todos los actos del culto que podemos ofrecer a Dios no hay ninguno que de más gloria al Señor y más provechoso para nosotros que la Santa Misa. “Todas las veces que comiereis este pan o bebiereis este cáliz, anunciareis la muerte del Señor hasta que venga” (I, Cor. XI, 26).

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