En esta presencia estamos de acuerdo con los protestantes, siempre que ellos acepten con seriedad y fe religiosa el contenido de las Escrituras Sagradas. Pero nosotros los católicos gozamos de otra presencia que los protestantes no aceptan. Es la presencia real y corporal de Jesucristo Dios bajo las apariencias sacramentales de la Eucaristía. Se trata de una presencia afirmada por el mismo Cristo Dios en las Escrituras Sagradas. Presencia que no es tan solo espiritual sino también corporal.
Cuando nosotros los Sacerdotes, al dar la Comunión a nuestros fieles, les decimos estas palabras: EL CUERPO DE CRISTO, no les afirmamos una metáfora, sino una sublime y augusta realidad. y esto es lo que hasta ahora no aceptan los protestantes. Y este es uno de los grandes inconvenientes para llegar a la unidad con ellos. Hemos citado aquí el Gran Dogma que han andado soslayando algunos de nuestros hermanos católicos temerosos de chocar y desagradar a los protestantes. Pero esta es una actitud cobarde. Al soslayar nuestro Gran Dogma se está pactando solapadamente con una de las mayores herejías de los protestantes. Y de este modo se va entrando en terreno sumamente peligroso, y se empiezan a hacer concesiones verbales que pueden llevamos a la quiebra de nuestra fe. Está muy bien que seamos amables, atentos; y corteses con los separados, pero sin claudicaciones que nos lleven al error en materia dogmática.
Ellos aceptan, siempre que sean serios, una sola presencia: la espiritual a que nos lleva la lectura seria y piadosa de los libros Sagrados. Nosotros, en cambio, aceptamos dos presencias: la espiritual en que nos coloca la lectura piadosa de la Biblia y la corporal que se nos brinda en la Eucaristía. En la primera se ilustran nuestras mentes con verdades enseñadas por Dios. Con la segunda se alimenta nuestra alma al entrar en contacto real con el Autor de la gracia que fortalece nuestras potencias operativas para cumplir denodadamente con la voluntad de Dios. Puede decirse que la primera, bien atendida, prepara el alma para la segunda.
Hablando sobre este mismo tema algunos se han atrevido a decir que, gracias a este acercamiento estratégico hacia los protestantes estamos los católicos conociendo la Biblia. Y que antes de estos actuales movimientos bíblicos la Iglesia prohibía la lectura de la Biblia. Y esto constituye una vulgar calumnia más vieja que el mismo protestantismo. La Iglesia veneró siempre las Sagradas Escrituras y nos enseñó que en ellas se contiene la palabra de Dios y que, por eso, no debe llevársela a manos de quien por ignorancia o por malicia pueda profanarlas con interpretaciones tendenciosas. Ella, la Iglesia, es la depositaria de este tesoro divino. No los protestantes, entre los cuales hay muchos que las profanan con simulada religiosidad.
Quienes se quedan con la sola presencia doctrinal a que nos conduce la Biblia se quedan a mitad de camino del plan salvífico de Dios. Hay que llegar a la otra presencia la más valiosa y eficaz, por ser la presencia corporal de nuestro Dios hecho hombre y convertido en alimento de nuestras almas. Estas dos presencias no se excluyen ni deben confundirse. Deben complementarse. Además de esta doble presencia de Dios, los católicos contamos con el Magisterio Vivo de nuestra Iglesia a quien corresponde el esclarecernos aquellos asuntos que, por diversas razones, se encuentran oscuros en las Sagradas Escrituras. Es este otro tema que merece estudio aparte. Se trata de un gran favor que nos ha hecho Dios para preservarnos de todo error que ponga en peligro nuestra salvación.
Tomado de: Artículo aparecido en el nº 18 de la revista "Roma", de marzo-abril de 1978.
* Monseñor Alfonso Buteler Nació el 11 de septiembre de 1892 en Los Molinos (Córdoba).
Realizó sus estudios en el Seminario Conciliar Nuestra Señora de Loreto (Córdoba) y los concluyó en Roma donde obtuvo los doctorados en Filosofía y Teología.
En octubre de 1915 fue ordenado sacerdote. De regreso en la Argentina además de su actuación en distintas parroquias, fue Profesor y Rector del Seminario cordobés.
El 11 de octubre de 1940 fue elegido Obispo de Mendoza y Neuquén. Consagrado Obispo el 1º de diciembre de 1940, tomó posesión canónica el 21 de diciembre de ese mismo año.
Elevada Mendoza a la categoría de Arquidiócesis en 1961, Mons. Buteler se convirtió en su primer Arzobispo.
Su labor pastoral quedó reflejada en la creación del Seminario diocesano de Mendoza y la promoción de las vocaciones sacerdotales; en la erección de numerosas parroquias; el establecimiento de congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza y al apostolado; y en el apoyo entusiasta a la Acción Católica, con fuerte presencia en todos los ambientes. Mons. Alfonso María Buteler falleció el 30 de septiembre de 1973. Sus restos reposan en la Catedral de Mendoza.
Realizó sus estudios en el Seminario Conciliar Nuestra Señora de Loreto (Córdoba) y los concluyó en Roma donde obtuvo los doctorados en Filosofía y Teología.
En octubre de 1915 fue ordenado sacerdote. De regreso en la Argentina además de su actuación en distintas parroquias, fue Profesor y Rector del Seminario cordobés.
El 11 de octubre de 1940 fue elegido Obispo de Mendoza y Neuquén. Consagrado Obispo el 1º de diciembre de 1940, tomó posesión canónica el 21 de diciembre de ese mismo año.
Elevada Mendoza a la categoría de Arquidiócesis en 1961, Mons. Buteler se convirtió en su primer Arzobispo.
Su labor pastoral quedó reflejada en la creación del Seminario diocesano de Mendoza y la promoción de las vocaciones sacerdotales; en la erección de numerosas parroquias; el establecimiento de congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza y al apostolado; y en el apoyo entusiasta a la Acción Católica, con fuerte presencia en todos los ambientes. Mons. Alfonso María Buteler falleció el 30 de septiembre de 1973. Sus restos reposan en la Catedral de Mendoza.
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