Con la Encarnación de Dios en las entrañas purísimas y virginales de María, se nos abre a nosotros una nueva perspectiva que no es otra que la perspectiva de la Felicidad Eterna , se nos abren las puertas del Cielo que habían sido cerradas por el pecado de nuestros primeros padres en el paraíso del Edén.
Acojamos pues en este día luminoso la invitación angélica y evangélica del Gloria in excélsis Deo, et in terra pax homínibus bonae voluntátis.… y repitámosla como para suscitar dentro de nosotros una adhesión más convencida y segura: donde se honra a Dios, se honra también al hombre; la gloria de Dios es el fundamento de la dignidad del hombre, -si el hombre no da gloria Dios, a su Dueño y Redentor, no existe para él, ninguna dignidad y por lo tanto ningún derecho para él puede existir, -por miserable y por injusto-. Decía el Papa San León Magno que: el Nacimiento de Cristo señala, en nombre del Padre de los cielos, el itinerario de la paz en la tierra. Natalis Domini, natalis est pacis .
En este mundo contemporáneo, todos podemos dar testimonio, de que hay una gran necesidad de paz. Ante muchas situaciones de la historia en vía de actuación, se deberá decir que la tierra ha agotado sus provisiones de paz; una paz que la experiencia trágica de las dos guerras mundiales que han ensangrentado la primera mitad del siglo pasado y que al finalizar, se había enriquecido de estupendas promesas de paz y entendimiento entre las naciones, han fracasado y esto es porque se busca la paz al margen del Autor de la Paz.. Los hombres siguen siendo aún adversarios los unos de los otros. La injusticia, el egoísmo, el hambre y la miseria despiertan todavía instintos de lucha, de delincuencia. Los pactos sacrosantos de la concordia y de la colaboración entre los pueblos parecen aún incapaces de sostener el peso de sus compromisos a renunciar a la violencia.
El miedo a los modernos y terribles armamentos químicos y nucleares, el espantoso fantasma de una ciencia inhumana que viola la Ley armoniosa de Dios y que manipula de una manera nunca vista el derecho fundamental del hombre, que es el derecho a la vida, es incapaz de suscitar hoy más que ayer la paz verdadera, y que sigue quitando el sueño a los que rigen los pueblos, que no pueden prever la paz sin la defensa de unos medios de guerra y de muerte cada vez más potentes. La paz parece dejar libre el campo a nuevas e inverosímiles hipótesis de bélicos furores...
Por todo esto queridos fieles y amigos, debemos renovar en este día santo y a los pies del portal de Belén, la sumisión a su reinado y reconocer el señorío que Dios tiene sobre nosotros. Que la Virgen Santísima y San José, nos protejan y bendigan nuestros proyectos, nuestras cosas y nuestras vida.
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