miércoles, 29 de mayo de 2013

UN GRAN GESTO DE CARIDAD CRISTIANA, ES HACER REZAR MISAS, OFRECER SACRIFICIOS, LIMOSNAS Y PENITENCIAS POR LAS ATORMENTADAS ALMAS DEL PURGATORIO


¿PORQUE UNA EXPIACION TAN PROLONGADA?

Las razones no son difíciles de entender.

1. La malicia del pecado es muy grande. Lo que a nosotros nos parece una pequeña falta en realidad una seria ofensa contra la infinita bondad de Dios. Es suficiente ver cómo los Santos se condolieron sobre sus faltas.

Somos débiles, es nuestra tendencia. Es verdad, pero entonces Dios nos ofrece generosamente abundantes gracias para fortalecernos; nos da la luz para ver la gravedad de nuestras faltas, y la fuerza necesaria para conquistar la tentación.

Si todavía somos débiles, la falta es toda nuestra. No usamos la luz y la fortaleza que Dios nos ofrece generosamente; no rezamos, no recibimos los Sacramentos como debiéramos.

2. Un eminente teólogo remarca que si las almas son condenadas al Infierno por toda la eternidad por el pecado mortal, no hay que asombrarse que otras almas debieran ser retenidas por largo tiempo en el Purgatorio quienes han cometido deliberadamente incontables pecados veniales, algunos de los cuales son tan graves que al tiempo de cometerlos el pecador escasamente distingue si son mortales o veniales.

También, ellos pueden haber cometido algunos pecados mortales por los cuales tuvieron poco arrepentimiento e hicieron poca o ninguna penitencia. La culpa ha sido remitida por la absolución, pero la pena debida por los pecados tendrá que ser pagada en el Purgatorio.

Nuestro Señor nos enseña que deberemos rendir cuentas por cada palabra que decimos y que no dejaremos la prisión hasta que no hayamos pagado hasta el último céntimo.(Mt 5:26).

Los Santos cometieron pocos y leves pecados, y todavía ellos sienten mucho y hacen severas penas. Nosotros cometemos muchos y gravísimos pecados, y nos arrepentimos poco y hacemos poca o ninguna penitencia.

PECADOS VENIALES

Sería dificultoso calcular el inmenso número de pecados veniales que un católico comete.

1) Hay un infinito numero de faltas en el amor, egoísmo, pensamientos, palabras, actos de sensualidad, también en cientos de variantes; faltas de caridad en el pensamiento, palabra, obra, y omisión. Holgazanería, vanidad, celos, tibieza y otras innumerables faltas.

2) Hay pecados por omisión que no pagamos. Amamos tan poco a Dios, y Él clama cientos de veces por nuestro amor. Lo tratamos fríamente, indiferentemente y hasta con ingratitud.
Él murió por cada uno de nosotros.

Le hemos agradecido como se debe? Él permanece día y noche en el Santísimo Sacramento del Altar, esperando por nuestras visitas, ansioso de ayudarnos. Cuan a menudo vamos a Él? Él ansía venir a nosotros en la Santa Comunión, y lo rechazamos. El se ofrece a Si Mismo por nosotros cada mañana en el Altar en la Misa y da océanos de gracias a aquellos que asisten al Santo Sacrificio.

3) Nuestros corazones están llenos de amor a sí mismos, duros. Tenemos hogares felices, espléndida comida, vestido, y abundancia de todas las cosas.

Muchos de nuestros projimos viven en el hambre y la miseria, y le damos tan poco, mientras que vivimos en el despilfarro y gastamos en nosotros mismos sin necesidad.

4) La vida nos fue dada para servir a Dios, para salvar nuestras almas. Muchos cristianos, sin embargo, están satisfechos de rezar cinco minutos a la mañana y cinco a la noche!! El resto de las 24 horas están dedicados al trabajo, descanso y placer. Diez minutos a Dios, a nuestras almas inmortales, al gran trabajo de nuestra salvación. Veintitrés horas y cincuenta minutos a esta transitoria vida! Es justo para Dios?

Nuestros trabajos, nuestros descansos y sufrimientos deberían ser hechos para Dios!

Así debería ser, y nuestros méritos serían por supuesto grandes. La verdad es que hoy día pocos piensan en Dios durante el día. El gran objetivo de sus pensamientos son ellos mismos.

Ellos piensan y trabajan y descansan para satisfacerse a sí mismos. Dios ocupa un pequeñísimo espacio en sus días y sus mentes. Esto es un desaire a Su Amantísimo Corazón, el cual siempre piensa en nosotros.

Y AHORA, LOS PECADOS MORTALES

5) Muchos cristianos cometen, desafortunadamente, pecados mortales durante sus vidas, pero aunque los llevan al Sacramento de la confesión, no hacen satisfacción por ellos, como ya hemos dicho.

San Beda el venerable, opina que aquellos que pasan gran parte de su vida cometiendo graves pecados y confesándolos en su lecho de muerte, pueden llegar a ser retenidos en el Purgatorio hasta el Día Final.

Santa Gertrudis en sus revelaciones dice que aquellos que cometen muchos pecados graves y que no hayan hecho penitencia no gozan de ningún sufragio de la Iglesia ¡por un considerable tiempo!

Todos esos pecados, mortales o veniales, se acumulan por 20,30,40,60 años de nuestras vidas. Todos y cada uno deberán ser expiados para después de la muerte.

Entonces, es de asombrarse que algunas almas tengan que estar en el Purgatorio por tanto tiempo?

lunes, 6 de mayo de 2013

DE PLUMA AJENA... ¿ES NECESARIO QUE EL REMANENTE DE LOS CATÓLICOS DEBA TENER OBISPOS GOBERNANTES O JURISDICCIONALES?

La respuesta a esta pregunta es NO. Durante la herejía arriana del siglo IV, sólo el 1-3% de las cátedras episcopales (es decir, las sedes de los obispos) fueron ocupadas por los católicos, el resto fueron usurpadas por los arrianos, como lo señala el eminente erudito patrístico, P. Jurgens.

P. William Jurgens: “En un momento de la historia de la Iglesia, sólo unos pocos años antes de la predicación de Gregorio [Nacianceno] (380 d.C.), posiblemente el número de obispos verdaderamente católicos en posesión de sus sedes, en comparación a la posesión de los arrianos, no era mayor de entre 1% y 3% del total. Si la doctrina hubiera sido determinada por la popularidad, hoy todos seríamos negadores de Cristo y contrarios al Espíritu[1].

En el siglo IV, la herejía arriana se extendió tanto que los arrianos (que negaban la divinidad de Cristo) llegaron a ocupar casi todas las iglesias católicas y parecía ser la jerarquía legítima básicamente en todo lugar.

San Ambrosio (382 d.C.): “No hay para mí suficiente horas en el día como para recitar siquiera los nombres de todas las sectas de los herejes”[2]

Las cosas se pusieron tan mal que San Gregorio de Nisa se vio obligado a decir lo que bien podría decir el remanente o resto pequeño católico hoy en día.

San Gregorio de Nisa (380 d.C.), Contra los arrianos: “¿Dónde están los que nos insultan por nuestra pobreza y se enorgullecen de sus riquezas? ¿Esos que definen a la Iglesia por los números y desprecian al rebaño pequeño?[3].

Este periodo de la historia de la Iglesia, por lo tanto, prueba un punto clave para nuestro tiempo: Si la misión indefectible de la Iglesia de enseñar, gobernar y santificar requiere un obispo gobernante (es decir, jurisdiccional) para que la Iglesia de Cristo esté presente y operante en una sede o diócesis particular, entonces se tendría que decir que la Iglesia de Cristo defeccionó en todos aquellos territorios donde no había un obispo gobernante durante la herejía arriana. Sin embargo, es un hecho que en el siglo IV ―donde los fieles mantuvieron la verdadera fe católica, incluso en aquellas sedes donde el obispo desertó al arrianismo―, el remanente católico fiel constituyó la verdadera Iglesia de Cristo; y por tanto, en ese remanente, existió la Iglesia católica y perduró en su misión de enseñar, gobernar y santificar sin ningún obispo gobernante. Esto demuestra que la indefectibilidad de la Iglesia de Cristo y su misión de enseñar, gobernar y santificar no requiere la presencia de un obispo jurisdiccional.

San Atanasio: “Los católicos que se mantienen fieles a la Tradición, aún si ellos son reducidos a un puñado, ellos son la verdadera Iglesia de Jesucristo”.

Se podría argumentar que siempre debe haber al menos un obispo jurisdiccional en alguna parte del mundo; pero incluso, si eso se pudiera comprobar, todo lo que significaría es que en alguna parte del mundo, hoy en día, existe al menos un obispo católico con jurisdicción plena que rechaza las herejías del Vaticano II y defiende el resto de la enseñanza católica. Pero dudamos que esto sea siquiera necesario, ya que la Iglesia continúa gobernando, enseñando y santificando por el depósito de la fe, su ley y tradición, incluso en aquellos lugares donde no hay obispo jurisdiccional que sea el maestro y gobernante oficial, como lo demuestra el período arriano.

San Atanasio fue desterrado de su diócesis en cinco ocasiones durante el arrianismo, y con todo SIGUIÓ CONSERVANDO Y PROPAGANDO LA FE CATÓLICA

También es importante señalar que la jerarquía de la Iglesia se puede definir de dos maneras: jurisdiccionalmente y eclesiásticamente. La jerarquía jurisdiccional (compuesta de aquellos que poseen oficios o cargos con jurisdicción ordinaria) podría posiblemente desertar de la Iglesia al caer en la herejía, como lo han hecho los obispos de Benedicto XVI. Pero en cuanto haya un sacerdote u obispo católico válido que posea la totalidad del depósito de la fe (incluso si esa persona no posee jurisdicción ordinaria), la jerarquía eclesiástica está representada y permanece intacta. Y aquel pequeño remanente de sacerdotes u obispos, a pesar de que no gobiernan ningún territorio ni tengan jurisdicción ordinaria, tendrían la jurisdicción que la Iglesia les concede automáticamente para operar por la salvación de las almas. Las consagraciones episcopales sin el consentimiento de un Papa (ya que no hay Papa) por dichos obispos, serían, por supuesto, lícitas en tal estado de necesidad.
Por lo tanto, no hay nada contrario a la indefectibilidad de la Iglesia cuando nosotros señalamos que Benedicto XVI y su grupo de obispos apóstatas (que reclaman ser gobernantes en la Iglesia de Cristo) no ocupan las cátedras episcopales de la Iglesia de Cristo debido al hecho que ellos: repudian el dogma Fuera de la Iglesia no hay salvación; rechazan la necesidad de la conversión a la Iglesia católica de los judíos y cismáticos orientales; abrazan y respetan las religiones no católicas del demonio; enseñan las herejías de la libertad de religión y de consciencia; mantienen comunión con las sectas protestantes heréticas; aceptan los documentos heréticos del Vaticano II y la Nueva misa, entre muchas otras cosas.

Así como fue durante la herejía arriana en el siglo IV, la Iglesia de Jesucristo existe hoy en día con el remanente de fieles católicos que guardan la fe católica tradicional, no con los obispos apóstatas que parecen ocupar las posiciones de autoridad.

P. William Jurgens: “En tiempos del emperador Valente (siglo IV), San Basilio fue prácticamente el único obispo ortodoxo en todo Oriente que tuvo éxito en conservar el cargo de su diócesis. (…) Si ello no tuviere otra importancia para el hombre moderno, un conocimiento de la historia del arrianismo debería mostrarle, por lo menos, que la Iglesia católica no toma en cuenta la popularidad y el número para determinar y conservar la doctrina: de otro modo, ya hubiéramos abandonado a Basilio, Hilario, Atanasio, Liberio y Osio y nos llamaríamos arrianos”[4].

Si la herejía arriana fue tan mala que aproximadamente 1% de los obispos jurisdiccionales permaneció católico y el 99% se hizo arriano, y la Gran Apostasía que precede la Segunda Venida de Cristo se prevé que será aún peor – la peor apostasía de todos los tiempos –, entonces nadie debería sorprenderse por el hecho que hoy en día casi no haya ni sacerdotes auténticamente católicos en el mundo y ni haya obispos católicos con plena jurisdicción (es decir, que gobiernan).

NOTAS:

[1] Jurgens, The Faith of the Early Fathers [La Fe de los Padres Primitivos], ed. ing., Collegeville, MN: The Liturgical Press, 1970, vol. 2, p. 39.

[2] Jurgens, The Faith of the Early Fathers [La Fe de los Padres Primitivos], ed. ing., vol. 2, p. 158.

[3] Jurgens, The Faith of the Early Fathers [La Fe de los Padres Primitivos], ed. ing., vol. 2, p. 33.

[4] Jurgens, The Faith of the Early Fathers «La Fe de los Padres Primitivos», edición inglesa, vol. 2, p. 158.

EL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA ES EL CULTO MÁS AGRADABLEA DIOS

Melquisedec, pan y vino. En el templo de Jerusalén se sacrificaban constantemente multitud de aves y animales. Los sacrificios antiguos, como figuras que eran, son abolidos al realizarse el Sacrificio verdadero que preanunciaban. Esos sacrificios representaban el gran Sacrificio de la Nueva Ley. Nuestro Señor Jesucristo subió al monte Calvario y allí derramó su Sangre y se ofreció El mismo a su Padre Celestial en sacrificio por la Redención del mundo. Pero el Señor, queriendo que todos los hombres pudieran participar de su Sacrificio, no se contentó con ofrecerse una vez en el Calvario: quiso que este Sacrificio, que era de un valor infinito, se renovase todos los días, hasta la consumación de los siglos, en una multitud de altares, para esto instituyó el Sacerdocio y la Santa Misa. Por medio de sus sacerdotes quiso presentarse todos los días en el Altar y ofrecerse allí de nuevo a su Padre en estado de Víctima, encubierto bajo las especies del pan y del vino. Cada altar es verdaderamente un Calvario. Cuando el Señor instituyó la Eucaristía, celebrando y ofreciendo por anticipado Su Sacrificio, terminada la última Cena, consagró el pan y el vino diciendo: Este es mi Cuerpo, que será entregado a la muerte por vosotros, esto es mi Sangre que será derramada por vosotros y por muchos. Y después agregó: Haced (ordenando y dando un poder) esto en memoria mía; todas las veces que hicieres esto, es decir, en memoria de Mi Pasión y muerte. Así nos daba a entender que se quedaba en la Misa para renovar y perpetuar su Sacrificio en la Cruz. Asistir a la Santa Misa es lo mismo que asistir al Sacrificio de Jesús en el Calvario. En esos dos actos del único Sacrificio no hay más que un mismo Sacerdote y una misma Víctima que es Nuestro Señor, sólo que en el Calvario, El se ofreció por sí mismo y derramó su Sangre corporalmente (forma cruenta), mientras que sobre nuestros altares se ofrece por medio del sacerdote y se oculta como Víctima bajo las especies del pan y del vino (forma incruenta).
LA SANTA MISA
La adorable Eucaristía no fue instituida solamente para que sirviera de sustento a nuestras almas, sino también para que por medio de ella rindiéramos al Señor nuestras adoraciones y acciones de gracias, lo hiciéramos propicio y alcanzásemos el perdón y toda suerte de gracias. Por eso la Eucaristía, además de ser Sacramento es Sacrificio. Es la misma Víctima del Calvario la que se inmola sobre el altar; sólo que en el Santo monte se inmoló con derramamientote sangre, y en el altar se inmola bajo las especies de pan y de vino. Uno mismo es también el Sacerdote inmolador: Cristo, Señor nuestro. En el Calvario se ofreció por sí mismo; en el altar se ofrece por medio de sus ministros, los sacerdotes de la Nueva Ley. En el Calvario Jesucristo nos mereció con su muerte los tesoros infinitos de las gracias; en el altar ya no puede merecer más, pero nos comunica esos tesoros. El sacrificio del Calvario y del altar no son, pues dos sacrificios diversos; son un mismo sacrificio, el de Nuestro Señor Jesucristo. Por medio de la Misa ofrecemos a Dios un tributo (el único digno de El) de adoración superior al que pueden tributarle todas las criaturas juntas. Por la Misa damos a Dios las debidas gracias por todos los beneficios con que nos favorece. Por la Misa aplacamos al Señor ofendido por nuestros pecados y alcanzamos el perdón de ellos. Por la Misa obtenemos el auxilio oportuno para todas nuestras necesidades del alma y del cuerpo. Y estos preciosos frutos los aprovecha la Iglesia entera, los vivos y los difuntos, pero más particularmente los que la celebran, aquellos por quienes se aplica y los que la oyen devotamente.
NUESTROS SACRIFICIOS Y VENCIMIENTOS
El santo Sacrificio de la Misa es una renovación del Sacrificio del Calvario. Así lo dispuso el Señor para que al asistir a la Misa no dejáramos de recordar su Pasión y muerte. Por eso también instituyó el Sacramento de la Eucaristía, ordenó sacerdotes a sus Apóstoles y les dijo: “haced esto en memoria mía”. En cada altar sube Jesús al sacrificio, cargado de la Cruz y parece decirnos: “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Nos invita a tomar la cruz, es decir, a vencernos y sacrificarnos con El. No podemos seguir a Jesús ni ser sus verdaderos discípulos, si no contrariamos y vencemos las malas inclinaciones y los apetitos que nos inducen al pecado. Este sacrificio del desorden de nuestras pasiones es el que Jesús nos pide desde el altar renovando siempre el propósito de vencernos y sacrificarnos.
CUADRO RESUMEN
Sacrificio es la inmolación de la cosa que se ofrece a Dios para reconocerle como supremo Señor. El Sacrificio de la Nueva Ley es el Sacrificio del Calvario, en el que Jesucristo ofreció a Dios su vida por nuestros pecados. El Sacrifico del Calvario se renueva todos los días en la Santa Misa porque es el mismo Jesucristo quien se ofrece en ambos sacrificios Jesucristo es sacerdote y víctima la vez. La Santa Misa es el Sacrificio de la Nueva Ley, en que Nuestro Señor Jesucristo se ofrece al Eterno Padre, por manos del sacerdote, bajo las especies de pan y de vino para renovar el mismo Sacrificio de la Cruz. La separación de las especies representa la separación del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor en la Cruz y la comunión del sacerdote y de los asistentes nos recuerda su muerte y sepultura. En la Cruz Jesucristo derramó su Sangre y murió realmente; en la Santa Misa muere sólo místicamente; en la Cruz Nuestro Señor se ofreció personalmente, en la santa Misa se ofrece por manos del sacerdote; en la Cruz nos mereció sus gracias, en la Santa Misa se nos aplican sus méritos. La Santa Misa se ofrece para adorar a Dios, para agradecerle sus favores, para expiar los pecados y conseguir nuevas gracias. Tiene un valor infinito pero se reciben gracias según las disposiciones de cada uno. La Santa Misa se ofrece sólo a Dios pero puede celebrarse en honor de la Santísima Virgen y de los santos y aplicarse por los miembros de la Iglesia vivos y difuntos.
APLICACION PRACTICA
Asistamos siempre a la Santa Misa con la misma fe, devoción y amor con que habríamos asistido a la crucifixión y muerte de Nuestro Señor en la Cruz. De todos los actos del culto que podemos ofrecer a Dios no hay ninguno que de más gloria al Señor y más provechoso para nosotros que la Santa Misa. “Todas las veces que comiereis este pan o bebiereis este cáliz, anunciareis la muerte del Señor hasta que venga” (I, Cor. XI, 26).