jueves, 16 de febrero de 2023

¿Cómo aprovechar la Santa Comunión?


Mas el Salvador ofrécele otro alimento aún más divino; ofrécesele a sí mismo como manjar del alma. Dijo una vez el Señor a San Agustín:
Yo soy el pan de los fuertes. Pero no me cambiarás en tu sustancia propia, como sucede al manjar de que se alimenta tu cuerpo, sino al contrario, tú te mudarás en mí".[1]
En la comunión, Nuestro Señor nada tiene que ganar; toda la ganancia es del alma que es vivificada y elevada a lo sobrenatural; las virtudes de Jesucristo se trasfunden al alma, y queda ésta como incorporada a Él, haciéndose miembro de su cuerpo místico.
¿Cómo se realiza esta transformación e incorporación? Principalmente porque Jesús, presente en la Eucaristía, eleva al alma a un intensísimo amor.
Los efectos que este divino manjar produce los explica muy bien Santo Tomás (IIIª, q. 79, a. 1):
Los efectos que la Pasión consiguió para el mundo entero, los consigue este sacramento en cada uno de nosotros." Más adelante añade: "Así como el alimento material sostiene la vida corporal, y la aumenta, la renueva y es agradable al paladar, efectos semejantes produce la Eucaristía en el alma."
En primer lugar, sostiene o da mantenimiento. Todo aquel que, en el orden natural, no se alimenta o se alimenta mal, decae; la misma cosa acontece al que se priva del pan eucarístico que el Señor nos ofrece como el mejor manjar del alma. ¿Por qué nos habremos de privar, sin razón, de este pan supersustancial (Mt 6, 11) que debe ser para el alma, el pan nuestro de cada día?
Como el pan material restaura el organismo, renovando las fuerzas perdidas por el trabajo y la fatiga, así la Eucaristía repara las fuerzas espirituales que perdemos por la negligencia. Como dice el Concilio de Trento, nos libra además de las faltas veniales, devuélvenos el fervor que por ellas habíamos perdido, y nos preserva del pecado mortal.
Además, los manjares naturales aumentan la vida del cuerpo en el período del crecimiento. Mas en el orden espiritual, siempre tenemos que ir creciendo en el amor de Dios y del prójimo, hasta el momento de la muerte. Y para poderlo conseguir, en el pan eucarístico nos lo regala cada día con gracias renovadas. Por eso nunca se detiene, en los santos, el crecimiento sobrenatural, mientras aspiran a acercarse a Dios: su fe se hace cada día más esplendorosa y más viva, más firme su esperanza, y su caridad más pura y ardiente. Y así, poco a poco, de la resignación en los sufrimientos pasan al amor y alegría de la Cruz. Por la comunión todas las virtudes infusas van en aumento junto con la caridad, hasta llegar muchas veces al heroísmo. Los dones del Espíritu Santo, que son disposiciones permanentes infusas, conexas con la caridad, van creciendo también a una con ella.
En fin, así como el pan material es agradable al paladar, el pan eucarístico es dulcísimo al alma fiel, que en él encuentra fortaleza y gran sabor espiritual.
Dice el autor de la Imitación (1. IV, c. II y Ill):
Señor, confiando en tu bondad y gran misericordia, me llego enfermo al Salvador, hambriento y sediento a la fuente de la vida, pobre al Rey del cielo, siervo al Señor, criatura al Creador, desconsolado a mi piadoso consolador. (...) Date, Señor, a mí y basta; porque sin Ti ninguna consolación satisface. Sin Ti no puedo existir, y sin tu visitación no puedo vivir."
Santo Tomás expresó admirablemente este misterio de la comunión:
O res mirabilis, manducat Dominum, pauper, servus, et humilis!
¡Oh prodigio inefable! ¡Que el pobre servidor, esclavo y miserable, se coma a su Señor."
Esta es la sublime unión de la suprema riqueza con la pobreza. ¡Y decir que la costumbre y la rutina no nos dejan ver con claridad el sobrenatural esplendor de este don infinito!
Condiciones necesarias para hacer una buena comunión
Nos las recuerda el decreto por el que S. S. Pío X exhorta a los fieles a la comunión frecuente (20 de diciembre de 1905): En primer lugar, recuerda el decreto este principio:
Los sacramentos de la nueva ley, al mismo tiempo que operan ex opere operato, producen un efecto tanto mayor cuanto son más perfectas las condiciones en que se los recibe... Hase pues de procurar que una buena preparación preceda a la santa comunión, y que vaya seguida de fervorosa acción de gracias, según la posibilidad y condiciones de cada uno."
Según el mismo decreto, la condición primaria e indispensable para sacar provecho de la comunión es la intención recta y piadosa. Dice así:
La comunión frecuente y cotidiana, tan del agrado de Nuestro Señor Jesucristo y de la Iglesia católica, debe ser en tal forma facilitada a todos los fieles de cualquier clase y condición, que nadie que se acerque a la sagrada Mesa en estado de gracia y con recta y piadosa intención, ha de ser rechazado por ninguna prohibición. Intención recta quiere decir que aquel que se acerca a la santa comunión no lo haga movido por la costumbre, ni por vanidad, ni por cualquier otra razón humana, sino que pretenda únicamente responder a la voluntad del Señor, unirse a él más estrechamente por la caridad y, mediante este divino remedio, sanar sus enfermedades y sus culpas."
Esa recta y piadosa intención de que se habla aquí, ha de ser manifiestamente sobrenatural, o inspirada por motivos de fe; o sea, por el deseo de conseguir la gracia de servir mejor a Dios y de evitar el pecado. Si, junto con esta fundamental intención, se mezclase alguna otra secundaria de vanidad o deseo de ser alabado, este motivo secundario y accidental no impediría que fuese buena la comunión, aunque disminuiría su provecho. Los frutos que de ella saquemos serán tanto más abundantes cuanto esa recta y piadosa intención fuere más pura e intensa. Estos principios son ciertos y no es posible ponerlos en duda. Una sola comunión ferviente es, pues, mucho más provechosa que muchas hechas con tibieza.
Condiciones para hacer una ferviente comunión
Santa Catalina de Sena, en su Diálogo (cap. 110), señala estas condiciones, mediante un curioso símbolo:
Supongamos", dice, "que varias personas se alumbran con velas o cirios. La primera lleva una vela de una onza; la segunda, otra de dos onzas; la tercera, de tres; ésta, de una libra. Cada una enciende su vela. Y sucede que la que tiene la de una onza, ve menos que la que se alumbra con la de una libra. Así acontece a los que se acercan a este sacramento. Cada uno lleva su cirio encendido, es decir, los santos deseos con que recibe la comunión".
¿Cómo se manifiestan tales deseos?
Esos santos deseos, condición de una ferviente comunión, se han de manifestar en primer lugar, desechando todo apego al pecado venial, a la maledicencia, envidia, vanidad, sensualidad, etc... Esta afición es menos reprehensible en un cristiano de pocas luces, que en otros que han recibido gracias abundantes de las que no se muestran muy agradecidos. Si tales negligencia e ingratitud fueran en aumento, harían que la comunión fuera cada vez menos provechosa
Para que ésta sea fervorosa, se ha de combatir la afición a las imperfecciones, es decir, a un modo imperfecto de obrar, como acontece en los que, habiendo recibido cinco talentos, obran como si sólo poseyeran tres (modo remisso), y apenas luchan contra sus defectos. La afición a las imperfecciones se revela también en andar tras ciertas satisfacciones naturales y lícitas, pero inútiles, como, por ejemplo, tomar ciertos refrigerios sin los cuales podría uno pasar. Hacer el sacrificio de tales satisfacciones sería cosa muy agradable a Dios, y el alma, mostrando así mayor generosidad, recibiría en la comunión gracias más abundantes. No nos es lícito olvidar que nuestro modelo es el Salvador mismo, que se sacrificó hasta la muerte en la Cruz, y que debemos trabajar por nuestra salud y la del prójimo, empleando los medios de que echó mano nuestro divino Salvador. El alejamiento del pecado venial y de las imperfecciones es, empero, una disposición negativa.
Las disposiciones positivas para la comunión ferviente son: la humildad (Domine, non sum dignus), un profundo respeto a la Eucaristía, la fe viva y un deseo ardiente de recibir a Nuestro Señor que es el Pan de vida. Estas condiciones se resumen en una sola: tener hambre de la Santa Eucaristía.
Cualquier manjar es bueno cuando hay hambre. Un rico, accidentalmente privado de alimentos y hambriento, se siente dichoso si le dan un pedazo de pan negro; nunca le pareció gustar cosa más sabrosa. Si nosotros tuviéramos hambre de la Eucaristía, sacaríamos mucho más fruto de nuestras comuniones. Acordémonos de lo que era esta hambre en Santa Catalina de Siena: un día que con gran crueldad le había sido negada la comunión, en el momento que el sacerdote partía en dos la hostia de la misa, desprendióse una partecita y, milagrosamente voló hasta la Santa, en recompensa de su ardiente deseo de recibir a Jesús.
¿Cómo llegaremos a sentir esta hambre de la Eucaristía? Lo conseguiremos si meditamos detenidamente que sin ese alimento nuestra alma moriría espiritualmente, y luego haciendo con generosidad algunos sacrificios cada día.
Si alguna vez sentimos que nuestro cuerpo se debilita, sin dilación le proporcionamos manjares sustanciosos que lo reconfortan. El manjar por excelencia que restituye las fuerzas espirituales es la Eucaristía. Nuestra sensibilidad, tan inclinada a la sensualidad y a la pereza, tiene gran necesidad de ser vivificada por el contacto del cuerpo virginal de Cristo, que por amor nuestro sufrió los más terribles tormentos. Nuestro espíritu siempre inclinado a la soberbia, a la inconsideración, al olvido de las verdades fundamentales, a la idiotez espiritual, tiene gran necesidad de ser esclarecido por el contacto de la inteligencia soberanamente luminosa del Salvador, que es el Camino, la Verdad y la Vida. También nuestra voluntad tiene sus fallas; está falta de energías y está helada porque no tiene amor. Y ése es el principio de todas sus debilidades. ¿Quién será capaz de devolverle ese ardor, esa llama esencial para que siempre vaya hacia arriba en lugar de descender? El contacto con el Corazón Eucarístico de Jesús, ardiente horno de caridad, y con su voluntad, inconmoviblemente fija en el bien, y fuente de mérito de infinito valor. De su plenitud hemos de recibir todos, gracia tras gracia. Tal es la necesidad en que nos encontramos de esta unión con el Salvador, que es el principal efecto de la comunión.
Si viviéramos firmemente persuadidos de que la Eucaristía es el alimento esencial y siempre necesario de nuestras almas, ni un solo momento dejaríamos de sentir esa hambre espiritual, que se echa de ver en todos los santos.
Para encontrarla, si acaso la hubiéramos perdido, preciso es hacer ejercicio, como se recomienda a las personas débiles que languidecen. Mas el ejercicio espiritual consiste en ofrecer a Dios algunos sacrificios cada día; particularmente hemos de renunciar a buscarnos a nosotros mismos en las tareas en que nos ocupamos; por ese camino irá el egoísmo desapareciendo, poco a poco, para dar lugar a la caridad que ocupará el primer puesto en nuestra alma; de esa manera dejaremos de preocuparnos de nuestras pequeñas naderías, para pensar más en la gloria de Dios y la salvación de las almas. Así volverá de nuevo el hambre de la Eucaristía. Para comulgar con buenas disposiciones, pidamos a María nos haga participar del amor con que de las manos de San Juan recibía la santa comunión.
Los frutos de una comunión ferviente están en proporción con la generosidad con que a ella nos preparamos. "Al que tiene [buena voluntad] se le dará más y nadará en la abundancia, dice el Santo Evangelio (Mt 13, 12). Santo Tomás nos recuerda en el oficio del Santísimo Sacramento, que el profeta Elías, cuando era perseguido, se detuvo, rendido, en el desierto, y se echó debajo de un enebro como para esperar la muerte; y se durmió; le despertó un ángel y le mostró junto a sí un pan cocido a fuego lento y un cántaro de agua. Elías comió y bebió, y, con la fuerza que le dio este alimento, caminó cuarenta días, hasta el monte Horeb, donde le esperaba el Señor. He ahí una figura de los efectos de la comunión ferviente.
Meditemos en que cada una de nuestras comuniones debería ser sustancialmente más fervorosa que la anterior; y en que todas ellas no sólo han de conservarnos en la caridad, sino que han de acrecentarla, y disponernos en consecuencia a recibir al día siguiente al Señor, con un amor, no sólo igual, sino mucho más ardiente que la víspera. Como una piedra cae con tanta mayor rapidez cuanto se acerca más al suelo, así, dice Santo Tomás [2], deberían las almas ir a Dios con tanta más prisa cuanto más se acercan a Él y son por Él más atraídas. Y esta ley de la aceleración, que es a la vez ley natural y del orden de la gracia, habría de verificarse sobre todo por la comunión cotidiana. Y así sería si no fueran obstáculo algunas aficiones al pecado venial o a las imperfecciones. Encuentra, en cambio, realización plena en la vida de los santos, que en los últimos años de su vida realizan mucho más rápidos progresos en la santidad, como se ve en la vida de Santo Tomás. Esta aceleración fue realidad especialmente en la vida de María, modelo de devoción eucarística; con seguridad que cada una de sus comuniones fue más fervorosa que la precedente.
Pluguiera a Dios que otro tanto acaeciera en nosotros, aunque sea en menor medida; y que, aunque la devoción sensible faltare, nunca se eche de menos la sustancial, o sea la disposición del alma a entregarse al servicio de Dios.
Como dice la Imitación de Cristo (1. IV, c. IV):
Pues, ¿quién, llegando humildemente a la fuente de la suavidad, no vuelve con algo de dulzura? ¿O quién está cerca de algún gran fuego, que no reciba algún calor? Tú eres fuente llena, que siempre mana y rebosa; fuego que de continuo arde y nunca se apaga."
Esta fuente de gracia es tan alta y tan fecunda, que puede ser comparada con las cualidades del agua, que da refrigerio, y a sus opuestas, las del fuego abrasador. Aquello que en las cosas materiales anda dividido, únese en la vida espiritual, sobre todo en la Eucaristía.
Pensemos, al comulgar, en San Juan, que reposó su cabeza en el costado de Jesús, y en Santa Catalina de Siena, quien más de una vez tuvo la dicha de beber con detenimiento en la llaga de su Corazón, siempre abierto para mostrarnos su amor. Tales gracias extraordinarias las concede Dios, de tanto en tanto, para darnos a entender las cosas que pasarían en nuestra alma si supiéramos responder con generosidad al divino llamamiento.
Examen: Las comuniones sin acción de gracias
Si scires donum Dei! ¡Si conocieras el don de Dios!
No pocas almas interiores nos han expresado el dolor y pena que sienten ante el hecho de que, en algunos lugares, la mayor parte de los fieles se van de la iglesia inmediatamente después de la misa en que han comulgado. Aún más, tal costumbre tiende a hacerse general, aun en muchos pensionados y colegios católicos, en los que, antes, los alumnos que habían comulgado continuaban en la capilla como unos diez minutos después de la misa, dando gracias; costumbre que muchos han conservado toda la vida.
En ese tiempo, para hacer comprender la necesidad de la acción de gracias, se contaba, y con mucho fruto, lo que una vez hizo San Felipe de Neri, quien mandó en cierta ocasión que dos monaguillos, con cirios encendidos, acompañasen, un buen trecho, a una dama que solía salir de la iglesia inmediatamente después de la misa de comunión. Mas hoy van introduciéndose por todas partes ciertos modales de irrespetuosidad hacia todo el mundo, hacia los superiores como hacia los iguales e inferiores, y aun hacia Nuestro Señor. De continuar así, habrá pronto muchos que comulgan y muy pocos que comulgan bien. Si las almas celosas no se esfuerzan por contrarrestar esta corriente de despreocupación, en vez de disminuir irá en aumento, destruyendo poco a poco el espíritu de mortificación y de verdadera y sólida piedad. Mas lo cierto es que Nuestro Señor permanece siempre el mismo, y nuestros deberes hacia Él son también los mismos de antes.
La acción de gracias es un deber siempre que hayamos recibido un beneficio, y tanto mayor cuanto el favor es más notable. Cuando obsequiamos con un objeto de algún valor a una persona amiga, nos causa no poca pena el ver que, a veces, ni siquiera se toma la molestia de pronunciar una sola palabra de agradecimiento. Cosa que sucede con más frecuencia de lo que sería de desear. Y si tal despreocupación, que es ingratitud, nos molesta, ¿qué no podremos decir de las ingratitudes sin cuento para con Nuestro Señor cuyos beneficios son inmensos e infinitos?
El mismo Jesús nos lo dijo, después de la curación de los diez leprosos, de los que sólo uno se volvió a darle las gracias: ¿Los otros nueve dónde están?, preguntó el Salvador.
Mas en la comunión, el beneficio que recibimos es inmensamente superior a la milagrosa curación de una enfermedad corporal, puesto que recibimos al autor de la salud y el acrecentamiento de la vida de la gracia, que es germen de la vida eterna; en ella se nos da también aumento de caridad, es decir, de la más excelsa de las virtudes, la cual vivifica y anima todas las otras y es el fundamento y principio del mérito.
Jesús dio con frecuencia gracias a su eterno Padre por todos sus beneficios, particularmente por el de la Encarnación redentora; y desde el fondo de su alma agradeció a su Padre el que hubiera revelado ese misterio a los pequeños y humildes. Dióle gracias en la Cruz, al pronunciar el Consummatum est. Y ahora no cesa de hacerlo en el santo Sacrificio de la Misa, en la que es sacerdote principal. La acción de gracias es uno de los cuatro fines del sacrificio, junto con la adoración, la súplica y la reparación. Y aun después del fin del mundo, una vez que la última misa esté ya celebrada, y cuando no habrá ya sacrificio propiamente dicho, sino sólo su consumación; cuando la impetración y reparación se hubieren terminado, el culto de adoración y de acción de gracias durará eternamente, y su expresión será el Sanctus, que será el eterno cántico de los elegidos.
Así se comprende que muchas almas interiores tengan tanta diligencia y la muy santa costumbre de hacer celebrar misas de acción de gracias, particularmente los segundos viernes de mes, para contrarrestar la ingratitud de los hombres, y aun de tantos cristianos que apenas saben agradecer los inmensos beneficios recibidos del Señor.
Si alguna cosa hay, sin embargo, que exija especial acción de gracias, es la institución de la Sagrada Eucaristía, por la cual quiso Jesús permanecer real y sustancialmente con nosotros, continuando por modo sacramental la oblación de su sacrificio, y a fin de dársenos en manjar que nutra nuestras almas mejor que el más sustancioso de los alimentos pudiera nutrir el cuerpo. No se trata aquí de alimentar nuestra mente con los conceptos de un San Agustín o de un Santo Tomás, sino de hacer nuestro sustento al mismo Jesucristo Señor Nuestro, con su humanidad y la plenitud de gracias que reside en su alma santísima, unida personalmente al Verbo y a la Divinidad. El Beato Nicolás de Flüe decía: Señor Jesús, róbame a mí mismo y entrégame a ti; añadamos nosotros: Señor Jesús, entrégate a mí, para que yo te pertenezca totalmente. Sería éste el más excelso don que pudiéramos recibir. ¿Y no merecería de nuestra parte rendidísimas acciones de gracias? Esa finalidad tiene precisamente la devoción al Corazón eucarístico de Jesús.
Si el autor que os hace donación de su libro puede con razón quejarse de que no le hayáis dado las gracias, ¡cuánto más dolorosa no será la ingratitud de quien no se acuerda de mostrar y significar su agradecimiento después de la comunión, en la que Jesús se da a sí mismo a nuestras almas!
Los fieles que se alejan de la iglesia casi al momento de haber comulgado, diríase que se olvidan de que la presencia real de Jesús subsiste en ellos, como las especies sacramentales, un cuarto de hora más o menos después de la comunión, ¿y no serán capaces de hacer compañía a este divino Huésped durante esos pocos minutos? ¿Cómo no caen en la cuenta de su irreverencia? [3] Nuestro Señor nos llama, se entrega a nosotros con tan divino amor, y nosotros diríase que nada tenemos que decirle ni escuchar su voz durante unos pocos instantes.
Los Santos, y en particular Santa Teresa, como lo hace notar Bossuet, nos han repetido muchas veces que la acción de gracias después de comulgar es para nosotros el momento más precioso de la vida espiritual.[4] La esencia del Sacrificio de la Misa está indudablemente en la consagración, pero de él participamos por la comunión. Hase de establecer en ese momento, real contacto entre el alma santísima de Jesús y la nuestra, y unión íntima de su inteligencia humana, iluminada por la lumbre de la gloria, con la nuestra que con tanta frecuencia se halla oscurecida, llena de tinieblas, olvidada de sus deberes y tan obtusa en presencia de las cosas divinas; hemos igualmente de esforzarnos por que sea realidad la unión íntima de la voluntad humana de Jesús, inmutable en el bien, con la nuestra, tan mudable e inconstante; y en fin, unión de su purísima sensibilidad con la nuestra tan pecadora. En la sensibilidad de Nuestro Señor está el foco y centro de las virtudes de fortaleza y virginidad que esfuerzan y comunican pureza a las almas que se acercan a él.
Mas Jesús no habla sino a los que le escuchan y no dejan voluntariamente de oírle. Por eso, no sólo hemos de reprocharnos las distracciones directamente voluntarias, sino también las que no lo son sino indirectamente, pero debidas a nuestra negligencia en considerar, desear y hacer aquello que estamos obligados a considerar, hacer y desear. Tal negligencia es el principio de multitud de pecados de omisión, que, al examinar la conciencia, se nos pasan casi inadvertidos. Muchas personas que no encuentran pecados en su conciencia, por no haber cometido ninguno grave, están, sin embargo cargadas, de faltas de omisión y negligencia indirectamente voluntaria, que no carece de alguna culpabilidad.
No echemos, pues, en olvido, la acción de gracias, como sucede con frecuencia. ¿Qué frutos se pueden esperar de comuniones hechas con tan poco cuidado y devoción?
Todo beneficio exige el agradecimiento, y un beneficio inconmensurable demanda un agradecimiento proporcionado. Como no somos capaces de tenerlo para con Dios, pidamos a María medianera que venga en nuestro auxilio y nos haga tomar parte en la acción de gracias que ella ofreció al Señor después del sacrificio de la Cruz, después del Consummatum est, y después de las misas del apóstol San Juan. Tanta negligencia en la acción de gracias por la santa comunión proviene de que no conocemos como debiéramos el don de Dios: si scires donum Dei! Pidamos al Señor, humilde pero ardientemente, la gracia de un vivísimo espíritu de fe, que nos permita comprender mejor cada día el valor de la Eucaristía; pidamos la gracia de la contemplación sobrenatural de este misterio de fe, es decir, el conocimiento vivo y claro que procede de los dones de inteligencia y de sabiduría, y es el principio de una ferviente acción de gracias, tanto más intensa cuanto fuere mayor el conocimiento de la grandeza del don que hemos recibido.[5]

[1] Confesiones, 1, VII, c. X.

[2] Comentario de la Epístola a los Hebreos, X, 25

[3] No nos referimos aquí a las personas verdaderamente piadosas que, por obligación o alguna necesidad, se ven en la precisión de abandonar la iglesia luego de la comunión.

[4] Véase sobre el particular la hermosa vida de la fundadora del Cenáculo, Madre María Teresa Couderc: Une grande humble, por el P. Perrov, S. J., p. 195: El día que he recibido la santa comunión, dice a su Superiora, me es imposible dejar la capilla. El tiempo dedicado a la acción de gracias por la comunidad me parece tan breve, que debo violentarme para seguirla al refectorio.

[5] Recuérdese lo que era la acción de gracias del peregrino mendigo que se llamó San Benito José Labre, que con frecuencia se elevaba en éxtasis y se transfiguraba contemplando al Salvador presente en la Eucaristía.

martes, 25 de mayo de 2021

DE LA PACIENCIA EN LAS ENFERMEDADES.


Dije que el Señor le regaló, porque los santos estimaban como regalos las enfermedades y dolores que el Señor les enviaba. Cierto día, San Francisco de Asís se hallaba en cama, acabado de dolores, y un compañero que le asistía le dijo: " Padre, ruegue a Dios que le alivie este trabajo y que no cargue tanto la mano sobre usted ". Al oír esto, se lanzó prontamente el Santo de la cama y, arrodillado en tierra, se puso a dar gracias a Dios dd aquellos dolores, y, vuelto al compañero, le dijo: " Sepa, hermano, que, si no supiera yo que había hablado por sencillez, no quisiera volverlo a ver ".
Enfermo habrá que diga: A mí no me desagrada tanto padecer cuanto verme imposibilitado de ir a la Iglesia para practicar mis devociones, comulgar y oír Misa; no puedo ir al coro a rezar el oficio con mis compañeros; no puedo celebrar, ni siquiera puedo hacer oración, por los dolores y desvanecimientos de cabeza. Pero, por favor, dígame: y ¿ para que quiere ir a la iglesia o al coro ? ¿ Para qué ir a comulgar, a celebrar o a oír Misa ? ¿ Para agradar a Dios ? Pero si ahora no le agrada a Dios que reze el oficio, que comulgue ni que oiga Misa, sino que lleve con paciencia en el lecho las penalidades de la enfermedad... Si esta mi respuesta no es dd su agrado, es señal de que no busca lo que a Dios agrada, sino lo suyo. El venerable P. Maestro Ávila, escribiendo a un sacerdote que se quejaba de este modo, le dice: " No tantees lo que hiciera estando sano, mas cuánto agrades al Señor con contentarte con estar enfermo. Y si buscas, como creo que buscas, la voluntad de Dios puramente, ¿ que más se te da estar enfermo que sano, pues que su voluntad es todo nuestro bien?" Dices que no puedes hacer oración porque anda desconcertada la cabeza.
Concedido: no puedes meditar, pero ¿ y no puedes hacer actos de conformidad con la voluntad de Dios? Pues sabe que, si te ejercitas en tales actos, tienes la mejor oración que puedas tener, abrazando con amor los dolores que te afligen. Así lo hacia San Vicente de Paúl: cuando estaba gravemente enfermo, se ponía gravemente en la presencia de Dios, sin violentarse en aplicar el pensamiento en un punto particular, y se ejercitaba de cuando en cuando en algún acto de amor, de confianza, de acción de gracias y, más a menudo, de resignación, mayormente cuando con más fiereza le asaltaban los dolores. San Francisco de Sales decía que " las tribulaciones, consideradas en sí mismas, son espantosas; pero, consideradas como voluntad de Dios, son amables y deleitosas ". ¿ Que no puedes hacer oración ? Y ¿ qué mejor que repetir las miradas al crucifijo, ofreciéndole los trabajos que sufres y uniendo lo poco que padeces a los inmensos dolores padecidos por Jesucristo en la Cruz ?
Hallándose en cama cierta virtuosa señora, víctima de graves dolencias, una criada le puso en manos el crucifijo, diciéndole que rogara a Dios la librara de aquellos dolores; a lo que respondió la enferma: " Pero ¿ cómo me pides ruegue a Dios que me baje de la cruz, teniéndole crucificado en mis manos ? Líbreme Dios de ello, pues quiero padecer por el que padeció por mi dolores mayores que los míos ". Que fue lo que el mismo Señor dijo a Santa Teresa, hallándose apretada de grave enfermedad apareciéndosele todo llagado:
" Mira estas llagas, que nunca llegarán aquí tus dolores ". Por lo que la Santa solía decir después cuando le aquejaba cualquier enfermedad: " Oh Señor mío!, cuando pienso por qué de manera padeciste y como por ninguna lo mereciste, no se qué me diga de mi ni dónde tuve el seso cuando no deseaba padecer, ni a donde estoy cuando me disculpo ". Santa Liduvina estuvo treinta y dicho años en continuos padecimientos de fiebres, gota, inflamación de la garganta y llagas por todo el cuerpo; pero, teniendo siempre ante la vista los dolores de Jesucristo, se la veía en cama alegre y jovial. Se cuenta también de San José de Leonisa que, teniendo el cirujano que hacerle una dolorosa operación, ordenó lo ataran para evitar los movimientos por efecto del dolor, y el Santo, tomando en manos el crucifijo, exclamó " ¿ Para qué esas cuerdas y para qué esas ataduras ? Este es quien me hará soportar pacientemente todo dolor por amor suyo "; y así sufrió la operación sin proferir una queja. El mártir San Jonás, condenado a permanecer durante una noche tan tranquila como aquella, porque se había representado a Jesucristo pendiente de la cruz, y así aus dolores, en comparación con los de Cristo, se le habían hecho más bien regalos que tormentos. ¡ Cuántos méritos DE pueden alcanzar con solo sufrir pacientemente las enfermedades ! Le fue dado al P. Baltasar Álvarez ver la gloria que Dios tenía preparada para cierta religiosa ferviente que había sufrido con paciencia ejemplarísima la enfermedad, y decía que más había merecido aquella religiosa en ocho meses de enfermedad que otras de vida ejemplar en muchos años. Sufriendo con paciencia los dolores de nuestras enfermedades, se compone en gran parte, quizá mayor, la corona que Dios nos tiene dispuesta en el paraíso. Esto precisamente se le reveló a Santa Liduvina, quien, después de haber sobrellevado tantas y tan dolorosas enfermedades como arriba se mencionó, deseaba morir mártir por Jesucristo, cuando cierto día que suspiraba por tal martirio vió una hermosa corona, pero no acabada aún, y oyó que se preparaba para ella, por lo que la Santa, deseosa de que se acabara, pidió al Señor que le aumentara los padecinientos. La escuchó el Señor y le envió unos soldados, que la maltrataron no sólo de palabra, sino apaléandola. Acto continuo se le apareció un ángel con la Corona ya acabada, y le dijo que aquellos últimos tormentos habían terminado de engastar las perlas que faltaban, y poco después murió.
Para las almas que aman ardientemente a Jesucristo, los dolores e ignominias se tornan suaves y deleitables. De ahí que los santos mártires fueran con tanta alegría al encuentro de los ecúleos, las uñas de hierro, las planchas ardientes y las hachas de los verdugos. El mártir San Procopio, cuando el tirano le atormentaba, le decía: " Atorméntame cuanto te plazca, pero ten por entendido que los amadores de Jesucristo nada estiman más precioso que padecer por su amor ".
San Gordiano, también mártir, decía al tirano que le amenazaba con la muerte: " Tú me amenazas con la muerte, pero lo que yo siento es no poder morir más que una vez por Jesucristo ". Pero ¿ por qué los mártires, pregunto yo, hablaban de esta manera ? No, responde San Bernardo; no hizo esto la estupidez, sino el amor. No eran estúpidos, sino que sentían perfectamente los tormentos y dolores que les hacían padecer; pero, porque amaban a Jesucristo tenían a gran ganancia sufrir tanto y perderlo todo, aun la misma vida, por su amor.
En tiempo de enfermedad debemos, sobre todo, estar dispuestos a aceptar la muerte, y la muerte que a Dios le plazca. Tenemos que morir y alguna ha de ser nuestra última enfermedad; así que en cada una de ellas habremos de estar dispuestos a abrazar la que Dios nos tenga destinada. Pero dirá algun enfermo: " Yo cometí muchos pecados y no hice penitencia de ellos, por lo que quisiera vivir, no no por vivir, sino para satisfacer a la justicia divina antes de morir ". Pero dime, hermano mío, ¿ cómo sabes que viviendo harás penitencia y no serás peor de lo que antes fuiste ? Ahora puedes esperar de la misericordia divina que te habrá perdonado. ¿ Qué mayor penitencia que estar pronto a aceptar resignadamente la muerte si tal es la voluntad de Dios ? San Luis Gonzaga, muerto en la juventud de los veintitrés años, se abrazó alegremente con la muerte, diciendo: " Ahora confío hallarme en gracia de Dios, y como ignoro lo que después acontecerá, muero contento si al Señor le place llamarme ahora a la otra vida ". El P. Maestro Ávila decía " que cualquiera que se hallara con mediana disposición debía antes desear la muerte que la vida, por razón del peligro en que se vive, que todo cesa con la muerte ".
Además, en este mundo no se puede vivir, debido a nuestra natural debilidad, sin cometer algún pecado, al menos venial; aun cuando no sólo fuera más que para evitar el peligro de ofender a Dios venialmente, deberiamos abrazarnos alegremente con la muerte. Por otra parte, si amamos verdaderamente a Dios, debíamos suspirar ardientemente por verle en el paraíso y amarle con todas nuestras fuerzas, cosa que no se puede hacer perfectamente en esta vida; pero si la muerte no nos abre aquella puerta, no podremos entrar en la dichosa patria del amor. Por esto exclamaba el enamorado de Dios, San Agustín: " ¡ Ea, Señor, muérame yo para contemplarte ! " Señor, permiteme morir, pues si no muero, no puedo llegar a verte y amarte cara a cara.
Santos Vicente de Paúl, Francisco de Sales, Teresa de Jesús, San Francisco de Asís, José de Leonisa, Liduvina, Gordiano, Bernardo, Luis Gonzaga y venerables P. Luis de la Puente, P. Maestro Ávila y mártir San Jonás y mártir San Procopio. Orate pro nobis. Amén

viernes, 29 de enero de 2021

LA RESTAURACIÓN DE LA FAMILIA. Por: Reverendo Padre Antonio Mathet

 San Pablo en su primera Epístola a los Corintios hace un verdadero y profundo análisis del Sacramento del matrimonio al igual que en la carta a los Efesios. En el capítulo V de esta última dice el Apóstol: "Las casadas estén sujetas a sus maridos, como al Señor; por cuanto el hombre es cabeza de la mujer, así como Cristo es Cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo; del cual El mismo es Salvador. De donde, así como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres le han de estar a sus maridos en todo. Vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la Iglesia, y se sacrificó por ella para santificarla, limpiándola en el bautismo de agua con la palabra de vida, a fin de hacerla comparecer delante de El llena de gloria, sin mancha ni arruga, ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos. Quien ama a su mujer, a sí mismo se ama. Ciertamente que nadie aborreció jamás a su propia carne; antes bien, la sustenta y cuida, así como también Cristo a la Iglesia; porque nosotros somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer; y serán dos en una sola carne. Sacramento es éste grande, mas yo  hablo con respecto a Cristo y a la Iglesia. Cada uno, pues, de vosotros, ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido" (Cfr. Ef. V, 22-23).

   Vemos aquí como el Apóstol de los gentiles señala claramente: la condición de jefe que el marido debe desempeñar en el matrimonio debiendo al mismo tiempo amar a su mujer como Cristo amó a la Iglesia, a la vez que la mujer debe estar sujeta al marido en la obediencia para que de esa manera reine la armonía en esa unión sacramental que es el matrimonio.

   Con respecto a los hijos y a los padres dice también San Pablo en la misma carta a los Efesios: "Hijos, obedeced vosotros a vuestros padres en el Señor; porque es ésta una cosa justa. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento que va acompañado con la promesa; para que te vaya bien y tengas larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no irritéis a vuestros hijos, mas educadlos corrigiéndolos, e instruyéndolos según el Señor" (Cfr. Ef. VI, 1-4).

   Es notable el paréntesis que San Pablo introduce aquí en la cita del cuarto Mandamiento para destacar que es el primero (único a cuyo amor nos estimula Dios por una promesa de felicidad aún temporal. Sin duda interesa al divino Padre ver honrada la paternidad que es una imagen de la suya.

   También Su Santidad el Papa Pío XI en su Encíclica sobre el matrimonio cristiano "Casti Connubi Quanta Sit Dignitas" del 3 de diciembre de 1930 dice entre otras cosas: "Cuán grande sea la dignidad del casto matrimonio, principalmente puede colegirse que habiendo Jesucristo Nuestro Seftor, Hijo del Eterno Padre, tomado la carne del hombre caído, no sólo quiso incluir de un modo peculiar este principio y fundamento de la sociedad doméstica y hasta del humano consorcio en aquél su amantísimo designio de redimir, como lo hizo, a nuestro linaje, sino que también lo elevó a verdadero y grande sacramento de la Nueva Ley, restituyéndolo antes a la primitiva pureza de la divina institución y encomendando toda su disciplina y cuidado a Su Esposa la Santa Iglesia.

   Dice allí también el Pío XI que la doctrina y la gracia de Jesucristo robustece el matrimonio para que de esta manera los cónyuges cristianos, robustecidas sus flacas voluntades con esa gracia interior de Dios, se conduzcan en todos sus pensamientos y en todas sus obras, en consonancia con la purísima ley de Cristo, de la cual se derivan para sí y para sus familias, la felicidad y la paz.

   Advierte también el Santo Padre sobre los errores modernos sobre el matrimonio, los cuales apoyándose en falsos principios de una nueva y perversísima moralidad hacen que muchos hombres, olvidando la divina obra de restauración en Cristo, desconozcan por completo la santidad excelsa del matrimonio cristiano o la nieguen descaradamente conculcándola. Continúa diciendo el Romano Pontífice que se debe vindicar la divina institución del matrimonio, su dignidad sacramental y su perpetua estabilidad haciendo notar especialmente que el matrimonio no fue instituido ni restaurado por obra de los hombres, sino por obra divina; que no protegido, confirmado, ni elevado con leyes humanas, sino con leyes del mismo Dios, Señor de la naturaleza, y de su restaurador Cristo Señor Nuestro, y que, por lo tanto, sus leyes no pueden estar sujetas al arbitrio de ningún hombre, ni siquiera al acuerdo contrario de los mismos cónyuges. Esta es la doctrina de la Sagrada Escritura, (Gén. 1, 27-28; 11, 22-23; Mt. XIX, 3 ss.) esta es la constante tradición de la Iglesia universal, ésta es la definición solemne del Santo Concilio de Trento, el cual con las mismas palabras del texto sagrado, expone y confirma que el perpetuo e indisoluble vínculo del matrimonio, su unidad y su estabilidad tienen por autor a Dios.

   El principal texto sagrado con respecto a la indisolubilidad del matrimonio es sin duda el pronunciado por Jesucristo Nuestro Señor al elevarlo a Sacramento en el cual dijo que El Creador desde el principio varón y mujer los hizo y por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos sino una carne. ¡Pues bien, lo que Dios juntó, el hombre no lo separe! y Yo os digo que quien repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio, y el que se casa con una repudiada, comete adulterio" (Mt. 19,3 ss.).

   Dice también el Papa en "Casti Connubi" que ya no hay duda de que para elegir el género de vida, está en el arbitrio o voluntad propia una de estas dos cosas: o seguir el consejo de guardar virginidad dado por Jesucristo, el cual es el estado más excelente pero al cual solamente unos pocos son llamados por Dios Nuestro Señor, u obligarse con el vínculo matrimonial. Ninguna ley humana puede privar a un hombre del derecho natural y originario de casarse, ni circunscribir de manera alguna la razón de las nupcias, establecida por Dios desde el principio: "Creced y multiplicaos" (Gen. 1, 8).

   Acota la misma Encíclica con referencia a los bienes del matrimonio elaborados por San Agustín, que el primer bien del matrimonio son los hijos,conforme al mandato divino de "creced y multiplicaos" de lo cual también bellamente deduce este gran santo de las palabras del Apóstol San Pablo a Timoteo cuando dice que se celebre el matrimonio con el fin de engendrar lo cual testifica así el Apóstol: "Quiero que las que son jóvenes se casen" Y como si se le preguntara: ¿Con qué fin? añade en seguida: Para que críen hijos, para que sean madres de familia" (1 Tim V, 14) El segundo bien del matrimonio es la fidelidad conyugal que es la mutua lealtad de los cónyuges en el cumplimiento del contrato matrimonial a lo cual están gravemente obligados por ser dicho contrato de institución divina.

 LOS ATAQUES AL MATRIMONIO

   Dice el Papa Pío XI al ponderar la excelencia del casto matrimonio, que causa gran dolor el ver a esta divina institución tantas veces despreciada y también en diversas partes conculcada. Pensemos que ésto lo dice el Sumo Pontífice en el año 1930.

   Señala que se niega la institución Divina del matrimonio y la santificación por Cristo afirmándose que es de institución humana, es decir que dicen esos detractores que el matrimonio no ha sido instituido por el Autor de la naturaleza ni elevado por Jesucristo Seftor Nuestro a la dignidad de sacramento verdadero, sino que es invención de los hombres. Y de acuerdo a ésto, entonces, concluyen que las leyes, instituciones y costumbres por las que se rige el matrimonio, debiendo su origen a la sola voluntad de los hombres, tan sólo a ellas están sometidas y, por consiguiente, pueden ser establecidas, cambiadas y abrogadas según el arbitrio de los mismos hombres y las viscisitudes de las cosas humanas; y que la facultad generativa, que se funda en la misma naturaleza se extiende más que el matrimonio y que, por lo tanto, puede ejercitarse tanto dentro como fuera del santuario del matrimonio, aún sin tener en cuenta los fines del mismo, como si el vergonzoso libertinaje de la mujer fornicaria gozase casi de los mismos derechos que la casta maternidad de la esposa legítima. Esto llegan a sostener estos hombres perversos.

   Y de lo anterior se derivan fatalmente toda una serie de nuevos modos de uniones ilícitas como por ejemplo lo que se llama Matnmomo por cierto tiempo", "el matrimonio de prueba", "el matrimonio amistoso", etc. Y al sostenerse que el matrimonio es de institución humana se incurre en ese mal tremendo que es el divorcio vincular. Y así vemos que los hombres han conculcado y violado el mandato de Jesucristo al elevar el matrimonio a sacramento cuando dijo: "No separe el hombre lo que Dios ha unido".

   Otro mal gravísimo que atenta contra la santidad del matrimonio es el de la limitación de los hijos por métodos artificiales, lo que constituye una grave ofensa a Dios Nuestro Señor, Autor de esa naturaleza.

   Y todo esto desemboca en el más grave de todos los crímenes que es el aborto, pecado monstruoso, habiendo sancionado la Iglesia con pena de excomunión a los que en él incurren, por ser el asesinato de un ser indefenso en el útero materno y privándolo al mismo del Santo Bautismo, y por lo tanto, de la Visión Beatifica por toda la eternidad.

LA SlTUACION ACTUAL
DEL MATRIMONIO Y LA FAMILIA

   Desgraciadamente, en esta tremenda crisis de esta segunda mitad del siglo XX, la institución matrimonial y familiar forma también parte de la misma.

   Ella se traduce en una situación realmente catastrófica en un inmenso número de los matrimonios actuales y por ende en un inmenso número de familias.

   Es una situación de crisis general en la sociedad actual; ocasionada ante todo por la crisis de la Iglesia, mejor dicho de una gran mayona de los miembros de la jerarquía (obispos y sacerdotes) que han sido seducidos por las reformas producidas por el "liberalismo católico" que se ha adueñado de los más altos puestos de esa jerarquía ocasionando el lamentable cuadro de una Iglesia que aparece como contradiciéndose de todo lo que sostuvo a lo largo de casi veinte siglos a través de unos 260 Papas desde San Pedro hasta Pío XII; de 20 Concilios Ecuménicos Dogmáticos y otras manifestaciones y sucesos de la Iglesia Católica Apostólica Romana,. única verdadera por ser la única fundada por Nuestro Sefior Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre y por lo tanto la única barca en la que nos podemos salvar ya que es dogma de fe que fuera de ella no hay salvación.

   El mundo y por lo tanto la sociedad ya estaba en decadencia desde hacía cinco siglos debido sobre todo a la Reforma protestante y al liberalismo triunfante de la Revolución Francesa, pero la Iglesia era el faro rector de ese mundo renegado al cual trataba de salvar. Pero a partir del Concilio Vaticano IIel suceso más desgraciado del siglo, y como consecuencia del mismo, la Iglesia Conciliar, de faro rector de ese mundo desgraciado, se ha convertido en su furgón de cola obedeciendo así a ese mundo cuyo príncipe es Satanás. Y toda la apostasía es debida a ese falso ecumenismo que se ha querido implantar porque se ha atacado el dogma "Extra Eclessia nulla salus" ("Fuera de la Iglesia no hay salvación") por lo cual se han destruido los Sacramentos, la moral y principalmente el Santo Scrificio de la Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz reemplazándolo por un ritoconmemorativo de la Última Cena, es decir, de tendencia protestanteque conduce a la herejía. Y esta destrucciónde la Misa y su reemplazo por la cena es precisamente para ese acercamiento a los protestantes basados en ese ecumenismo equivocado.

   Hablando específicamente de la familia en medio de de esta crisis, con respecto a la misma se ha perdido la noción de su función esencial que es la de ser célula de la sociedad, habiendo desaparecido la autoridad de los padres sobre los hijos, éstos últimos actúan por su cuenta y en muchos casos son atrapados por las ideas disolventes en boga, cayendo muchas veces en la subversión, en la pornografía, en la droga, etc. Es decir, en resumen, que se ha destruido a la familia.

REMEDIOS PARA LA
RESTAURACIÓN DE LA FAMILIA

   Es necesario emprender una gran "Cruzada" para la restauración de la familia.

   Para ello se debe emprender primero una "Cruzada" para los matrimonios en la cual se inculque a los esposos lo que es en realidad el Sacramento por el cual se hallan unidos, aclararles bien cuales son sus fines, sobre todo el primario que es el de la concepción de la prole y su educación de acuerdo a los mandatos de Dios, advertirles la gravedad de l contracepción y hacer que le tomen un gran horror al aborto.

   Hay que tener en cuenta que más del 90% de los abortos que se realizan actualmente en el mundo no son causados por madres solteras ni por problemas de salud, los cuales son también muy graves, sino que son ocasionados por matrimonios, con el pretexto de que no quieren tener más hijos, es decir, para vivir más cómodos y utilizando el acto maritalno para el fin del mismo, que es la procreación, sino simplemente para satisfacción de sus pasiones; se debe emprender en esta "Cruzada" una campaña contra este crimen del aborto, exhibiendo filmes con respecto al mismo; si los matrimonios vieran esos filmes y por ellos apreciaran lo que es un feto desde la iniciación del embarazo hasta el nacimiento, en que ese nuevo ser vive, respira, se alimenta, etcétera. Y como trata de defenderse en el momento en que se va a provocar el aborto, esos padres y madres de familia le tomarían un gran horror al mismo. O sea, que lo fundamental para la restauración de la familia es llevar a cabo actualmente grandes campañas contra todos los males que se le oponen.

   Hacerles comprender la grave ofensa que se le ocasiona a Dios y los graves castigos externos que ello acarrea.

   En fin, debemos rezar ante todo para el éxito de esas campañas. Rezar a Dios Nuestro Señor y muy especialmente a Nuestro Señor Jesucristo, a la Santísima Virgen María y al gran San José, es decir, a la Sagrada Familia de Nazaret para que todas las familias traten de imitarla.

martes, 17 de marzo de 2020

MUERTO EN VIDA... (No importa tanto quien lo dice, si no más bien lo que dice)

En síntesis, es lo opuesto de la doctrina católica, es liberal en cuanto laicista y agnóstico, socialista en cuanto demagógico e igualitario y además, falsifica la Historia para denigrar la civilización cristiana, especialmente la Edad Media y a toda persona que se haya opuesto a la Revolución iniciada en el Renacimiento. 
A los del pasado los ignora o los denigra. A los contemporáneos los "destierra" de la vida pública y trata de arruinarlos en la vida privada. Para eso, prepara "listas negras" en las cuales se los incluye. El "establishment", que tiene toda la plata, todos los cargos y todas las escaleras que llevan a la fama, tiene esas "listas negras" a mano permanentemente y jamás permitirá que uno de los que en ella aparecen salga del anonimato, a no ser para ser vilipendiado. 
Obviamente, yo adhiero firmemente a todo lo contrario del Pensamiento Único y me he pasado la vida combatiendo sus mentiras. He escrito miles de páginas para sostenerlo. Como consecuencia de ello, estoy en esa "lista negra", motivo por el cual jamás podría tener un cargo público importante, ni ser "abogado exitoso", ni ser nombrado en una cátedra universitaria, ni en una Academia, ni ser invitado a hablar ante un audiencia numerosa, ni mis libros ser editados por una editorial importante ni vendido en las librerías grandes (como expliqué en el nro. 1175, del 17/7/2013 de este periódico) y lo que es peor, ni mis "amigos" se avienen a considerarme "elegible" porque como me dijo uno de ellos con una sinceridad brutal (no exenta de cobardía): "No es sólo que vos estás quemado sino que quemás a quien se te acerca". Motivo por el cual ese buen "amigo" se mantiene a prudente distancia, como todos los demás. 
La "usina central" que tiene atenazado a nuestro desdichado país, sabe muy bien que si yo tuviera poder intentaría seriamente acabar con el de ella y el de sus sirvientes, y pondría toda la fuerza del gobierno al servicio de la Justicia. Y eso no le conviene porque ella vive de la iniquidad y de la mentira. 
Ya me voy poniendo demasiado viejo como para confiar demasiado en mis fuerzas para hacerlo. Pero todavía me quedan bastantes y ellos saben que si me dan la más mínima oportunidad, les va a costar muy caro. Por eso no me la darán jamás y hasta cuentan con mis "amigos" para encerrarme en un círculo de silencio y de inoperancia. Por eso mis enemigos ni se ocupan de mí. 
Puede decirse que, políticamente, soy un muerto en vida. Pero como esta no es la vida sino la que nos espera después de pasar por este valle de lágrimas, no pierdo la esperanza. Sólo siento que se me acaba el tiempo para hacer algún bien por este suelo en el que estaba mi Patria, en especial para liberarlo de esta tiranía e instaurar una Autoridad legítima. 
En el fondo, no lo siento por mí, porque confío contra toda esperanza en que la misericordia de la Santísima Virgen me llevará al Cielo cuando haya concluido esta carrera frustrada que estoy corriendo. Lo siento por mis hijos, mis nietos y por todos los niños que van creciendo encerrados en estas fronteras sin saber que sus padres los están entregando a este Moloch misterioso que nos domina y que exige que le sea sacrificada, no la vida de ellos, sino su inocencia. Todo está preparado para corromperlos y esclavizarlos aún más de lo que ya lo están sus padres.

¿QUE ES Y PARA QUE SIRVE LA SACRISTÍA EN LA IGLESIA? ... Remodelación de la Sacristía de la Iglesia Inmaculado Corazón de María en la Ciudad de Tampa Fl,

En especial es empleado por el párroco y demás oficiantes como lugar para realizar las preparaciones necesarias y para cambiarse antes y después de la misa. La sacristía está habitualmente al cargo de un sacristán
Cajonera para guardar las casullas
La sacristía, aunque en sentido estricto no forma parte del conjunto litúrgi­co, juega un papel importante en la preparación del culto y en su digna realización. La sacristía mayor consiste en una habitación a modo de capilla que incluso puede tener un altar fijo. Debe ser espaciosa y se situará cerca del presbiterio o de la entrada de la iglesia. Es habitual construirla detrás del altar mayor. Sería deseable que hubiese otra sala cerca de la puerta de entrada a la iglesia, para cuando haya procesión de entrada.
El motivo central de la sacristía mayor puede ser un crucifijo o alguna otra imagen sagrada. Habitualmente, los clérigos y los ayudantes vene­ran esta imagen antes y después de las celebraciones litúrgicas. Es conveniente que haya, para información de los celebrantes visitantes, una cartela con los nombres del Papa y del obispo diocesano, y con el título de la iglesia. En la puerta de acceso a la iglesia debe haber una pila de agua bendita. También, junto a esta puerta, puede colgarse una campanilla para avisar al pueblo cuando una procesión vaya a hacer entrada en la iglesia.
Al diseñar o renovar una sacristía se deberían tener presentes los siguien­tes detalles: una mesa o un banco espacioso para extender los ornamen­tos, armarios y cajones grandes para guardar los ornamentos sagrados, una caja fuerte para los vasos sagrados y la llave del sagrario, un lavabo, toallas, un lavabo pequeño con desagüe directo a la tierra (sacrarium), un sitio donde guar­dar el pan y el vino para el sacrificio eucarístico, una estantería para guardar los libros litúrgicos, un reloj, un soporte para la cruz procesional, un sitio para reservar la Eucaristía durante las ceremonias de Pascua, y un armario o sitio decoroso para los san­tos óleos, si no se guardan en el baptisterio. Un espejo, para que los ministros y ayudantes puedan verse vestidos, es también importante que exista.
En la «sacristía de trabajo» debería haber un lavabo grande con agua caliente y fría, una mesa para planchar y una plancha, un lugar donde recoger una aspiradora y material de limpieza, más un mueble donde almacenar los candeleros, los candelabros, la base del cirio pascual, las figuras del belén y accesorios tales como: velas, lámpa­ras votivas, repuesto para lámparas de aceite o de cera, incienso, carbón y las palmas del año anterior; también sería práctico tener un refrige­rador. En la sacristía o cerca de ella, debe haber una zona para guardar y encender los incensarios. Los ayudantes y el coro deberían tener una habitación separada para cambiarse.
En la sacristía se tendrán en cuenta los mismos principios de limpieza y de orden que son esenciales en el cuidado de la iglesia. Habrá que tener un especial cuidado en la conservación de objetos decorativos, vasos sagrados y ornamentos que hayan sido heredados del pasado, excepto los de escaso valor que no vale la pena reparar o restaurar. Quienes están en la sacristía, antes o después de la celebración litúrgi­ca, deben guardar silencio o en hablar en voz baja.





EN TIEMPOS DE EPIDEMIAS, PANDEMIAS Y OTRAS PESTES ...

El significado de estos eventos.
La Iglesia también nos pide que comprendamos el significado de estos eventos. Nuestra primera reacción debe ser un reflejo de la mirada sobrenatural y aquí, quizás los creyentes más preocupantes y queridos, en estos días, no es tanto esta epidemia, no es tanto lo que está sucediendo, sino ver que el miedo ha entrado en la Iglesia, y con él preocupación y falta de fe.
No es hora de vaciar las fuentes de agua bendita, no es hora de cerrar las iglesias, no es hora de rechazar la comunión para los fieles o incluso los sacramentos para los enfermos. En cambio, es hora de acercarse a Dios, entender el significado de estas calamidades. Históricamente, la Iglesia, durante las plagas y epidemias, realizaba procesiones públicas con manifestaciones de la fe; Esta ha sido una oportunidad para que la Iglesia predique la penitencia. Como en el hermoso pasaje del Antiguo Testamento que acabamos de leer en la epístola: el Rey David pecó por orgullo al querer registrar a su pueblo para tener la satisfacción de saber que él gobernaba sobre una gran nación. La consecuencia de esto fue el castigo de Dios. Sí, porque Dios castiga cómo un padre puede castigar a sus hijos. El castigo de ese orgullo fue una epidemia terrible, pero tan pronto como Dios vio que los corazones se volvieron hacia él, interrumpió la venganza del ángel de la enfermedad.

Tiempos de penitencia.
Ha llegado la hora de la penitencia, el tiempo de regresar a Dios, tanto los justos como los pecadores, todos tenemos que hacer penitencia. Dios no siempre castiga y los eventos, las calamidades, no siempre son causadas directamente por Dios, lo que puede suceder en casos excepcionales. Son las leyes de la naturaleza las que producen estas cosas: terremotos, epidemias. Estas son las consecuencias del hecho de que, desde el pecado original, el hombre ya no es el dueño de todo. Sí, el hombre ya no es el dueño de todo, queridos creyentes.
Pero desde la venida de Nuestro Señor Jesucristo, Dios ha dicho que nos protegería de estas calamidades públicas si fuéramos fieles a Él. El problema hoy no es que usemos recursos humanos para tratar de repeler estas calamidades, esto es completamente normal, todo está en el orden de las cosas, el problema es que le decimos a Dios “déjenos en paz, controlemos esto”. El único que tiene la situación “bajo control”, como dicen hoy, es el buen Dios. Entonces ¿Qué hace nuestro Señor? Él nos dice: “¿No quieres mi ayuda? Así que haz todo tú mismo”, y esto es lo peor, lo peor.

Volvamos al buen Dios.
Como dije, esta no es la primera epidemia que enfrenta el mundo, y puede que no sea la más grave. ¡Piense en la gripe española al final de la Primera Guerra Mundial, que causó más de cincuenta millones de muertes! La Iglesia estaba en primera línea, si tienes curiosidad, busca los archivos fotográficos de la época. Verás a las monjas que cuidaron a los enfermos y que ya llevaban la famosa máscara de la que tanto se habla hoy, nada nuevo bajo el sol. Los católicos estaban en primera línea para practicar la caridad, a veces a riesgo de sus vidas.
Esta es una oportunidad para manifestar tu fe. Durante la terrible epidemia de gripe española, la Iglesia continuó celebrando el culto, los sacramentos, los sacramentales, el recurso a la intercesión de los santos, la gran tradición de la Iglesia. Debemos hacer lo mismo, queridos creyentes. No seamos, y ahora me dirijo a los sacerdotes, no seamos como esos malos pastores que, cuando ven al lobo, o al virus, huyen en la distancia. Seamos buenos pastores.

Víctimas con Nuestro Señor.
Queridos creyentes, siempre nos preguntamos, cuando hay desastres, por qué los buenos también se ven afectados. No solo pecadores, sino buenos. Recuerde que fue durante la terrible gripe española que Jacinta y Francisco, los dos pequeños pastores de Fátima, murieron en condiciones muy terribles, ofreciendo sus vidas por la conversión de los pecadores. Aquí hay una ley que durará hasta el fin de los tiempos: el buen Dios necesita víctimas, víctimas que expiaron en unión con la víctima por excelencia, Nuestro Señor Jesucristo. En el evangelio los apóstoles interrogan a Jesús sobre una masacre que tuvo lugar en el templo de Jerusalén: los galileos vinieron a rezar, ofrecer el sacrificio y, en esa ocasión, Poncio Pilato los masacró. Esto desconcertó a los apóstoles y a los discípulos de Jesús: “¿Cómo se masacra a los santos que ofrecen el sacrificio? ¿Qué pecado cometieron para que Dios los castigara de esta manera?”.
Del mismo modo, los Apóstoles interrogaron a Jesús: hubo una catástrofe en Jerusalén, una torre se derrumbó, la torre de Siloé, que dejó dieciocho muertos, y los apóstoles se hicieron la pregunta. “¿Qué hicieron para morir así, en una peregrinación a Jerusalén, siendo aplastados así debajo de una torre?” ¿Cuál es la respuesta de nuestro Señor? Él dijo: “¿Crees que esos galileos eran pecadores más grandes que todos los demás galileos, porque sufrieron tanto? No, te digo; si no haces penitencia, todos perecerán de la misma manera”. Esto es lo que dice el Señor.

Las calamidades son consecuencia de los pecados.
Las calamidades deben hacernos pensar que si no hacemos penitencia, todos pereceremos. Dios es bueno, no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.
Las calamidades públicas son a menudo la consecuencia de los pecados de las autoridades públicas. Hoy tenemos razón en preocuparnos porque, todas las malas leyes que se multiplican, todas las violaciones de la ley natural, la apostasía, incluso en la Iglesia, que vemos hoy, no pueden dejar indiferente al buen Dios. En el Antiguo Testamento, leemos que los judíos protestaron porque Dios no los castigó: “¿No nos amas, Señor?” ... Prefirieron el castigo de Dios al silencio de Dios, y ese silencio es quizás lo peor.
Queridos fieles, todo el día, en los televisores, se muestran datos sobre los enfermos y los muertos, y es realmente impresionante. Pero no olvidemos que, por ejemplo, recientemente en Bélgica, en un año, tres mil personas fueron sacrificadas, estas son cifras oficiales, hay niños entre ellos. No estoy hablando de la cantidad de abortos hoy. Todos estos pecados claman al cielo. Queridos creyentes, debemos pensar en esto, debemos hacer penitencia: Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.

La forma tradicional de abordar las epidemias.
Queridos creyentes, entre los presentes, algunos vinieron aquí por primera vez, los conocí esta semana. Son personas a las que se les ha negado la comunión en las iglesias porque afirman que es la forma tradicional, en la boca, y vienen aquí porque quieren la comunión.
Aquí ves la debilidad, por decir lo menos, de los responsables en la Iglesia, afortunadamente no todos. No hay mayor riesgo de propagar el virus a través de la comunión en la boca que en la mano. Además, un obispo, afortunadamente, todavía hay algunos obispos de este tipo en los Estados Unidos, recordó en una carta a sus fieles: “Consulté a un comité de especialistas, médicos, antes de escribir esta carta y dicen que con la comunión en la boca no mayor peligro de propagación”.

La comunión no es la fuente de la muerte, sino de la vida.
Los fieles tienen el derecho, como recordó la Santa Sede hace unos años, a recibir la comunión en sus bocas. Los que están en calamidad no están privados de los sacramentos. Así que le digo: siéntase como en casa, porque siempre encontrará aquí la forma habitual y tradicional de la Iglesia de abordar las epidemias. También confía en la medalla milagrosa, úsala, tómala, Es un baluarte contra todas las tentaciones del diablo.
En poco tiempo, después de la Misa, todos tendrán la posibilidad de venir a la mesa de comunión para recibir la bendición con reliquias que tenemos, entre otras reliquias, las de San Pío X, San Pío V, de nuestra amada Santa Cura de Ars y de San Juan Eudes. También hay una reliquia de Santo Tomás de Aquino que celebramos hoy. No son amuletos, sino una forma de recibir la protección de estos santos, vivir en el cristianismo, soportar la enfermedad y protegerse de ella, si esa es la voluntad de Dios.

Ser como niños.
Termino diciendo que esta enfermedad tiene una peculiaridad, como la vemos hoy: aparentemente, no afecta, o al menos no afecta seriamente, a los niños. Quizás haya una señal de Dios allí, porque en el Evangelio Nuestro Señor nos dice: “En verdad te digo, si no te conveirtes en un niño, No entrarás en el Reino de los Cielos”. No entrar en el Reino de los Cielos es ser condenado, este es el peor peligro, esta es la peor calamidad.
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
Visto en: STAT VERITAS

miércoles, 22 de enero de 2020

Los cambios litúrgicos del Papa Pio XII ¿Un Católico puede rechazar las Leyes promulgadas por un Papa legítimo? Por el Reverendo Padre Dominic Radecki, CMRI

 4) En 1955 el Papa Pio XII aprobó la Nueva Semana Santa, en la cual se restauró algunas de las ceremonias que fueron alteradas a través de los años. Además él la hizo más fácil para concurrencia de los trabajadores en las ceremonias del Jueves Santo, del Viernes Santo y de la Vigilia Pascual volviéndolas a su tiempo original y apropiado. En los tiempos apostólicos la Iglesia Católica celebraba la liturgia del Jueves Santo, del Viernes Santo y de la Vigilia Pascual “en las mismas horas del día en que aquellos sagrados misterios ocurrieron. Así, la institución de la eucaristía tuvo lugar en el atardecer del Jueves Santo, la Pasión y la Crucifixión tuvieron lugar en las horas después del mediodía del Viernes Santo y la Vigilia Pascual ocurrió en la noche del Sábado Santo, terminando a la mañana del día de Pascua con el jubilo de la Resurrección de Nuestro Señor.”
“Durante el Medio Evo… [la Iglesia], a causa de varias razones pertinentes, comenzó a hacer en horas más tempranas las performances litúrgicas en aquellos días, luego hacia el final de aquel periodo todos esos servicios litúrgicos han sido transferidos a la mañana. Esto no tuvo ligar sin detrimento del significado litúrgico y confusión entre las narraciones Evangélicas y la ceremonias litúrgicas adjuntas a ellas” (Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, pp. 1-2, 16 de Noviembre, 1955).
     Los servicios litúrgicos solemnes del Jueves Santo, del Viernes Santo y de la Vigilia Pascual eran llevados a cabo a la mañana en Iglesias casi vacías porque pocos podían atender a ellas. Colegiales tenían que suplantar a los hombres en la ceremonia del lavado de los pies en el Jueves Santo porque estos tenían que trabajar. Debido a la restauración de la semana Santa hecha por el Papa Pio XII las Iglesia ahora están llenas y los fieles vienen en gran número para asistir las ceremonias y recibir la Santa Comunión.
        En 1951 el Papa Pio XII restauró la Vigilia Pascual para la noche, su propio tiempo:
“Por siglos la Iglesia ha visto la incongruidad de la celebración de la Vigilia Pascual — un servicio cuyo textos [v.gr. el alleluia] y simbolismos [v.gr. Lumen Christi] obviamente se inclinan hacia las horas de la noche — en tempranas horas de la mañana del Sábado Santo cuando ciertamente Cristo no había surgido todavía. Que esto no ha sido siempre así está probado históricamente fuera de toda duda. (John Miller, C.S.C, “The History and Spirit of Holy Week”, The American Ecclesiastical Review, p.235.)
      El Papa Pio XII redujo el número de las lecciones recitadas de doce para cuatro, volviendo a la práctica de San Gregorio Magno. El Papa ordenó que el ayuno de la Cuaresma concluyese a la medianoche del Sábado Santo en lugar de a la tarde para que completase los 40 días de ayuno, y no 39 días de ayuno. Esta ley disciplinaria asegura que el Sábado Santo retenga su carácter de tristeza por la muerte de Nuestro Redentor que yace en el Santo Sepulcro.

     5) En 1954 el Papa Pio XII hizo una revisión del Oficio Divino, omitiendo varias oraciones, como el Padre Nuestro, el Ave-María y el Credo antes de las horas, las preces en Laudes y Vísperas con algunas excepciones, el largo Credo Atanasiano, a excepción del día de la Santísima Trinidad, etc. De acuerdo con la Sagrada Congregación de Ritos, el objetivo propuesto de estas modificaciones era “para reducir la gran complejidad de las rubricas a una forma más sencilla”.
     El Papa San Pio X ya había introducido algunos de esos cambios en el Breviario Monástico. A través de la influencia de los Benedictinos, el Papa Pio XII las extendió para todo el clero. Por la simplificación de las rubricas y la disminución de las oraciones, el Breviario pasó a ser más fácil para que los sacerdotes llevasen a cabo fiel y devotamente su obligación de recitar todos los días el Oficio Divino. El clero recibió de muy buena gana estos sabios cambios.

     El Papa Pio XII aprobó y promulgó oficialmente estos cambios. Bugnini no tenía autoridad para promulgar nada. Referirse a la Nueva Semana Santa como si fuera la liturgia de Bugnini es cosa poco ingeniosa y hasta deshonesta intelectualmente hablando. Cualquier que sea el rol que haya tomado, eso no obscurece el hecho de que varios cardinales y liturgistas ortodoxos tuvieron envolvimiento en los preparativos de estos cambios.
La Sagrada Congregación de Ritos fue establecida para dirigir la liturgia de la Iglesia Latina. Por Iglesia Latina se entiende aquella parte de la Iglesia Católica, de lejos la mayor, que usa el latín en sus ceremonias. El Papa Pio XII estableció una comisión “para examinar la cuestión de la restauración del Ordo de la Semana Santa y proponer una solución. Obtenida la respuesta, Su Santidad decretó, como la seriedad del asunto demandaba, que la cuestión en su totalidad fuese sujeta a un especial examen hecho por los Cardenales de la Sagrada Congregación de Ritos.”
[Cuando los Cardenales se reunieron en el Vaticano en 1950,] “ellos consideraron a fondo el asunto y votaron unánimemente que el Ordo de la Semana Santa restaurada fuera aprobada y prescrita, sujetos a la aprobación del Santo Padre. Acto continuo, habiendo sido detalladamente reportada al Santo Padre por el… Cardenal Prefecto, Su Santidad se dignó a aprobar lo que los Cardenales habían decidido. Entonces, por especial mandato del mismo Papa Pio XII, la Sagrada Congregación de Ritos ha declarado lo siguiente… [dando directivas específicas, incluso:] Aquellos que siguen el Rito Romano están obligados… a seguir el Ordo de la Semana Santa Reformada, expuesto en la edición oficial del Vaticano” (Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, pp. 1-2, 16 de Noviembre de 1955).
     De acuerdo con el Papa Pio XII, la reformas litúrgicas que él promulgó fueron “un signo de la disposición providencial de Dios en la moción del Espíritu Santo a la Iglesia para los tiempos presentes” (The Assisi Papers, Procedentes del Primer Congreso Internacional de liturgia pastoral, Asís-Roma, 18 al 22 Septiembre, 1956, p. 224). Cristo dijo a San Pedro y a todos sus sucesores legales, “Aquel que os oye, a mi me oye.” (Lucas 10:16). El tema en cuestión es la obediencia a la legítima autoridad suprema de la Iglesia Católica. Un verdadero Papa aprobó estos cambios. Debemos aceptar estos cambios como legales y dignos de seguimiento salvo que podamos probar que el Papa Pio XII no fue un verdadero Papa.
El que diga que el Papa Pio XII no aprobó la Semana Santa Restaurada, lo dice sin fundamento. Es ridículo decir que el Papa Pio XII no tenía idea de que la Sagrada Congregación de Ritos y todo el mundo Católico estaban haciendo respecto a la Semana Santa. ¿No es este el mismo argumento que algunos usan para defender a los “papas” posconciliares — que desde la muerte del Papa Pio XII, los “Vicarios de Cristo” no han tenido idea de lo que pasaba en la Iglesia Católica? El argumento que dice que él era ya anciano o tenía cualquier otra discapacidad para regir la Iglesia es también completamente absurdo por lo claro de sus últimas encíclicas, directivas y discursos en el mismo año de su fallecimiento.
El Papa Pio VI estigmatizó como “al menos errónea” la hipótesis “de que la Iglesia podría establecer una disciplina que fuera peligrosa, prejudicial, conducente a la superstición o al materialismo.” (Dz. 1578). En la sección 22, canon 7, el concilio de Trento condenó a cualquiera que diga que las ceremonias de la Iglesia son un estimulo a la impiedad más que a la piedad.
Los cambios introducidos por el Papa Pio XII son legales, santos y conducentes a la santificación y salvación de las almas. La Iglesia Católica ha enseñado consistentemente que un Papa válido no puede promulgar una ceremonia o ley litúrgica que sea prejudicial a la fe y a la piedad y que desagrada a Dios. En tales decisiones el Papa es protegido por la infalibilidad.
Los teólogos enseñan que las leyes disciplinarias universales y los cambios litúrgicos son objetos secundarios de la infalibilidad. Esto está claramente explicado por Monseñor Van Noort: “El bien conocido axioma, Lex orandi est lex credendi (la ley de la oración es la ley de la creencia), es una especial aplicación de la doctrina de la infalibilidad de la Iglesia en materias disciplinares. Este axioma dice en efecto que la formula de la oración aprobada para el uso público de la Iglesia universal no puede contener errores contra la fe y moral” (Christ’s Church — La Iglesia de Cristo — p.116).
     Los cambios litúrgicos del Papa Pio XII — la institución de la festividad de San José Obrero, la restauración de la Semana Santa, las leyes para el ayuno Eucarístico, etc. — no son pecaminosas. Se alguno dijere que ellas son heréticas o pecaminosas, éste estaría acusando la autoridad doctrinal infalible de la Iglesia de prácticas sacrílegas y errores doctrinales que corrompen la fe, comprometen sus doctrinas y perjudica a las almas. Tal acusación negaría que Cristo proteja a Su Iglesia y sagrada liturgia de ella del mal y del error.
El Papa Pio XII prohibió sin excepciones, en un leguaje más preciso, a los sacerdotes de usar la liturgia antigua. Él condenó también el anticuarismo (arqueologismo), es decir, la práctica de volver a las observancias litúrgicas primitivas por la no conformidad con las rubricas concurrentes y con las leyes eclesiásticas, que en tal ocasión sería implícita la no actividad del Espíritu Santo en la conducción de la Iglesia. Ni siempre lo más antiguo es mejor, especialmente cuando desafía las órdenes de un verdadero Papa.
El motivo por el cual nosotros seguimos los cambios litúrgicos del Papa Pio XII es la autoridad infalible de la Iglesia de enseñar. Los cambios fueron autorizados por un Vicario de Cristo infalible y fueron promulgados oficialmente para remplazar los antiguos ritos y leyes existentes. Ya que el Papa Pio XII era un Papa verdadero, debemos obedecer sus órdenes respecto a la sagrada liturgia. La obediencia es lo más seguro, lo más consistente y la regla de ortodoxia.
     Por otro lado, aquellos que aceptan a Pio XII como un verdadero Papa mientras rehúsan aceptar sus decretos litúrgicos, demuestran rebeldía y desobediencia. Recogiendo y eligiendo lo que ellos quieren, ellos se ponen a sí mismos como la suprema autoridad de la Iglesia Católica. Ellos se adjudican el derecho de juzgar al Papa, cerniendo lo que él enseña y decidiendo lo que van a obedecer y lo que van a rechazar. Recoger y escoger lo que se va obedecer y lo que se va a rechazar es un error. Es un sello de rebelión le negar obediencia al verdadero vicario de Cristo; rebelión en materia de obediencia a la legítima autoridad es siempre un peligro para la Fe.
El Galicanismo fue una herejía contra la jurisdicción papal, que tendía a limitar los poderes del Papa. Comenzó al principio del siglo XV y se desparramó por toda la Europa. Acto continuo, muchos europeos perdieron su censo de obediencia al Papa. En 1682 el clero francés formuló los Cuatro Artículos que se hicieron obligatorios para todas las escuelas y para todos los maestros de teología. Los cuatro artículos estatuyeron que el juicio papal carece de valor sin el consentimiento de la Iglesia. Los Papas Alejandro VIII y Pio VI y el Concilio Vaticano condenaron el Galicanismo. Tristemente, el espíritu del Galicanismo prevalece hoy día.
     Aquellos que rechazan los cambios litúrgicos del Papa Pio XII son inconsistentes. Si ellos aceptan a Pio XII como papa, deben reservar su propia opinión acerca de la liturgia de él, echar a un rincón sus gustos y disgustos litúrgicos y simplemente obedecerlo. La mentalidad católica es obedecer a los superiores legales en todo, excepto en el pecado.
     El espíritu de obediencia a la autoridad legítima fue expresada por la madre de Lucia, una de los niños de Fátima. Cuando la madre de Lucia fue cuestionada sobre el porqué el nuevo párroco no permitía danzar y el antiguo sí lo permitía, ella contestó: “Yo no sé porque el antiguo párroco permitía y el nuevo no. Si el nuevo párroco no quiere las danzas, mis hijos no danzarán.”
     Concluiremos con un discurso del Papa San Pio X a los sacerdotes de la Unión apostólica:
“Cuando uno ama al Papa, uno no se queda a debatir sobre lo que él aconseja o manda, no pregunta hasta donde se extiende el riguroso deber de obedecer y no marca los límites de esta obligación. Cuando uno ama al Papa, uno no objeta que él no ha hablado con toda claridad, como si él fuera obligado a repetir su voluntad en el oído de cada uno lo que muy a menudo expresa no sólo viva voce, sino también por cartas y otros documentos públicos; uno no pone en duda sus órdenes so pretexto — fácilmente usado por cualquiera que no quiera obedecer — de que ellas no emanan de él, sino de sus legados; uno no limita el espacio en el cual podemos y debemos ejecutar su voluntad; uno no se opone a la autoridad del Papa porque otras personas, letradas quizás, difieren de la opinión del Papa. Además, no obstante su gran conocimiento, su santificación está en espera, porque no puede haber santidad donde hay discordancia con el Papa.” (AAS 1912, p. 695)
Acordarnos hemos de que todo esto incumbe al legítimo y válido Papa elegido; esto no se aplica a un hereje o un “papa” electo inválidamente — un falso papa.