domingo, 8 de diciembre de 2013
CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
CRÓNICAS DE LA VIº JORNADAS DE CULTURA CATÓLICA Rezando el Santo Rosario
Al finalizar estas actividades, compartimos el almuerzo y hasta altas horas de la tarde nos quedamos realizando actividades de mesa.
Agradecemos como siempre a todos los asistentes, como también aquellos que no han podido venir y nos avisaron; a Dios agradecemos el darnos la gracia de poder realizar todavía estas Jornadas y encuentros entre fieles y amigos y confiamos que el próximo año nos podamos encontrar nuevamente.
Agradecemos como siempre a todos los asistentes, como también aquellos que no han podido venir y nos avisaron; a Dios agradecemos el darnos la gracia de poder realizar todavía estas Jornadas y encuentros entre fieles y amigos y confiamos que el próximo año nos podamos encontrar nuevamente.
viernes, 22 de noviembre de 2013
SAN ROBERTO BELARMINO VS. CAYETANOn Roberto
SAN ROBERTO BELARMINO
De Romano Pontífice, libro II, cap.30
“La cuarta opinión es la de Cayetano, que dice que el papa manifiestamente herético, no está, ipso facto, excomulgado, pero puede y debe ser excomulgado por la Iglesia. En mi opinión, este punto de vistano puede defenderse. Puesto que salta a la vista que, como se demuestra con argumentos de autoridad y razón, el hereje manifiesto está excomulgado ipso facto.
El argumento de autoridad se deriva de S. Pablo (Tito, c. 3), que ordena que el hereje debe evitarse después de dos advertencias, es decir, después de manifestarse obstinado, y por lo tanto, antes de ninguna excomunión o sentencia judicial.
Ahora bien, un papa al ser papa no puede ser evitado porque ¿Cómo podríamos estar obligados a evitar a nuestra propia cabeza? ¿Cómo podríamos separarnos nosotros mismos de un miembro que está unido a nosotros ?
Y esto es lo que escribe San Jerónimo, añadiendo que todos los otros pecadores están excluidos de la Iglesia por sentencia de excomunión, mientras que el hereje, por su propio movimiento, se excluye a sí mismo y se separa del Cuerpo de Cristo.
Este principio es de lo más cierto. El no-cristiano no puede en modo alguno ser Papa, como el mismo Cayetano admite (lib. c. 26). La razón es que un individuo no puede ser la cabeza de algo de lo que no es miembro, ya que un no cristiano no es un miembro de la Iglesia, y un hereje manifiesto no es cristiano, cosa claramente enseñada por San Cipriano (lib. 4, Epist. 2), San Atanasio (Scr. 2 cont. Arian.) San Agustín (lib. de los great. Cristo. cap. 20), San Jerónimo (contra Lucifer) y otros, por lo tanto, el hereje manifiesto no puede ser Papa.
A esto, Cayetano responde (in Apol. pro tract. praedicto cap. 25 et in ipso tract. cap. 22) que el hereje no es un cristiano “simpliciter”, sino es un cristiano “secundum quid”. Puesto que se admite que hay dos cosas que hacen a alguien cristiano – la fe y el carácter bautismal – el hereje, después de haber perdido la fe, de alguna manera permanece unido a la Iglesia y es sujeto capaz de jurisdicción, por lo tanto, el Papa debe ser removido [del soberano pontificado], puesto que tiene una disposición, o sea disposición última, para dejar de ser Papa: lo mismo que un hombre que aún no ha muerto pero está “in extremis” [ a punto de morir].
Una vez más diré: En primer lugar, si el hereje se mantiene, “in actu”, unido a la Iglesia en virtud del carácter bautismal, sería imposible cortarlo o separarlo de la Iglesia “in actu“, porque el carácter bautismal es indeleble. Pero nadie niega que cualquier persona puede ser separada “in actu” de la Iglesia. En consecuencia, el carácter bautismal no hace a un hereje estar “in actu” en la Iglesia, sino es sólo una señal de que antes estaba en la iglesia y que debe regresar a ella. De manera parecida, cuando una oveja perdida se extravía por el monte, la marca que lleva no señala que esté en el aprisco , sino que indica de qué aprisco se ha escapado y a qué aprisco hay que devolverla.
Esta verdad está confirmada por Santo Tomás, que dice (Summ. Teología III, q 8, 3.) que los que no tienen fe no están unidos “in actu” a Cristo, sino sólo potencialmente – y Santo Tomás se refiere aquí a la unión interior, no a la exterior, la cual se produce por la confesión de la fe y los signos visibles. En consecuencia, como el carácter bautismal es algo interno, no externo, de acuerdo con Santo Tomás el carácter bautismal por sí solo no une al hombre, “in actu”, a Cristo.
Además, contra el argumento de Cayetano, o la fe es una disposición necesaria “simpliciter” a la persona para ser Papa, o sólo es necesaria para ser un buen Papa. En el primer caso, esta disposición se elimina por la disposición en contrario, o sea por una herejía, y el Papa inmediatamente deja de ser Papa, ya que la forma no se puede mantener sin las disposiciones necesarias. En el segundo caso, el Papa no podría ser depuesto por herejía, ya que de lo contrario, debería poder ser depuesto también por ignorancia, inmoralidad y otras causas similares que impiden el conocimiento, la moral y todas las otras disposiciones necesarias para ser un buen Papa (ad bene esse papae). Además, Cayetano ante esto, reconoce (Tract. Praed., Ca. 26) que el Papa no puede ser depuesto por falta de las disposiciones necesarias, no [se refiere a las que lo son]“simpliciter”, que son “ad bene esse”.
A esto, Cayetano responde que la fe es una disposición necesaria “simpliciter”, pero parcialmente, no totalmente, y por consiguiente, aun cuando su fe desapareciera seguiría siendo Papa, debido a que la otra disposición, el carácter bautismal, aún persiste.
Todavía una vez más, mi argumento sería: o la total disposición, que consiste en el carácter bautismal y la fe, es necesaria “simpliciter”, o no lo es; en este último caso la disposición parcial sería suficiente. En el primer caso, desaparecida la fe, la disposición necesaria “simpliciter” ya no existe, ya que la disposición “simpliciter”, es la total que se necesita, y la total ya no existe. En el segundo caso, la fe sólo es necesaria “ad bene esse”, y por lo tanto su ausencia no justifica la deposición del Papa. Además, lo que se refleja en la disposición final en la muerte, es que deja de existir después de la muerte, sin la intervención de cualquier otra fuerza externa, en consecuencia, es igual de evidente, que el Papa hereje también deja de ser Papa por sí mismo, sin necesidad de ninguna deposición.
Todavía una vez más, mi argumento sería: o la total disposición, que consiste en el carácter bautismal y la fe, es necesaria “simpliciter”, o no lo es; en este último caso la disposición parcial sería suficiente. En el primer caso, desaparecida la fe, la disposición necesaria “simpliciter” ya no existe, ya que la disposición “simpliciter”, es la total que se necesita, y la total ya no existe. En el segundo caso, la fe sólo es necesaria “ad bene esse”, y por lo tanto su ausencia no justifica la deposición del Papa. Además, lo que se refleja en la disposición final en la muerte, es que deja de existir después de la muerte, sin la intervención de cualquier otra fuerza externa, en consecuencia, es igual de evidente, que el Papa hereje también deja de ser Papa por sí mismo, sin necesidad de ninguna deposición.
Por último, los Santos Padres enseñan unánimemente no sólo que los herejes están fuera de la Iglesia, sino que también están privados ipso facto de cualquier jurisdicción o dignidad eclesiástica. San Cipriano ( Lib. 2, Epist 6) dice: “Afirmamos que el hereje o cismático absolutamente no tiene ningún poder o derecho”, y enseña también (Lib. 2, Epist 1) que los herejes que quieran volver a la Iglesia deben ser recibidos como laicos, incluso si han sido previamente sacerdotes u obispos de la Iglesia. San Optato (Lib. 1 cont. Parmen.) enseña que los herejes y cismáticos, no pueden tener las llaves del reino de los cielos, ni de atar o desatar. San Ambrosio (Lib. 1 de poenit., Cap. 2), San Agustín (in Enchir., Cap. 65), San Jerónimo (lib. cont. Lucifer) enseñan lo mismo.
El Papa San Celestino I (….. Ep. ad Antioch, que aparece en Conc. Efes, Tome I cap.19) escribe: “Es evidente que [el excomulgado por Nestorio] quedó, y sigue estando, en comunión con nosotros, ya que nosotros no tenemos como excomulgados a todos los que han sido excomulgados o privados de sus cargos, episcopales o clericales, por el obispo Nestorio, o por otros que le sucedieron después de que él comenzara a predicar la herejía. Puesto que el mismo que ha merecido ser excomulgado, no puede excomulgar a nadie por su propia sentencia “.
- Igualmente, en una carta dirigida al clero de Constantinopla, elPapa San Celestino I, dijo: “La autoridad de la Sede Apostólica ha determinado que los obispos, clérigos y simples fieles que han sido depuestos o excomulgados por Nestorio y sus sucesores después de que él comenzara a predicar la herejía, no deben tenerse por depuestos o excomulgados. Ya que alguien que se desvía de la fe con la predicación, no puede deponer o expulsar a nadie.
San Nicolás I (Ep. ad Michael) repite y confirma la misma cosa. Por último, Santo Tomás enseña (S. Theol., II-II, q. 39, a. 3) que los cismáticos pierden inmediatamente toda jurisdicción, y por lo tanto todo lo que hacen relativo a la jurisdicción es nulo.
No existe ningún fundamento para lo que responden algunos a esto: es decir que estos padres se basan en una ley anterior, y ahora, por decreto del Concilio de Constanza, sólo aquellos que han sido excomulgados expresamente, o que son clérigos, pierden su jurisdicción. Yo digo que este argumento no tiene ningún valor, ya que estos padres, al decir que los herejes pierden cualquier jurisdicción, no se basan en ninguna ley humana tocante a la cuestión, que probablemente ni siquiera existía entonces, sino que argumentaron fundándose en la propia de la naturaleza de la herejía.
No existe ningún fundamento para lo que responden algunos a esto: es decir que estos padres se basan en una ley anterior, y ahora, por decreto del Concilio de Constanza, sólo aquellos que han sido excomulgados expresamente, o que son clérigos, pierden su jurisdicción. Yo digo que este argumento no tiene ningún valor, ya que estos padres, al decir que los herejes pierden cualquier jurisdicción, no se basan en ninguna ley humana tocante a la cuestión, que probablemente ni siquiera existía entonces, sino que argumentaron fundándose en la propia de la naturaleza de la herejía.
El Concilio de Constanza sólo trata de los excomulgados, es decir, de aquellos que perdieron su jurisdicción por sentencia de la Iglesia, mientras que los herejes, incluso antes de que sean excomulgados, están fuera de la Iglesia y privados de cualquier jurisdicción. Ya que están condenados por su propia sentencia, como enseña el Apóstol (Tito 3:10-11), fueron cortados del cuerpo de la Iglesia sin excomunión como afirma san Jerónimo.
Aparte de esto, la segunda afirmación de Cayetano, que afirma que el Papa hereje verdadera y autorizadamente sólo puede ser depuesto por la Iglesia, no es menos falsa que la primera. Porque si la Iglesia depone al Papa en contra de su voluntad, está sin duda por encima del Papa. Sin embargo, el mismo Cayetano, en el mismo tratado, mantiene lo contrario. Cayetano responde a esto que la Iglesia, al deponer al Papa no tiene autoridad sobre el Papa, sino obre el vínculo entre su persona y el pontificado. De la misma manera que la Iglesia, uniendo el pontificado a la persona, no está por encima de la Papa, también la Iglesia puede separar el pontificado de la persona en el caso de herejía, sin que esté por encima del Papa.
Pero contra esto, hay que señalar, en primer lugar que, del hecho de que el Papa depone a los obispos, se infiere que el Papa está en por encima de los obispos, aun concediendo que el Papa, mediante la deposición de los obispos, no destruye la jurisdicción episcopal, sino sólo la separa de la persona. En segundo lugar, deponer a cualquiera del pontificado en contra de la voluntad del que es depuesto, es sin dudacastigarle. Pero, castigar es propio del superior o del juez. En tercer lugar, siguiendo a Cayetano y a otros tomistas, como el todo y las partes consideradas como un conjunto son realmente la misma cosa, quien tiene autoridad sobre las partes consideradas como un todo, pudiendo separarlas entre sí, también tendría autoridad sobre el todo integrado por las partes.
Pero contra esto, hay que señalar, en primer lugar que, del hecho de que el Papa depone a los obispos, se infiere que el Papa está en por encima de los obispos, aun concediendo que el Papa, mediante la deposición de los obispos, no destruye la jurisdicción episcopal, sino sólo la separa de la persona. En segundo lugar, deponer a cualquiera del pontificado en contra de la voluntad del que es depuesto, es sin dudacastigarle. Pero, castigar es propio del superior o del juez. En tercer lugar, siguiendo a Cayetano y a otros tomistas, como el todo y las partes consideradas como un conjunto son realmente la misma cosa, quien tiene autoridad sobre las partes consideradas como un todo, pudiendo separarlas entre sí, también tendría autoridad sobre el todo integrado por las partes.
El ejemplo de los electores, traído por Cayetano, que tienen la facultad de designar a una persona al Pontificado, sin tener el poder del Papa, también carece de valor. Porque cuando se crea una cosa, el acto se ejerce sobre la materia de la cosa futura, y no en el compuesto, que no existe todavía, pero cuando algo se destruye, el acto se realiza sobre el compuesto. Esto se hace evidente al considerar la naturaleza de las cosas. Por lo tanto, en la creación del Pontífice, los Cardenales no ejercen su autoridad sobre el Pontífice, ya que no existe todavía, sino en la materia, es decir, la persona que se dispone a ser elegida para recibir de Dios la forma del Pontificado. Pero, si deponen al Pontífice, necesariamente ejercen autoridad sobre el compuesto, es decir, sobre la persona con el poder pontificio, en otras palabras, sobre el Pontífice.
En consecuencia, la opinión verdadera es la quinta, que manifiesta que el Papa herético es cesado por sí mismo como Papa y cabeza, del mismo modo que deja de ser cristiano y miembro del cuerpo la Iglesia y por esta razón, podría ser juzgado y castigado por la Iglesia. Esta es la sentencia de todos los Padres antiguos que enseñan que los herejes manifiestos pierden inmediatamente toda jurisdicción, y esto es dicho de forma explícita por San Cipriano (lib. 4, Epist. 2), que dijo lo siguiente acerca de Novaciano, que fue el Papa [antipapa] durante el cisma que surgió bajo el pontificado de San Cornelio: “No había podido mantener el episcopado, y, si había podido ser nombrado obispo antes, se separó, por sí mismo del cuerpo de los que eran, como él, obispos, y de la unidad de la Iglesia “.
De acuerdo con la afirmación de San Cipriano en este pasaje, concediendo que Novaciano habría sido verdadero y legítimo Papa, habría caído de forma automática del pontificado al separarse de la Iglesia.
Esta es la opinión de la mayoría de los grandes doctores más recientes, como Jean Driedo ( lib. 4 de Script. et dogmat. Eccles., cap. 2, par. 2, sent. 2 ) , que enseña que sólo se separan de la Iglesia los que son expulsados de ella por la excomunión o los que se van por sí mismos o se oponen a ella como herejes o cismáticos. Y en esta séptima afirmación, sostiene que absolutamente ningún poder espiritual de los que hay en la Iglesia permanece en los que la abandonan.
Esta es la opinión de la mayoría de los grandes doctores más recientes, como Jean Driedo ( lib. 4 de Script. et dogmat. Eccles., cap. 2, par. 2, sent. 2 ) , que enseña que sólo se separan de la Iglesia los que son expulsados de ella por la excomunión o los que se van por sí mismos o se oponen a ella como herejes o cismáticos. Y en esta séptima afirmación, sostiene que absolutamente ningún poder espiritual de los que hay en la Iglesia permanece en los que la abandonan.
Melchor Cano dice lo mismo (lib. 4, de loc., Cap.2) enseñando que los herejes no son miembros y no son parte de la Iglesia, y ni siquiera puede imaginar que alguien pudiera ser su cabeza y Papa, sin ser miembro, o parte (cap. ult. ad argument. 12).Y enseñaba, en primer lugar, con palabras sencillas, que los herejes ocultos siguen estando en la Iglesia, porque son miembros y forman parte de ella, y que por lo tanto, un Papa ocultamente hereje sigue siendo Papa. Esta es también la opinión de otros autores que hemos citado en el libro De Ecclesia.
Este argumento se funda en que el hereje manifiesto no es de ninguna manera miembro de la Iglesia, es decir, ni espiritual ni corporalmente, lo que significa que no es miembro por unión interna, ni por unión externa. Los católicos, incluso los malos son miembros de ella y están unidos a la Iglesia espiritualmente por la fe, y corporalmente por la confesión de la fe y por la participación en los sacramentos visibles. Los herejes ocultos están unidos a ella sólo por unión externa y, por el contrario, los buenos catecúmenos pertenecen a la Iglesia sólo por unión interna, no por unión externa, pero los herejes manifiestos no están unidos la Iglesia de ninguna manera, tal como lo hemos demostrado “.
Este argumento se funda en que el hereje manifiesto no es de ninguna manera miembro de la Iglesia, es decir, ni espiritual ni corporalmente, lo que significa que no es miembro por unión interna, ni por unión externa. Los católicos, incluso los malos son miembros de ella y están unidos a la Iglesia espiritualmente por la fe, y corporalmente por la confesión de la fe y por la participación en los sacramentos visibles. Los herejes ocultos están unidos a ella sólo por unión externa y, por el contrario, los buenos catecúmenos pertenecen a la Iglesia sólo por unión interna, no por unión externa, pero los herejes manifiestos no están unidos la Iglesia de ninguna manera, tal como lo hemos demostrado “.
miércoles, 9 de octubre de 2013
EL GENOCIDIO DE LA VENDÉE
El estallido de la Revolución Francesa, 14 de julio de 1789, lleva a la creación de un nuevo concepto de Estado y sociedad, bajo el lema: “libertad, igualdad, fraternidad o muerte”. En el nuevo régimen los estamentos propios del orden natural deben desaparecer en beneficio de la nación francesa –ente subversivo-; comienza así el ataque sistemático contra la Iglesia Católica, institución vital en la sociedad gala y pilar fundamental para el sostenimiento de la Monarquía. Surgen así los adoradores de la diosa Razón, de la diosa Libertad y de la diosa Humanidad, que buscan reemplazar la fe católica.
Con la finalidad de desmantelar la Iglesia Católica, se van sucediendo cronológicamente las siguientes disposiciones revolucionarias:
- 4 de agosto de 1789: se produce la abolición de los derechos feudales por la Asamblea nacional.
- 24 de agosto de 1789: se vota por la supresión de los diezmos.
- 2 de noviembre de 1789: se produce la nacionalización de los bienes del clero y su conversión en bienes nacionales para su posterior venta en beneficio del Estado.
Estas medidas que anulan en definitiva el poder de la Iglesia Católica en Francia tienen diversas consecuencias como la separación Iglesia-Estado y la formación del primer Estado aconfesional, la desaparición del patrimonio artístico francés, la asunción por el Estado de la educación y la asistencia social por el desmantelamiento de la red educativa y asistencia de la Iglesia y la manutención del clero por el Estado. Esta última a consecuencia de la desamortización de los bienes de la Iglesia que contrae la pérdida de su independencia económica.
- Febrero de 1790: se prestó el primer juramento de obediencia a la Constitución; se trataba de una simple declaración de fidelidad a la nación, al monarca y a las decisiones de la Asamblea Constituyente. La totalidad del clero prestó su juramento, con la excepción del obispo de Narbona, Mons. Dillon
- 13 de febrero de 1790: se produce la abolición de los votos religiosos, lo que significa la supresión de las órdenes regulares. Se exclaustra a monjas y frailes, se incautan o incendian muchos conventos.
- 18 de agosto de 1791: se suprimen las congregaciones seculares.
Estas medidas reducen los efectivos de la Iglesia Católica a los curas diocesanos, pero para ellos también hay una medida de reorganización que les pondrá a las órdenes directas del Estado.
- 12 de julio de 1790: se aprueba la Constitución Civil del Clero, que es la base angular de la instauración de una nueva iglesia y la destrucción total de la vigente hasta entonces. Esta reordenación consiste en diseñar de nuevo las diócesis que deben coincidir con los limítrofes de los departamentos. Sin embargo, esta medida significa la supresión de 53 diócesis. Al mismo tiempo la reordenación parroquial, en realidad consiste en la supresión de cuatro mil parroquias. En cuanto al personal de la nueva iglesia, la elección de los obispos y párrocos por una asamblea de electores (ciudadanos activos), pero que por el censo está reducido a las clases más acomodadas de la sociedad. Además la ordenación de los curas será por los obispos, pero estos serán por el metropolitano y no por el Papa, es la ruptura con Roma. Se reorganiza la Iglesia Francesa, sin contar con Roma. Se introduce el culto a la Diosa Razón. Se obliga a jurar la «Constitución» a obispos, sacerdotes y religiosos, con lo cual se origina un cisma (juramentados y refractarios). Se persigue (muerte o deportación) a quienes no juran. La enseñanza, antes muy dirigida por la Iglesia, ahora es pública y laica. La Primaria queda abandonada.
Como el nuevo clero depende del Estado en su organización y manutención y cumplen una función pública, como el resto de los funcionarios del Estado deben jurar ser fieles a la nación y apoyar con todo su poder la constitución decretada por la asamblea nacional. No obstante, estas medidas que eliminan a la Iglesia Católica francesa cuenta con la total oposición del Papa Pío VI, con lo que se da comienzo al cisma de una iglesia galicana subordinada al poder civil, al margen de la autoridad pontificia, de estructura episcopalista y presbiteriana, donde los obispos y los párrocos eran elegidos por el pueblo y los nombramientos episcopales serían solamente notificados a Roma. Entre los miembros del episcopado únicamente cuatro renegaran de la fidelidad a Roma: Talleyrand, obispo de Autun; Loménie de Brieme, Cardenal arzobispo de Sens; Jarente, obispo de Orleans y Lafont, obispo de Viviers. Entre los miembros del clero se calcula en un 53 % los refractarios al juramento y reconocimiento de la ruptura con Roma. En cuanto al pueblo creyente, este se suma a la oposición del clero oficial y asiste a ceremonias clandestinas.
El Papa Pío VI prohibió el juramento y excomulgó a los sacerdotes que lo prestaran (12-III-1791).
El Papa Pío VI prohibió el juramento y excomulgó a los sacerdotes que lo prestaran (12-III-1791).
El rechazo a la reorganización eclesial es respondida por las autoridades con fuertes medidas como las siguientes:
- 29 de noviembre de 1791: el clérigo que no jure en ocho días será puesto bajo vigilancia.
- 27 de mayo de 1792: se vota un decreto que sometía a la deportación más allá de las fronteras a cualquier eclesiástico al que veinte ciudadanos denunciaran como no juramentado y al que el distrito reconociera como tal.
- 10 de agosto de 1792: es aprueba la famosa ley de sospechosos, donde el clero refractario forma uno de los colectivos considerados enemigos declarados de al revolución.
- 26 de agosto de 1792: se redacta la ley de deportación general de todos los miembros del clero que se hayan opuesto al juramento.
- 2 de septiembre de 1792: una banda de revolucionarios sacó del carruaje en que se conducía a la prisión a tres sacerdotes refractarios y los colgó; comienzan así las Matanzas de Septiembre. Más de mil monárquicos –aproximadamente unos doscientos cincuentas sacerdotes- y presuntos traidores apresados en diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y ejecutados; es el primer asesinato colectivo.
- 3 de septiembre de 1792: se redacta un nuevo juramento en el cual se debe comprometer el juramentado a mantener la libertad, la igualdad, seguridad de las personas y propiedades.
- Marzo de 1793: los sacerdotes que se negaron a jurar la Constitución Civil del Clero – llamados curas refractarios- persistentes en territorio francés quedan condenados a muerte. Estas medidas causan la salida de más de cuarenta mil exiliados de condición religiosa, seis mil de los cuales recalan en España y ayudarán a acrecentar desde el catolicismo español un sentimiento contrario al revolucionario francés que se materializará en 1808 en la lucha contra Napoleón.
¡Dios y Rey!
En esas fechas es el inicio de la Epopeya de La Vendée, cuyos campesinos sublevados llevan prendidos escarapelas del Sagrado Corazón y se autodenominan como ejército católico y real. Esta región evangelizada un siglo atrás por San Luis María Grignion de Montfort, terciario dominico, que insistía en la devoción filial a Nuestra Señora, fue tan inmunizada contra el virus de la Revolución, que se levantó en armas contra el gobierno republicano y anticatólico de Paris. Tenía en la Santísima Virgen la devoción más ardiente y, hasta compuso en su alabanza el “Tratado de la Verdadera Devoción”, que constituye hoy el fundamento más fuerte de toda la piedad mariana profunda. Por otro lado, con sus misiones aproximaba al pueblo a los sacramentos, lo enfervorizaba en la devoción al Rosario. También la sagrada insignia difundida por el santo, el Sagrado Corazón en tela roja, encuadrado por las iniciales de Jesús y María, fue colocado por los combatientes sobre sus chalecos, blusas, o dispuesto como escarapelas en los sombreros de amplias alas. El día de la beatificación de este apasionado apóstol, el ilustre obispo de Angers, Mgr. Freppel, lo proclamaba solemnemente ante 20.000 vendeanos en St.-Laurent-Sur-Sèvre, lugar donde reposan los restos del extraordinario conmovedor de almas : fue por Montfort y sus hijos espirituales, los Misioneros de San Lorenzo, por quienes corrió el flujo fecundo de savia cristiana en los campos del Oeste durante todo el siglo XVIII. Si ese siglo fue en otros lugares un tiempo de decadencia moral, en el Oeste, por el contrario, salvo en las grandes ciudades, fue una época de vivificación cristiana durante la cual el pueblo de esta región, dice Mgr. Freppel, “estuvo como lleno de dos sentimientos igualmente apropiados para engendrar el heroísmo : la Fé religiosa y la Fidelidad al poder legítimo. Por ello es que, cuando en un día de odio y de obcecación se llegó a atacar a los ungidos del Señor, a todo lo que representaba Cristo en el estado y en la Iglesia, este pueblo se estremeció y se levantó para defender todo lo que amaba y todo lo que respetaba.
Fue un levantamiento popular, que forzó a los titubeantes clérigos a tomar partido y produjo la salida de incógnito de muchos nobles temerosos de comprometerse. Rebelión religiosa frente al feroz volterianismo ideológico que se imponía a sangre y fuego desde París. Una insurrección en defensa del cristianismo, que constituye un hecho único en la historia por sus proporciones y el alcance de su represión.
Sin embargo, en este momento el gobierno revolucionario inicia una etapa descristianizadora al considerar a la revolución como una nueva era de civilización y al cristianismo como algo periclitado y unido al antiguo régimen.
Epopeya Vendeana
La política religiosa del nuevo régimen y las medidas de excepción contra los sacerdotes no juramentados, trajeron una consecuencia cuya trascendencia iba a ser considerable: la sublevación del oeste de Francia, no solamente la Vendée, sino más a o menos todo el país que se extiende desde el norte del Poitu hasta la Bretaña y a los confines de Normandía: en los territorios actuales de los cuatro obispados de Poitiers, Angers, Lucon y Nantes.
Si bien la adhesión a la causa realista intervendría también es su estallido, la fidelidad a la Iglesia Católica y Romana constituye sin duda el móvil mayor de aquella epopeya.
La guerra campesino-monarquica de Francia
Las dificultades comenzaron con la Constitución del clero y su juramento; apenas uno de entre cuatro o cinco sacerdotes estuvo dispuesto a jurar. La resuelta hostilidad de los paisanos de la Vendée para con el clero constitucional se empezó a manifestar: en mayo de 1792 los alcaldes y oficiales municipales de treinta y cuatro comunas de las Mauges se reunieron para tratar esta situación; en agosto, en Chantillón hubo una revuelta de unos seis a diez mil hombres, reprimida por la guardia nacional. Los sacerdotes juramentados, muy mal recibidos, debían apelar a la guardia nacional para mantenerse; la mayoría de los feligreses deseaban y preferían quedarse sin cura que tener a un constitucional al que no conocen.
La ejecución de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, conmocionó a toda Europa. Ello, unido a la política anexionista de la Convención, hizo que la hostilidad exterior contra la Revolución aumentara. La Francia entusiasmada declaró la guerra a Inglaterra y Holanda (1 de febrero, 1793), a España (7 de marzo) y a los Estados italianos. La Francia revolucionaria estaba en guerra contra toda Europa (excepto Suiza y los países escandinavos); por ello decreta el 24 de febrero de 1793 la movilización de 300.000 hombres.
Inicio
Las primeras proscripciones de sacerdotes habían comenzado en otoño, y la noticia de las matanzas de septiembre llegó hasta las más apartadas aldeas; a fines de enero, la de la ejecución del Rey, causó peor impresión. El 3 de marzo, en el mercado de Cholet, se supo que los funcionarios de Paris habían decidido que los jóvenes entre dieciocho y veinticinco años fueran alistados y enviados al ejército; aproximadamente unos quinientos jóvenes juraron públicamente no aceptar jamás la milicia revolucionaria.
La guerra campesino-monarquica de Francia
Las dificultades comenzaron con la Constitución del clero y su juramento; apenas uno de entre cuatro o cinco sacerdotes estuvo dispuesto a jurar. La resuelta hostilidad de los paisanos de la Vendée para con el clero constitucional se empezó a manifestar: en mayo de 1792 los alcaldes y oficiales municipales de treinta y cuatro comunas de las Mauges se reunieron para tratar esta situación; en agosto, en Chantillón hubo una revuelta de unos seis a diez mil hombres, reprimida por la guardia nacional. Los sacerdotes juramentados, muy mal recibidos, debían apelar a la guardia nacional para mantenerse; la mayoría de los feligreses deseaban y preferían quedarse sin cura que tener a un constitucional al que no conocen.
La ejecución de Luis XVI, el 21 de enero de 1793, conmocionó a toda Europa. Ello, unido a la política anexionista de la Convención, hizo que la hostilidad exterior contra la Revolución aumentara. La Francia entusiasmada declaró la guerra a Inglaterra y Holanda (1 de febrero, 1793), a España (7 de marzo) y a los Estados italianos. La Francia revolucionaria estaba en guerra contra toda Europa (excepto Suiza y los países escandinavos); por ello decreta el 24 de febrero de 1793 la movilización de 300.000 hombres.
Inicio
Las primeras proscripciones de sacerdotes habían comenzado en otoño, y la noticia de las matanzas de septiembre llegó hasta las más apartadas aldeas; a fines de enero, la de la ejecución del Rey, causó peor impresión. El 3 de marzo, en el mercado de Cholet, se supo que los funcionarios de Paris habían decidido que los jóvenes entre dieciocho y veinticinco años fueran alistados y enviados al ejército; aproximadamente unos quinientos jóvenes juraron públicamente no aceptar jamás la milicia revolucionaria.
Las autoridades locales, desconociendo el clima que se vivía, ordenaron el sorteo de los alistados en los centros de distrito, lo que suponía la reunión de ellos en grandes grupos; en muchísimos lugares estallaron incidentes, señalándose aproximadamente que seiscientas parroquias habían entrado en acción.
- El 11 de marzo, en Machecoul, los guardias nacionales intentaron imponer el sorteo, lo que costó la vida a treinta de ellos.
- El 12 de marzo, en Saint-Florent, se dispersaban los soldados del gobierno, abandonando un cañón en manos de los insurrectos.
- El buhonero Jacques Cathelineau, ocupaba el 13 de marzo la población de Chemillé; el 14 de marzo, Cholet.
Así, al grito de “¡Viva la Religión!”, se levantaba en armas toda la Vendée.
El clima de los ejércitos vendeanos fue profundamente religioso: las columnas avanzaban rezando el rosario; lanzábanse al asalto cantando el Vexilla Regis; los capellanes impartían la absolución antes de que se trabara el combate. Ese espíritu religioso se daba también entre aquellos jefes salidos del pueblo, como el buhonero Cathelineau, llamado el “”Santo de Anjou” y el leñador Stofflet. Entre los nobles, a quienes los campesinos buscaron en sus propias mansiones y castillos para ponerlos al frente de sus fuerzas, esa religiosidad fue menos espontánea al principio; pero una vez tomada la decisión, todos ellos: D`Elbée, Lescure, Bonchamp, Charette y Henri de la Rochejaquelein, se mostraron dignos de la fe sólida y simple de sus hombres.
Consecuencias
Como bien nos señala Daniel Rops, “A decir verdad, dos Francias se enfrentaron en aquella lucha fraticida. La una, católica y tradicionalista, en la que se confundían convicciones cristianas y realistas hasta el punto de borrar en ella el sentido de la comunidad nacional y aceptar el lanzarse a una revuelta en el instante en que la Patria era invadida por todas partes”; al tomar las armas contra un gobierno al que consideraban ilegítimo y tiránico, no pensaban en absoluto en “traicionar a Francia”. “La otra, la Francia “de la montaña”, vagamente deísta, violentamente anticlerical, que no tenía en el fondo otra religión que la de la Patria”. Si San Luis María Grignion de Montfort hubiese extendido su acción misionera a toda Francia, probablemente habría sido otra su historia, y otra la historia del mundo.
Las memorias jamás reivindicadas de tres mil curas asesinados, de cientos de religiosas violadas y torturadas hasta morir y de decenas de campesinos descuartizados por no querer renunciar a su religión toca directamente a la misión pastoral del Papa y al encargo recibido del mismo Cristo de confirmar a sus hermanos.
Martirios
El 21 de febrero de 1794 se abrió en Angers el proceso contra el R.P. Noel Pinot. Las acusaciones fueron: presunta colaboración con los insurrectos, negación de juramento a la constitución civil, presunta cooperación para la reposición de la monarquía y sobre todo el prohibido ejercicio de la profesión de sacerdote. Lo último, junto con el hecho de haber celebrado la Santa Misa, era suficiente para dictar sobre el padre Pinot la pena de muerte y ejecutarlo el mismo día. El candidato a muerte fue irónicamente preguntado si quería morir con el alba puesta, proposición que aceptó con entusiasmo porque así pudo vivir todavía la más bella satisfacción: hasta el último momento ser sacerdote. El suplicio sería como la celebración de su última Misa, su ofrenda final. Así subió el padre Pinot al patíbulo, vestido con alba y casulla. Momentos antes de su decapitación tuvo que quitarse la casulla, pero los fieles le pusieron más tarde el ornamento después de la consumación del sacrificio. El 21 de octubre de 1926, el Papa Pío XI beatificó a este valiente sacerdote diciendo: “Noel Pinot atestiguó, llevando hasta el momento de su ejecución la casulla, que la tarea primordial, más importante y más sagrada del sacerdote es la celebración de la Santa Eucaristía según el encargo del Señor: “Haced esto en memoria mía”.
El Terror desatado por la Revolución Francesa ha producido miles de víctimas en Anjou. La Causa de Beatificación, introducida en 1905, comprendía a 99 personas : 15 que fueron guillotinadas en Angers, y 84 que fueron fusiladas en Champ-des-Martyrs d’ Avrillé, entre el 30 de octubre de 1793 y el 14 de octubre de 1794. “Nos, acogiendo el deseo de nuestros hermanos Jean Orchampt, obispo de Angers, (…), así como de otros muchos hermanos en el Episcopado y de numerosos fieles cristianos, después de haber escuchado el parecer de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, con nuestra Autoridad Apostólica establecemos que los venerables Siervos de Dios Guillermo Repin y compañeros (…), de ahora en adelante llamados Beatos y que su fiesta pueda celebrarse todos los años en los lugares y del modo establecido por el derecho, el día del tránsito para el cielo : el 1 de febrero para los Beatos Guillermo Repin y compañeros (…). En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”; con esta fórmula el Papa, declaró Beatos al R.P. Guillaume Repin y 98 mártires franceses (11 sacerdotes, 3 religiosas y 84 -4 varones y 80 mujeres- seglares que murieron por la Fe en Angers en 1793-94, durante la Revolución Francesa). La ceremonia tuvo lugar en la basílica de San Pedro, Roma, el domingo 19 de febrero de 1984.
Cada vez más historiadores hablan de este acontecimiento como el “Primer Genocidio de la Historia Moderna”. En él, los jacobinos pusieron en práctica lo que se puede considerar un ensayo general de “Solución Final”.
Cada vez más historiadores hablan de este acontecimiento como el “Primer Genocidio de la Historia Moderna”. En él, los jacobinos pusieron en práctica lo que se puede considerar un ensayo general de “Solución Final”.
Un repaso a la historia de la “Tolerancia de la Revolución”
El 7 de agosto de 1790, en plena euforia de la Revolución francesa, el diario Mercure de France aseguraba: “El primer autor de esta gran revolución que asombra a Europa es, sin duda, Voltaire. Él no ha visto todo lo que ha hecho, pero él ha hecho todo lo que nosotros vemos. Es él quien ha abatido la primera y más formidable barrera del despotismo”.
Pocos meses después, sus restos mortales, que habían sido enterrados casi en el silencio trece años antes en Ferney, entraban triunfalmente en el Panteón de Hombres Ilustres de París, entre aclamaciones de multitudes.
Quizá el juicio de aquel diario parisino fuera exagerado respecto a la influencia de Voltaire –el famoso Patriarca de la tolerancia– en la Revolución francesa, pero no cabe duda de que fue el principal demoledor de las formas anteriores, y quien abrió paso a Rousseau, que proporcionaría a la Revolución francesa su base intelectual.
Rousseau, con su obra Contrato Social, creó el concepto de Voluntad General –la suma de voluntades de los hombres–, reconocida como “santa”, “inviolable” y “absoluta”. Desencadenó la revolución en busca del Estado perfecto, fundado en la supuesta unidad entre moral civil y decisión soberana, pero que acabó –era previsible– en el Estado totalitario vestido con las galas de la legalidad de una Voluntad General. La idea inicial del hombre autónomo acabó por desembocar en un Estado totalitario.
Junto a ello, y como señala Paul Hazard, se abrió un proceso como jamás lo hubo: el proceso contra Dios. El 13 de abril de 1790, la Asamblea Nacional rechazó el catolicismo como religión nacional. El 12 de julio se decretó la expropiación de los bienes eclesiásticos. El 27 de noviembre se exigió a todos los dignatarios eclesiásticos jurar acatamiento a la nueva ordenación legal del clero.
Los sacerdotes y religiosos hubieron de refugiarse en la clandestinidad, como en tiempos de las catacumbas, y más de 40.000 –unos dos tercios del clero francés– fueron deportados o guillotinados: desde todos los lugares de Francia, cargados en carretas de caballos o de bueyes, encerrados en jaulas, muchos eran conducidos, ayunos durante un viaje de días y aun semanas, a Burdeos, Brest y Nantes para ser allí embarcados con destino a la Guayana; tan solo la mitad aproximadamente llegarían con vida a su destierro.
El 8 de junio de 1793, mientras el populacho saqueaba los templos por todas partes y entronizaba en ellos a meretrices como expresiones de la diosa Razón, Robespierre proclamó la “Religión del Ser Supremo”. Se abolió el calendario, los nombres de los santos, e incluso las campanas de los edificios religiosos.
Las carretas atestadas de víctimas de la guillotina serían un espectáculo incesante y habitual por las calles de París. Pero el cuadro del horror alcanzaría su punto culminante con los asesinatos de septiembre y las bárbaras torturas y vejaciones a que se recurrieron para aplastar la reacción de los campesinos católicos de La Vendée.
La historia conocía ya abundantes ejemplos de guerras y represiones por motivo de religión, que han sido terribles muestras de las crueldades a que a veces ha llegado a lo largo de los siglos la intolerancia religiosa. Pero aquella bestial represión de los católicos deLa Vendée fue, como ha dicho Pierre Chaunu, la más cruel entre todas las hasta entonces conocidas, y el primer gran genocidio sistemático por motivo religioso. Y quizá lo más lamentable fuera que –también por primera vez en la historia– esta masacre se llevó a cabo bajo la bandera de la tolerancia.
El asunto no quedó en el frenético y sangriento sube y baja de la rasuradora nacional que en su día inventara Guillotin. Al primer asalto en masa siguió una fría organización del genocidio.
En agosto de 1793, la Convención de París expidió un decreto disponiendo que el Ministerio de la Guerra enviase materiales inflamables de todo tipo con el fin de incendiar bosques, cultivos, pastos y todo aquello que arder pudiera en la comarca. “Tenemos que convertir La Vendée en un cementerio nacional”, exclamó el general Turreau, uno de los principales responsables de la matanza.
Como narra Hans Graf Huyn, fueron violadas las monjas; cuerpos vivos de muchachas soportaron el descuartizamiento; se formaron hileras con los niños para ahogarlos en estanques y pantanos; mujeres embarazadas se vieron pisoteadas en lagares hasta morir, y en aldeas enteras los vecinos perecieron por beber agua que había sido envenenada. Casi 120.000 habitantes de La Vendée fueron asesinados, y arrasadas decenas de miles de viviendas.
La cuestión de fondo de aquel enfrentamiento –como observa Jean Meyer– no estuvo en la disyuntiva entre monarquía o república, ni fue un conflicto entre estamentos, sino que consistió más bien en la decidida intención de extirpar esas creencias sin reparar en medios.
Mas información sobre el genocidio
Transcribimos dos fragmentos de libros cuya lectura recomendamos, teniendo presente que sus autores no han comprendido la totalidad de la trama. Pero su valor reside precisamente en esto. No pueden ser “apellidados” con los amables adjetivos que los medios de comunicación colocan a los escritores políticamente incorrectos.
“Reynald Secher, el joven autor (nacido en 1955) originario de la Vendée, fue a buscar una documentación que muchos consideraban ya perdida. En efecto, los archivos públicos han sido diligentemente depurados, en la esperanza de que desaparecieran todas las pruebas de la masacre realizada en la Vendée por los ejércitos revolucionarios enviados desde París.
Pero la historia, como se sabe, tiene sus astucias: así Secher descubrió que mucho material estaba a salvo, conservado, a escondidas por particulares. Además pudo llegar a la documentación catastral oficial de las destrucciones materiales sufridas por la Vendée campesina y católica, levantada en armas contra los “sin Dios” jacobinos.
En los mapas de los geómetras estatales de la época está la prueba de una tragedia inimaginable: diez mil de cincuenta mil casas, el 20 % de los edificios de la Vendée, fueron completamente derruidas según un frío plan sistemático, en los meses en que se desencadenó la furia de los jacobinos gubernamentales con su lema aterrador: “libertad, igualdad, fraternidad “o muerte”. “ Prácticamente todo el ganado fue masacrado. Todos los cultivos fueron devastados).
Todo esto, según un programa de exterminio establecido en París y realizado por los oficiales revolucionarios: había que dejar morir de hambre a quien, escondiéndose, había sobrevivido. El general Carrier, responsable en jefe de la operación, arengaba así a sus soldados: “No nos hablen de humanidad hacia estas fieras de la Vendée: todas serán exterminadas. No hay que dejar vivo a un solo rebelde”.
Después de la gran batalla campal en la que fueron exterminadas las intrépidas pero mal armadas masas campesinas de la “Armada católica”, que iban al asalto detrás de los estandartes con el Sagrado Corazón y encima la cruz y el lema “Dieu et le Roy”; el general jacobino Westermann (1) escribía triunfalmente a París, al Comité de Salud Pública, a los adoradores de la diosa Razón, la diosa Libertad y la diosa Humanidad: “¡ La Vendée ya no existe, ciudadanos republicanos! Ha muerto bajo nuestra libre espada, con sus mujeres y niños. Acabo de enterrar a un pueblo entero en las ciénagas y los bosques de Savenay. Ejecutando las órdenes que me habéis dado, he aplastado a los niños bajo los cascos de los caballos y masacrado a las mujeres, que así no parirán más bandoleros. No tengo que lamentar un sólo prisionero. Los he exterminado a todos”.
Desde París contestaron elogiando la diligencia puesta en “purgar completamente el suelo de la libertad de esta raza maldita”.
El término “genocidio”, aplicado por Secher a la Vendée, ha desatado polémicas, por considerarse excesivo. En realidad el libro muestra, con la fuerza terrible de los documentos, que esa palabra es absolutamente adecuada: “destrucción de un pueblo”, según la etnología. Esto querían “los amigos de la humanidad” en París: la orden era la de matar ante todo a las mujeres, por ser el “surco reproductor” de una raza que tenía que morir, porque no aceptaba la “Declaración de los derechos del hombre”.
La destrucción sistemática de casas y cultivos iba en la misma dirección: dejar que los supervivientes desaparecieran por escasez y hambre.
Pero ¿cuántos fueron los muertos? Secher da por primera vez las cifras exactas: en dieciocho meses, en un territorio de sólo 10000 km2 , desparecieron 120.000 personas, por lo menos el 15 % de la población total. En proporción, como si en la Francia actual fueran asesinadas más de ocho millones de personas. La más sangrienta de las guerras modernas – la de 1914-1918- costó algo más de un millón de muertos franceses.
Genocidio, pues; verdadero holocausto; y, como comenta Secher, tales términos remiten al nazismo. Todo lo que pusieron en práctica las SS fue anticipado por los “demócratas” enviados desde París: con las pieles curtidas de los habitantes de la Vendée se hicieron botas para los oficiales (la piel de las mujeres, más suave, era utilizada para los guantes). Centenares de cadáveres fueron hervidos para extraer grasa y jabón (y aquí se superó a Hitler: en el proceso de Nüremberg se documentó –y las mismas organizaciones judías lo confirmaron- que el jabón producido en los campos de concentración alemanes con los cadáveres de los prisioneros es una “Leyenda negra”, sin correspondencia con los hechos). Se experimentó por primera vez la guerra química, con gases asfixiantes y envenenamiento de las aguas. las cámaras de gas de la época fueron barcos cargados de campesinos y curas, llevados en medio del río y hundidos.
Sus páginas, disponibles ahora, provocan sufrimiento. Pero la búsqueda de una verdad escondida y borrada bien vale el trauma de la lectura.”
Vittorio Messori, Leyendas negras de la Iglesia. Planeta. Capítulo 23. Le génocide franco-français: la Vendée vengée” de Reynald Secher, pág. 103.
“El mismo problema se le presentará a la Convención cuando tome la decisión de exterminar a los de la Vendée. Y el asunto se afrontará en términos de carga para el erario. Fusilar a casi dos millones de personas costaba cifras astronómicas sólo en balas. Se pensó en romperles la cabeza con las culatas de los fusiles, pero después de un cierto número de cabezas los fusiles tenían la tendencia a estallar cuando eran utilizados normalmente. Los sables y las bayonetas perdían el filo. Se probó a envenenar los ríos con arsénico, pero el agua arrastraba el veneno más allá de los confines de la rebelión.
Se encargó a un farmacéutico que fabricas gas venenoso. Pero también aquí había que contar con el viento que con frecuencia orientaba los efluvios en direcciones no deseadas. El general Santerre comenzó a minar el territorio, pero las minas explotaban incluso bajo los “bleus”. Su colega Turreau utilizó entonces el sistema de las gabarras o lanchones: se ataban en grupos a los prisioneros, se les cargaba a centenares en las gabarras que después se hundían en el Loira. Después, se recuperaban las barcazas.
Al final se optó por los cañones: se encerraban a las víctimas en un edificio, por lo general, en la Iglesia, y se abatía el edificio a cañonazos. También se utilizaron los hornos; este último sistema permitía el aprovechamiento de la grasa de los cadáveres, que se empleaba en los hospitales y para engrasar los fusiles, así como la piel, ya que se despellejaba a las víctimas antes de enviarlas a los hornos ( en el ejército escaseaban las botas, y la idea de utilizar la piel humana fue de Saint-Just). Todavía hoy se puede contemplar en el museo de Historia Natural de Nantes una piel de vendeano debidamente curtida”.
Rino Cammilleri. Los Monstruos de la Razón. Viaje por los delirios de utopistas y revolucionarios. Rialp, Madrid, 1995. (Confr. Reynal Secher. Le genocide franco-français. La Vendée-Vengé. Puf, París, 1988.)
(1) Nota de Manuel de Arbués: Sin duda el tal Westermann trataba así de bien a sus hermanos católicos porque eran de su misma….digamos, religión. Al menos, esto insinúan algunos hoy en día, con gran rigor histórico, por cierto
Fuente: Veritas Fides et Ratio
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